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“El gaucho Martín Fierro”
Poema gauchesco de José Hernández.

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Vida de José Hernández | Comentario general | Estructura narrativa | Canto I | Canto II


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José Hernández.

 

Nació el 10 de noviembre de 1834 en la Provincia de Buenos Aires - hijo de Rafael Hernández y de Isabel Pueyrredón - donde sus abuelos maternos tenían una chacra. Debido a que su madre falleció prematuramente en 1843, a los 11 años de edad, debió interrumpir sus estudios escolares para irse a vivir con su padre que era mayordomo de una estancia de Juan Manuel de Rosas.

Eso lo llevó a interiorizarse de las tareas del campo, haciéndose excelente jinete lo que le permitió conocer y participar en los trabajos de la ganadería gaucha; manejando las reses y hasta ser parte de algunos combates con los indígenas.

Cuando tenía 19 años, en 1853, tomó parte en un combate con insurgentes contra el gobierno de Rosas, seguidores del Cnel. Hilario Lagos, en que los rosistas fueron derrotados. Políticamente adherido al partido federalista, en 1858 se dirigió a la ciudad de Paraná, en la provincia de Entre Ríos, en que estaba radicado el gobierno de la Confederación Argentina; donde con su hermano Rafael se dedicó al comercio. Luego de haber participado nuevamente en acciones de la guerra entre Buenos Aires y la Confederación formando parte del ejército federalista, retornó a Paraná donde fue designado secretario del Presidente Gral. Pedernera.

Cuando en la batalla de Pavón, de 1861, el ejército bonaerense venció a las fuerzas al mando del Gral. Justo José de Urquiza; Hernández se dedicó intensamente a combatir el centralismo de Buenos Aires desde la dirección del diario “El Argentino” que fundó, permaneciendo en Paraná hasta 1864. Desde 1864 hasta 1868 estuvo en Corrientes, primero como Fiscal y luego como Ministro; yéndose a Buenos Aires en 1869 para continuar ejerciendo el periodismo desde el diario “El Río de la Plata” en que abordara una prédica constante a favor de los gauchos y en contra de su reclutamiento forzoso para formar las tropas que en la frontera luchaban contra los indios.

La forma en que Hernández fustigó al gobierno de Buenos Aires, ejercido por Domingo Faustino Sarmiento, llevó a que su diario fuera clausurado en momentos en que - tras el asesinato del Gral. Urquiza - el Gral. López encabezaba un levantamiento armado contra el gobierno de Sarmiento, lo que determinó a Hernández a unirse a los rebeldes en Entre Ríos.

Derrotados los insurrectos, Hernández optó por huir a Sant’Ana do Livramento, en la frontera del Brasil con el Uruguay, donde permaneció un año. Al retornar a Buenos Aires, a principios de 1872, se hospedó en un hotel frente a la Plaza de Mayo, justamente en momentos en que en Buenos Aires estaba en su apogeo la epidemia de fiebre amarilla.

Fué en esa época cuando en una reunión social, su hermano Rafael Hernández le presentó al uruguayo Antonio D. Lussich, con quien departieron acerca de la literatura gauchesca. De modo que, habiendo mencionado Lussich su poema inédito “Los tres gauchos orientales” a su retorno al Uruguay lo envió a José Hernández con carta del 14 de junio de 1872; que Hernández respondiera muy elogiosamente pocos días después.

Al parecer, Hernández se abocó de inmediato a escribir el Martín Fierro, ya que en carta que dirigiera a su editor en diciembre del mismo 1872, menciona que su elaboración, “me ha ayudado algunos momentos a alejar el fastidio de la vida del Hotel”.

Habiendo fallecido Sarmiento en 1874, Hernández retomó la vida política y periodística, siendo electo Diputado de la Provincia de Buenos Aires y posteriormente como Senador; cargos desde los cuales continuó con la prédica de su obra literaria. Seis años después de aparecido el Martín Fierro, publicó “La vuelta de Martín Fierro”.

José Hernández murió de un infarto cardíaco en su casa de Belgrano, el 21 de octubre de 1886.

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Comentario general

José Hernández expone claramente en la carta que dirigiera al editor, que la finalidad de su obra es presentar la realidad social del gaucho. A partir de la modernización del agro, que al cercar el territorio lo convirtió en una figura expulsada, sin ubicación en el sistema social y económico, el gaucho que presenta como individuo caído en desgracia y protagonista de todo tipo de desdichas, no es un individuo sino que representa a todo un grupo social. Al mismo tiempo, transmite un mensaje de nostalgia de la vida en el campo en esa época previa, cuando era posible circular por él con total libertad y en un estado casi primitivo.

