Alejandro Magariños Cervantes publicó en Madrid, en 1848, la que cabe considerar la primer novela uruguaya de tono gauchesco, titulada Caramurú; palabra del guaraní que significa cosa larga y se aplica a la anguila - cuyo personaje principal es un mestizo de indio y española que viste chiripá y casaquilla y de personalidad contradictoria.
Magariños Cervantes publicó en 1852 el poema Celiar, subtitulado Una leyenda americana, clara imitación de la obra del argentino Echevarría La cautiva, de muy poca autenticidad gauchesca.
La producción de obras gauchescas en prosa, en forma de cuentos cortos, parece iniciarse en el Uruguay con la obra de Benjamín Fernández y Medina, quien en 1892 publicó un volumen titulado Charamuscas; en el cual se incluyen diversas narraciones, algunas de ambiente criollo y otras no, tales como Quitanderas, Una cachirla y Un bautizo en el campo. Se trata de una obra que es criticada por no presentar debidamente los caracteres de los personajes criollos. El mismo autor publicó en 1893 la colección Cuentos del pago.
En 1895 se publicó una recopilación de cuentos gauchescos de diversos autores, realizada por Benjamín Fernández y Medina con el título de Uruguay; entre los que figuran obras de Eduardo Acevedo Díaz, Daniel Muñoz, Teófilo E. Díaz, Carlos Reyles, Eduardo Ferreira, Domingo Arena, Juan Giribaldi Heguy, Víctor Pérez Petit, Gonzalo Ramírez y el propio Fernández Medina.
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Sin lugar a dudas, la contribución de mayor envergadura a la literatura gauchesca en prosa, la constituyen las novelas de Eduardo Acevedo Díaz cuyas tres novelas publicadas en 1894 conforman una verdadera trilogía de las luchas por la independencia nacional; y que habían sido publicadas previamente bajo forma de folletín, la primera en 1880 en el diario Tribuna de Buenos Aires y las otras dos entre 1889 y 1890.
Una de las características más valorables de las novelas de Acevedo Díaz, es su extraordinaria dedicación y cuidado para la descripción, especialmente de paisajes y lugares; que hacen pertinente su lectura detenida y atenta, para poder disfrutar plenamente de ellas. Una de las páginas más extraordinarias, es su descripción previa a la batalla de Las Piedras, en la cual la presencia de las tropas artiguistas es ocultada por las brumas de la mañana; en forma que recuerda de modo muy cercano una escena similar, previa al combate, del Macbeth de Shakespeare en que las tropas de uno de los ejércitos han cortado ramas de árboles y se disimulan entre la bruma, como un bosque que - de pronto - se pone en movimiento.
De Acevedo Díaz expresa Caillava que poseía un estilo brillante; bruñía las cláusulas con respandores mágicos,
cuyos diversos matices, por momentos, deslumbran y sobrecogen el ánimo del lector, particularmente en las escenas de un crudo y veraz realismo, ora cuando nos pinta las cargas a lanza, los entreveros en los combates, o ya cuando nos habla de las correrías del matrero por las intrincadas selvas de nuestro país.
Ismael transcurre en 1811, durante la insurreción artiguista, entre cuyas tropas el protagonista es un oscuro montonero representativo del gaucho oriental. Según expresa Alberto Zum Felde, en esta obra el autor logra por primera vez plasmar literariamente el ambiente y los caracteres humanos propios de esta región de América, en la plena integridad de concepción y de sus elementos, y en el doble aspecto geogrífico y social de que se compone.
Víctor Pérez Petit considera al Ismael la mejor de las obras de la trilogía, dotada de la grandeza y sublimidad de los poemas primitivos.. (que) ... además presenta la ciclópea figura de Artigas. Por su parte, Alberto Lasplaces - quien ha sido uno de los más dedicados estudiosos de la obra de Acevedo Díaz - expone que el Ismael que arrastra su melancolía y su bravura a través de los fogones de la gran patriada, es esencialmente una creación literaria; lo cual le resulta explicable porque Acevedo Díaz no quiso ofrecernos en él, un personaje sino un tipo; no un hombre sino una condensación. Ismael es el criollo puro, hijo del azar y de la libertad, que no aguanta sumisiones ni disciplinas y cuyo más gran placer es recorrer al trote lento de su pingo las cuchillas del país.
