Y más todavía, como una actividad explícitamente realizada por quienes tienen una inclinación a producir obras artísticas mediante el lenguaje, con un objetivo primariamente creativo en sí mismo pero finalmente dirigido a su difusión en un medio social incluso como una forma de profesionalidad y un medio económico de vida y a la cual otros grupos de personas están atentas como lectores, analistas o estudiosos.
En tal sentido, de cierto modo todo lo que constituye el enorme acervo de textos registrados de la Humanidad, puede considerarse parte integrante de la literatura; incluso en aquellos casos en que esos textos no fueron escritos con un propósito deliberada o fundamentalmente artístico.
Además de los textos que procuraban recoger las tradiciones y fundamentos religiosos o históricos de los pueblos antiguos, han existido otras expresiones más directamente literarias, no escritas. Numerosos componentes del acervo literario que integra las diversas culturas, han llegado a ser conocidos y transmitidos por vía escrita mediante lo que se llama la recopilación; es decir, la transcripción recogida por escrito, de obras que venían siendo conocidas y repetidas mediante un método oral y que, por lo tanto, son anteriores a su puesta por escrito. Tal es el caso, por ejemplo, del romancero español medieval.
Pero esa situación no está reservada solamente a expresiones sumamente antiguas, incluso anteriores al conocimiento de la escritura; sino que en ciertos ambientes culturales, en tiempos recientes se han recogido expresiones literarias - o sus afines musicalizadas, las canciones - siendo producto de fuentes puramente orales, a veces a causa de la carencia de alfabetización de quienes las originaron o transmitieron.
Sin embargo, aunque en general la palabra literatura se refiera a producciones artísticas que emplean el lenguaje escrito, no puede omitirse señalar que también cabe considerar la existencia de una literatura oral, es decir, no escrita. Estas expresiones de la literatura oral han sido, evidentemente, las más frecuentes a lo largo de la historia, en función del escaso desarrollo de la alfabetización, que durante muchos siglos estuvo reservada a un número muy escaso de personas ilustradas, mientras las grandes masas permanecían en el analfabetismo. Por lo tanto, la literatura oral ha sido predominante durante siglos, en una época en que no solamente el destinatario (receptor al que no cabe designar como lector) era analfableto, sino en la mayor parte de los casos lo era el propio creador, que tampoco sabía leer ni escribir.
De tal manera, hasta las épocas relativamente recientes de los desarrollos tecnológicos iniciados con la invención de la imprenta por Gütenberg, las obras literarias sólo pudieron perdurar a través de la labor de los copistas, especialmente en los monasterios medievales; y aún a partir del desarrollo de la impresión de libros, durante varios siglos ellos resultaban inaccesibles a la lectura masiva. En tales condiciones, la literatura oral y la literatura representada, eran las formas más posibles de divulgación de las creaciones literarias.
La literatura oral podía transmitirse sea por la mera repetición lo cual es especialmente aplicable a ciertas expresiones literarias como los romances mediante una representación escénica más o menos organizada a menudo en formas muy someras y breves o mediante la lectura colectiva de los textos, efectuada en voz alta, en beneficio de un grupo de personas analfabetas.
Notoriamente, la literatura oral no solamente mantiene su vigencia en los territorios y poblaciones donde aún perdura un alto grado de analfabetismo; sino también en las sociedades desarrolladas en las cuales las canciones a menudo son más expresiones literarias que musicales, potenciadas por la difusión que les habilita la tecnología de la reproducción y difusión masiva. Así, han dado lugar al surgimiento de actividades específicas como las de los llamados cantautores, en las cuales están plenamente presentes los elementos referentes a las formas y los contenidos, y a su empleo como vehículo no plenamente racional de la propaganda de ideologías y subculturas, aumentado todavía, en este caso, por los componentes estéticos propios de la música.
La Literatura como expresión estética
y como forma de comunicación.
Naturalmente, el lenguaje es esencialmente un instrumento de comunicación de contenidos. Por tal motivo, aunque la obra literaria procure un uso especialmente destacado del instrumento lingüístico de que se vale; es asimismo a través de sus contenidos, que comunica y que elabora el objetivo de su expresión artística, el cual frecuentemente exorbita el ámbito del arte para incursionar en el de la propaganda de ideas.
Como regla general, la creación literaria es esencialmente una exteriorización: el escritor escribe para publicar y para ser leído. Tal vez no fuera correcto calificar de obra literaria aquella creación tan intimamente personal del autor, que solamente se satisfaga con haberla alcanzado para sí, sin aspiración alguna a cierta forma de exteriorización y consiguiente búsqueda de ser compartida.