Así lo dice también en las estrofas finales:

y aquí me despido yo
que he relatado a mi modo
males que conocen todos
pero que nadies contó.

En la carta a su editor, dice Hernández:

Me he esforzado... en presentar un tipo que personificara el carácter de nuestros gauchos, concentrado en el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse, que les es peculiar; dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y colorido; con todos los arranques de altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y arrebatos hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado... dibujar .. sus costumbres, sus trabajos, sus hábitos de vida, su índole, sus vicios y sus virtudes... el orden de sus impresiones y de sus afectos, que él encubre y disimula estudiosamente, sus desencantos, producidos por su misma condición social, y esa indolencia que le es habitual, hasta llegar a constituir una de las condiciones de su espíritu.

Es evidente, pues, que de ninguna manera Hernández pasaba por alto que, en buena medida, la situación social en que se encontraba el gaucho era consecuencia de algunas de sus propias características como tipo humano; y que no eran todas ellas altamente valorables, sino todo lo contrario.

La valoración hernandiana del gaucho que personifica en su Martín Fierro, está dominada evidentemente por su actitud de simpatía y afinidad con su figura; y trasunta un sentimiento de tristeza respecto de los infortunios que en forma muy extensa los afectaron en el orden social e individual. Pero al mismo tiempo, no dejó nunca de advertir los aspectos negativos emergentes de su comportamiento a veces hasta delictivo, y las circunstancias emergentes de esa falta de integración social - que atribuye a su falta de instrucción - y a ese temperamento indolente y en algunos aspectos amoral.

La conocida rivalidad que en el campo de la política tuvo Hernández con Sarmiento, ha llevado a que algunos comentaristas acudan a la contraposición que Sarmiento hiciera entre “civilización y barbarie”, para trasladarla al enfrentamiento entre el conservadorismo representado por la resistencia a la modernización civilizadora (personificada en la figura del gaucho y exaltada como expresión de los valores de la tradición); y - sobre todo - como símbolo de un agrupamiento social que, aunque sin instrucción y padeciendo una forma de vida de pobreza o de miseria, cultivaba los mejores valores morales. Al contrario de los que provenían del medio urbano y de las autoridades que propendían a un desarrollo de la economía moderna, a quienes se presentaba sistemáticamente como meros explotadores de los pobres y carentes de escrúpulos.

Sin embargo, examinado atentamente el Martín Fierro, es visible que aunque con el objetivo de exaltar la figura del gaucho, su vida y su ambiente, Hernández no adoptó a su respecto una actitud simplista y condescendiente. En particular, tanto los conocidos “consejos del Viejo Vizcacha” como los propios consejos que en el final de “La vuelta de Martín Fierro” éste da a sus hijos en trance de separarse y cursar cada uno su propia vida, muestran claramente una actitud de desaprobación hacia todos los defectos atribuídos al prototipo del gaucho, especialmente la holgazanería y la inclinación al vicio, y sus consecuencias nefastas, antes que nada, para ellos mismos.

En su prólogo de “La vuelta de Martín Fierro” — que Hernández escribió luego de varios años en que no solamente maduró su visión de la realidad social y política de su país, sino que pudo percibir el efecto de su propia obra en la conformación de un modelo cultural y humano — el autor indica su objetivo de que el libro sirva para “despertar la inteligencia y el amor a la lectura en una población casi primitiva” y para su entretenimiento. Pero al mismo tiempo, señala su propósito de que sirva para enseñarles “que el trabajo honrado es la fuerte principal de toda mejora y bienes” y enuncia a continuación lo que considera las virtudes morales y sociales que deben adquirirse: la inclinación a obrar bien, rechazar “las supersticiones ridículas y generalizadas que nacen de una deplorable ignorancia”, el respeto a los demás, los deberes de los padres para con sus hijos y el respeto de éstos a sus padres.

Contrariamente a lo que pareciera exaltación del desprecio hacia la autoridad y del vagabundaje que se asociaba a las figuras de los héroes gauchescos, Hernández procura afirmar “en los ciudadanos el amor a la libertad, sin apartarse del respeto que es debido a los superiores y magistrados”, y también “la perseverancia en el bien y la resignación en los trabajos”.