El mismo Lasplaces anota que en la obra de Acevedo Díaz la componente literaria, creativa e imaginada, supera ampliamente a la componente histórica; de modo que Los personajes de su creación son mucho más interesantes y vivientes que los personajes reales que asoman aquí y allá para dar un poco de epopeya al conjunto.
Nativa ocurre 1824, bajo la dominación imperial brasileña en el Uruguay. Considerada inferior al nivel de Ismael, dice de ella el mencionado Pérez Petit que Es una historia de amor vulgar, sin mayores enredos y complicaciones, pero bien observada y mejor sentida.
Grito de gloria se desarrolla durante la cruzada libertadora iniciada por los Treinta y Tres, entre 1825 y 1828. Zum Felde expresa de ella que La descripción de los campos, después de las arreadas de los ganados para el Brasil, efectuada en vasta escala por los dominadores, la emigración del paisanaje al otro lado del Uruguay, la desolación de las estancias y los pueblos, convertidos en taperas, todo campo de muerte, es una pintura de vigor magistral, uno de los mejores cuadros de la literatura americana.
Otra obra muy destacada de Acevedo Díaz es Soledad. Más que una novela es un cuento largo que según Pérez Petit como la llama de su autor, define la existencia semibárbara de un gaucho trova y de la que él buscó para compañera, existencias que se deslizan entre elementos bravíos, agrestes, que despiertan pasiones violentas, poniéndolas frente a frente con la rudeza y la fuerza bruta del medio que les rodea. La obra termina con una notable descripción del incendio de un campo, que no ha sido ni será fácilmente superada por ningún escritor que se proponga trazar artísticamente un cuadro semejante.
En 1914 Acevedo Díaz publicó Lanza y sable, que conjuntamente con su obra inicial Brenda - publicada hacia 1890 en forma de folletín en el diario La Nación de Buenos Aires - es considerada de menores valores que las antes referidas.
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Javier de Viana reunió varios cuentos en un tomo aparecido en 1896 bajo el nombre de Campo.
En 1899 fue publicada su novela Gaucha; en realidad un cuento largo. Su obra más conocida es la novela Gurí, que data de 1901. En 1911 publicó un volumen de cuentos denominado Leña seca, de los cuales se destacan Facundo imperial, La tapera del cuervo y Entre púrpuras; y en el siguiente 1912 otro volumen de cuentos titulado Yuyos. Luego, en 1919, apareció Sobre el recado; en 1920 tres tomos recopilando sus cuentos: De la misma lonja, Ranchos y Paisanas; en 1921 Del campo y de la ciudad, grupo de cuentos breves; en 1922 otra selección de cuentos cortos y escenas, recopilada de publicaciones en revistas bajo el título de Potros, toros y aperiases; en 1925 La biblia gaucha y Tardes del fogón; en 1931 Abrojos; en 1934 Pago de deuda.
La crítica literaria reconoce en la obra de De Viana la realización de un buen retrato de la vida rural - especialmente las costumbres, el lenguaje y su apariencia - y una excelente capacidad para describir los cuadros de la vida gauchesca, en particular las tareas con el ganado. Sus relatos se apartan de la más generalizada idealización del gaucho, presentando lo que Zum Felde ha calificado como barbarie, pero No es la barbarie primitiva, sana, pujante y heroica, que aparece en «Ismael»; es una barbarie triste y completa de denegeración. El paisano de las narraciones de Viana es un ser abúlico y apático, que nada cree, nada piensa, nada sabe, nada quiere, nada espera. Un fatalismo pasivo, un cínico servilismo pudren la raza criolla.
El mismo Zum Felde destaca en la obra de De Viana la fiel representación del lenguaje gauchesco: Viana es un escritor puramente colorista, y su pincel tiene la crudeza y aun la brutalidad del más neto verismo. Fiel a este colorido verista, el lenguaje gauchesco en que hablan siempre sus personajes, está reproducido en sus más exactos detalles, con todos los modismos especiales de sintaxis y de pronunciación que hacen de él una verdadera forma dialectal.
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