Por ello, aún cuando en algunos casos pueda buscar un lucimiento por los logros puramente formales que alcance en el manejo del idioma (o incluso una gratificación personal e íntima, lo que es válido especialmente en la poesía); esencialmente el escritor busca transmitir el contenido de sus emociones, sus reflexiones, sus visiones o experiencias, frecuentemente sus ideas y concepciones del hombre, del mundo, de la sociedad y de la vida, tanto en el plano político como filosófico o religioso.
También es posible que aunque ello implique ya un cierto grado de manipulación el objetivo no sea tanto transmitir sus propias emociones o vivencias, sino suscitar en el lector determinadas reacciones emocionales por medio del vector artístico; ya que, si se tratara de suscitar una actitud de análisis y reflexión, el vector no sería estético sino racional, y el texto encasillaría no en la literatura, sino en el ensayo u otras clases de escritos.
El escritor es frecuentemente un artista que pretende hacer de su labor una actividad profesional; aunque también subsisten quienes practican la creación literaria con fines puramente de realización personal. Pero de todos modos, el componente de búsqueda de reconocimiento social, aunque sea por parte de los grupos reducidos o selectos integrados por sus afines, constituye sin duda uno de los motivantes básicos del escritor.
En este último sentido, es una realidad frecuente que quienes se consideran escritores, tienen vocación de serlo, o aspiran a hacerse un lugar en el llamado parnaso literario; frecuentemente se integran en grupos bastante cerrados de sus afines, a los que por lo común sólo puede accederse por intermedio de otros anteriores integrantes, donde se intercambian las creaciones, se discuten teorías estéticas, o ideologías diversas, se ensalzan tendencias o corrientes literarias, se trata de ser partícipe en la búsqueda de hallazgos formales, etc.
Son círculos a menudo denominados cenáculos como la célebre torre de los panoramas de Herrera y Reissig en los que suele imperar un alto grado de apasionamento a menudo de sectarismo y no pocas veces una reciprocidad ditirámbica en función de la cual todos se elogian mutuamente; con lo cual, en algunos casos, llegan a construirse estrellatos literarios en el resto de la sociedad, no siempre sustancialmente justificados.
No obstante salvo cuando la vanidad personal (que suele ser un componente del escritor) fuera extrema, y se viera satisfecha solamente por el halago de un pequeño grupo de allegados la aspiración final del escritor es comunicar para lograr en su lector una sintonía, cuando no una coincidencia y adhesión total, en la forma más masiva posible; lo cual, adicionalmente, en función de los derechos de propiedad intelectual, también puede constituir una excelente fuente de ingresos económicos tanto para escritores como para editores.
Al igual que ocurre con algunas expresiones musicales especialmente de tipo popular o generacional la producción literaria, que requiere de una industria editorial para difundirse, genera con ella una interacción en virtud de la cual las empresas dedicadas al negocio editorial necesitan a su vez alimentarse constantemente con contenidos nuevos.
La generalización del gusto por la literatura, a diversos niveles de calidad, da origen además de la industria editorial a otra serie de actividades conexas; tales como las columnas de crítica en los periódicos u otros medios de difusión masiva, así como a la propia docencia literaria y académica. Todo lo cual se retroalimenta, suscitando una actividad permanente entre todos sus componentes.
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La obra literaria como objeto de valoración.
Ello suscita la cuestión de la valoración literaria. Es indudable que la apreciación del valor que una obra literaria pueda merecer, es primariamente un factor estrictamente personal del lector. Y que, a menudo como en toda comunicación, por ser una resultante de la interacción bilateral entre autor y lector esa valoración no dependerá solamente de los factores estrictamente propios de la obra en sí, sino también de los elementos intrínsecos al contexto del propio lector como su receptor, que le llevarán a reaccionar de diversas formas en función de sus criterios preexistentes de valoración.
Uno de los objetivos del estudio de la literatura, por lo tanto, lo constituye equiparse para estar en mejor condición de valorar las obras literarias. Lo que se consigue, primeramente, a través del conocimiento de un conjunto de obras que forman un fondo cultural determinado (como puede la literatura de una época, de un país o región, de una corriente literaria, o la poesía de cierto tipo, o las obras de cierto autor, etc.); y asimismo del estudio de los instrumentos y técnicas artísticas empleados en su elaboración, ya sea el uso del lenguaje o los recursos narrativos, incluso sonoros particularmente en el caso de la poesía, etc.
La existencia de un mercado literario que se exterioriza en la industria editorial, en los comercios de venta de libros, en las columnas de crítica literaria, en la realización de exposiciones o ferias de libros, en los eventos de presentación de libros con presencia de su autor, autografiado de ejemplares, etc. con fines promocionales; todo ello, determina el surgimiento de un proceso de comunicación social que puede tener desde motivaciones puramente culturales hasta fines abiertamente publicitarios, aunque normalmente ambos coexisten en medida variable.