No es correcto, entonces, que el “Martín Fierro” sea una pura exaltación de la superioridad de un estilo de vida ya arcaico, una reivindicación absoluta de la superioridad moral del gaucho humilde, a pesar de su ignorancia, su miseria y de las desventuras que expone en su relato; o una mera denuncia de la autoridad y los sectores sociales que en su época encabezaron el desarrollo de una economía moderna, como imagen de la arbitrariedad y el abuso. Ciertamente Hernández procuró exponer una realidad social — obviamente exagerada en su presentación artística — pero no para presentarla como un ideal a ser mantenido, sino como una realidad que debía corregirse mediante la superación de las condiciones determinantes de la falta de integración social de esos tipos humanos; principalmente por medio de la educación, que curiosamente era por lo mismo que abogaba su opositor político, Sarmiento.

De tal modo, la virtud de la ponderación y la mesura en el obrar la señala el Viejo Vizcacha:

No se apure quien desea
hacer lo que le aproveche:
la vaca que más rumea
es la que da mejor leche.

El mismo Viejo Vizcacha:

Cuando veas a otro ganar
a estorbarlo no te metas
cada lechón en su teta
es el modo de mamar.
............
Los que no saben guardar
son pobres aunque trabajen.
............
Lo que más precisa el hombre
tener, según yo discurro,
es la memoria del burro
que nunca olvida ande come.

En el final del Canto XXII, haciendo Picardía el relato de su vida de jugador tramposo, sentencia:

Más cuesta aprender un vicio
que aprender a trabajar.

En el canto XXXII, en trance de separarse definitivamente de los más jóvenes, sus consejos de padre exponen principios sanos de vida en los que, en buena medida el propio Martín Fierro enjuicia algunos aspectos indebidamente idealizados del modo de conducta que él mismo tuvo:
Martín Fierro, con prudencia
a sus hijos y al de Cruz
les habló de esta manera:
............
— Un padre que da consejos
más que un padre es un amigo
............
es mejor que aprender mucho
el aprender cosas buenas.
............
Aquel que defectos tenga
disimule los ajenos.
............
Siempre el amigo más fiel
es una conducta honrada.
............
El trabajar es la ley,
porque es preciso alquirir.
............
      Debe trabajar el hombre
para ganarse su pan;
pues la miseria, en su afán
de perseguir de mil modos,
llama en la puerta de todos
y entra en la del holgazán
............
La ocasión es como el fierro:
se ha de machacar caliente
............
Si la vergüenza se pierde
nunca se vuelve a encontrar.
............
Y les doy estos consejos
que me ha costao alquirirlos,
porque deseo dirigirlos;
pero no alcanza mi cencia
hasta darles la prudencia
que precisan pa seguirlos.

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Estructura narrativa

A pesar de que se trata sin duda de una obra escrita para ser leída, el autor recoge un elemento característico de las obras gauchescas, que en sus orígenes siempre estuvieron fuertemente ligadas al canto usualmente acompañado por la guitarra de origen español.

Recogiendo también el modelo de expresión que constituía la costumbre de cantar individualmente - o también de realizar payadas - en las pulperías que eran el lugar preferente de reunión y sociabilidad de los gauchos, Hernández coloca como relator al propio protagonista que narra su peripecia; lo que le permite asimismo formular las conclusiones y reflexiones que más le interesaba transmitir como centro de su finalidad literaria.

La utilización del personaje como relator directo, permite al autor emplear con legitimidad el lenguaje gauchesco, al tiempo que describir con total autoridad el ambiente y las costumbres del gaucho, y exponer subjetivamente todas las reacciones y sentimientos del personaje frente a los sucesos que vive. También le habilita a sustituir la metáfora literaria culta por el empleo de las “comparancias” comunes en el lenguaje gauchesco, que se refieren a los elementos presentes en su vida y ambiente, a veces con un sentido altamente jocoso. De tal modo, alude a la víbora como símbolo del peligro y la traición; y utiliza expresiones con sentido propio de ese medio, como “hacer la pata ancha” para expresar la actitud de afirmarse en el suelo, ante el peligro.

La presencia de un auditorio plural, está implícita en numerosos momentos en que el que relata se dirige claramente a su auditorio: Soy gaucho y entiendaló | como mi lengua lo esplica”; “atiendan la relación”.

Sin embargo, existen otras expresiones en que, aunque pareciera superficialmente leído que se está dirigiendo a un interlocutor individual, en realidad emplea ese giro para hablar de sí mismo o en todo caso del sujeto al que le ocurren las circunstancias a que alude:

Pues si usté pisa en su rancho,
y si el alcalde lo sabe,
lo caza lo mesmo que ave...

De esta manera, el relator parece dirigirse a un público que estaría presente durante su canto; al mismo tiempo que puede hacer algunos juegos de doble sentido. Uno de ellos, consiste en fusionar las acciones de cantar y contar; otro el desdoblamiento de la personalidad del autor y la del personaje-cantor-relator, lo que le permite expresar numerosas opiniones y juicios propios como si en realidad no fuera él sino Martín Fierro el que los emite. Así ocurre, por ejemplo, en el Canto I cuando acude a una comparación con las “pencas” o carreras de caballos en que usualmente se hacían varias salidas antes de que se corriera realmente la carrera, para lanzar una invectiva contra otros autores criollos por no ocuparse del tema que a él interesa:

Yo he visto muchos cantores,
con famas bien otenidas,
y que después de alquiridas
no las quieren sustentar
parece que sin largar
se cansaron en partidas.

Sin embargo, esa técnica narrativa de colocar como relator al protagonista no es aplicada absolutamente en toda la extensión de la obra. Cuando el cantor, en el transcurso de su relato, llega al momento en que se encuentra con el personaje llamado Cruz - casi sin una indicación especial del cambio - Hernández pasa a utilizar la forma literaria muy utilizada por sus antecesores - especialmente Hilario Ascasubi en sus “diálogos” - y meramente intercala en los versos un título “Cruz” en los Cantos X, XI y XII, y ulteriormente “Martín Fierro” en el Canto XIII cuando retoma el relato, para indicar que ha cambiado el relator.

Es particularmente notable el cambio de relator, hacia el final de la obra, cuando ha finalizado el relato de los sucesos ocurridos a Martín Fierro, y el autor tuvo que enfrentar la disyuntiva de cerrar el poema una vez que el cantor había finalizado su canto. En esa circunstancia, Hernández recurre al sencillo medio de intercalar un silencio, bajo la forma de dos versos conformados solamente por líneas de puntos, y ya no es el personaje sino el autor el que asume entonces el relato.

En los versos iniciales, Martín Fierro había asumido la palabra en forma directa:

Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela...

Pero al final del Canto XIII, cuando Cruz ha contado a su vez los hechos sucedidos a su amigo, que el propio Martín Fierro no conocía luego de su separación y operado el reencuentro de ambos se llega a la concidencia del momento del relato con el presente actual de los personajes, cambia la perspectiva. A partir de allí es el autor el que se expresa, y al anunciar que la obra ha llegado a su fin, aprovecha para hacer uno de los alardes típicos de los payadores cuyo estilo aplicara: inmediatamente de haber tomado la palabra el autor, vuelve a hablar Martín Fierro, entre comillas, para afirmar que luego de haber hablado él nunca será posible que otro lo haga mejor:

En este punto el cantor
buscó un porrón pa consuelo,
echó un trago como un cielo,
dando fin a su argumento,
y de un golpe al instrumento
lo hizo astillas contra el suelo.

“Ruempo -dijo- la guitarra,
pa no volverla a templar.
Ninguno la ha de tocar,
por siguro tenganló;
pues naides ha de cantar
cuando este gaucho cantó”.

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Canto primero

En el Canto I, Martín Fierro aparece abruptamente en la figura de cantor-relator, asumiendo el centro de la atención desde el primer verso, en el cual también ubica su intervención como la de un cantor que de inmediato se identifica con el espectáculo usual del trovero de pulpería, cantor y payador a la vez. Se describe a sí mismo como un gaucho payador, y por lo tanto expresa que cantar es algo esencial en su vida, y que lo hace improvisando, como era lo propio en los payadores.

Consecuente con la estructura habitual en tales oportunidades, el cantor se presenta para darse a conocer de un auditorio del que frecuentemente no era previamente conocido; y, en función del enfrentamiento y desafío que encerraba la payada como contienda de ingenio - que a veces terminaba en pelea a cuchilladas - asume una actitud ambivalente, en que mezcla la humildad del que pide el auxilio divino para obtener la necesaria inspiración y para decir claramente lo que desea:

Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento
...
Vengan santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.

— pero al mismo tiempo alardea de ser valiente:

no me hago al lao de la güeya
ni aunque vengan degollando.
...
En el peligro ¡que Cristo!
el corazon se me ensancha
pues toda la tierra es cancha
y de esto nadies se asombre:
el que se tiene por hombre
donde quiera hace pata ancha.

— de ser cautivador con su canto:

El cantar mi gloria labra
...
como si soplara el viento
hago tiritar los pastos
...

— de ser un ejecutante eximio del instrumento musical:

Con la guitarra en la mano
ni las moscas se me arriman
...
hago gemir a la prima
y llorar a la bordona.

— de su condición de gaucho orgulloso de ser libre de toda atadura:

Soy gaucho y entiendanló
como mi lengua lo esplica
...
Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro en el cielo.

— y de muchas otras condiciones valorables.

Y, por supuesto, no omite el desafío general a quien quiera enfrentarlo en la payada:

Y si me quieren probar
salgan otros a cantar
y veremos quién es menos.

Sin lugar a dudas, la característica que predomina en ese Canto, como expresión de la habilidad del autor para presentar no un individuo sino un prototipo, es esa típica mezcla de humildad y altanería con que, el que se siente inferiorizado socialmente expone su orgullo personal, exalta al máximo los valores que puede atribuirse, y contrapone sus virtudes con la mala consideración que recibe de la sociedad:

Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido,
que padre y marido ha sido
empeñoso y diligente
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido.

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Canto segundo

En el Canto II, se hace una especie de síntesis general de la obra, en que se describe un pasado feliz en que el paisano - ya no personalmente el cantor - vivía rodeado de su familia, sin complicaciones de ninguna clase, dedicado a las tareas propias de la labor en el campo presentadas como placenteras, signo de las habilidades sobre todo en las actividades con el caballo:

Era una delicia el ver
cómo pasaba sus días.
...
¡Ah, tiempos...! si era un orgullo
ver jinetiar un paisano.
...
Ricuerdo... ¡qué maravilla!
cómo andaba la gauchada,
siempre alegre y bien montada
y dispuesta pa el trabajo...

El autor aprovecha esa evocación para hacer una descripción detallada de las diversas circunstancias de la vida del gaucho, y de sus actividades habituales. Expone inicialmente el despertar al amanecer, la hábito de la mateada matutina, los preparativos de los caballos para las faenas ganaderas, la labor de la doma, los rodeos del ganado, las reuniones al final del día para la cena; y las yerras para marcar el ganado, ocasiones en que la concurrencia de otro personal daba motivo a los asados con cuero, consumo de pasteles, abundantes libaciones de vino y juegos de azar:

Aquello no era trabajo
Mas bien era una junción.

El Canto se estructura en tres partes, la primera de la cuales anticipa la resultante final de sufrimiento y dolor, que lo lleva a una reflexión de lo que ve como sentido de la vida del gaucho, como un ser perseguido y desvalido que debe enfrentar toda clase de sufrimientos:

Junta esperiencia en la vida
hasta pa dar y prestar
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto,
porque nada enseña tanto
como el sufrir y el llorar.

Sin mencionar ningún episodio concreto, evoca en la segunda parte ese pasado absolutamente idealizado, en el que todo era felicidad y libertad - y que abarca la mayor parte del Canto; que se contrasta con una época posterior pero también pasada en que debió padecer los sufrimientos derivados de las persecusiones de la autoridad, al igual que castigos físicos:

Pero ha querido el destino
que todo aquello acabara.
Estaba el gaucho en su pago
con toda siguridá;
pero áura... ¡Barbaridá!,
la cosa anda tan fruncida,
que gasta el pobre la vida
en juir de la autoridá.

En la tercera parte - que finaliza el Canto - hace una reseña genérica de las persecuciones de que era objeto el gaucho que se había disgraciado, de los castigos físicos y abusos que padecía, y de su reclutamiento forzado para servir en los destacamentos militares de frontera, en la lucha contra los indígenas.

Todo lo cual, en el resto de la obra, dará motivo al relato concreto de los hechos y episodios en que consistieron todas esas desgracias, que lo trajeron a la situación desdichada en que se encuentra en el momento en que comienza su relato; que es presentado como resultante de un proceso social y político que significó el establecimiento de un régimen de autoridad en su medio, como el causante de la destrucción de su familia y la pérdida de su estilo de vida.

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