A través de esas manifestaciones, se forma en la sociedad o, por lo menos, en los sectores culturalmente más activos un estado de conocimiento y de opinión acerca de las obras literarias y de sus autores; sobre todo de aquellos que se encuentran en producción, a diversos niveles de notoriedad, de aceptación o, incluso, de sacralización. Como también, eventualmente, de cuestionamiento o de rechazo.
De manera que se convierte en un objeto de valoración social, el conocimiento de las obras literarias más clásicas o más en boga, el seguimiento de la evolución de los autores más cotizados; ya sea por un auténtico interés cultural, como en diversas manifestaciones de snobismo y del propósito de presumir, por parte de las personas, de estar al día o de ser cultos.
Todo ello da por resultado, en primer término, la formación de un fondo cultural en el cual se insertan autores y obras literarias que surgieron en el pasado, y que entre las muchas otras que les fueron contemporáneas y han sido olvidadas, han prevalecido y permanecido en la consideración de las sociedades como objetos valorables desde el punto de vista literario y artístico; así como sus autores y las corrientes estéticas en que se inscriben. Cuyo estudio enriquece la cultura personal, y aporta conocimientos adicionales en cuanto a los temas que abarcan; así como fundamentan toda una actividad cultural y académica en su torno.
Por otro lado, da por resultado también la creación de un ambiente en el cual tiene lugar el surgimiento de nuevas expresiones literarias, la valoración de algunos autores como productores de buenas obras literarias, el seguimiento de esa producción, el estudio de sus tendencias; abarcando ámbitos temáticos referentes a determinadas regiones o culturas, etc.
Otro factor que igualmente incide de modo importante en la promoción literaria, de obras y autores, está ligado a la comunidad de ideologías predominantemente políticas; aunque también de otros órdenes. En ese sentido, es bastante visible que del mismo modo que ocurre con la música popular determinados escritores son erigidos ante la sociedad, por quienes predominan en los medios de difusión o en los centros académicos, en figuras eminentes del arte, por encima de sus reales valimentos (aunque igualmente los posean); como un medio de promover sub-culturas propias de determinadas orientaciones o concepciones en otros órdenes de la actividad social o humana, por quienes participan de ellas.
Del mismo modo que, por similares razones, otros escritores y obras son excluídos de los programas de estudios docentes y de los ámbitos académicos, produciéndose en su torno una verdadera conspiración de silencio incluso cuando en otros tiempos o lugares hayan sido considerados como literariamente valiosos como medio de manipular no tanto su valoración artística, como la incidencia de sus concepciones filosóficas o políticas en la formación cultural de las nuevas generaciones.
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La forma y el contenido en la obra literaria.
Con ese enfoque, la literatura comprende numerosos aspectos. Existen muy variadas manifestaciones del arte literario; y aún, dentro de cada una de ellas, caben numerosas diferenciaciones.
Por ello, una de las cuestiones fundamentales que suscita la reflexión en torno a la literatura y sin duda las más encendidas polémicas a su respecto es aquella de las relaciones entre sus elementos formales, y sus contenidos.
Sin duda, existe un cúmulo de enfoques posibles, referentes a la utilización formal del lenguaje en la obra literaria; al empleo de las reglas gramaticales, de sus formas idiomáticas, de sus hallazgos expresivos, de sus técnicas de elaboración. Incluso, se suscita de inmediato la cuestión acerca de si en la literatura debe considerarse como elemento primordial el referente a las condiciones de empleo del lenguaje como instrumento formal susceptible sin duda de producir realizaciones estéticas apreciables en sí mismas o si debe prestarse preferente atención a sus contenidos.
Esto es así, especialmente porque una atractiva presentación formal puede envolver contenidos no tan excelentes; y de manera muy particular en cuanto un revestimiento formal atractivo e impactante puede ser el vehículo de contenidos que no deben ser impuestos a través de componentes emotivos o estéticos, sino necesariamente reflexivos. Así es que frecuentemente se habla de literatura comprometida, para aludir a obras en las cuales predomina un contenido parcializado hacia ciertas concepciones, ideologías, subculturas y sus escalas de valores; tanto sean dirigidas a refirmar los predominantes en la sociedad, como a impugnarlos.
Como expresiones que se valen del idioma escrito, puede estudiarse su valor en cuanto al correcto uso de ese idioma, a su repercusión filológica, incluso a su contribución a la consolidación y difusión de un idioma; como sucede sin duda con algunas obras monumentales como Don Quijote de La Mancha respecto del idioma español, o la Divina Comedia respecto del idioma italiano, etc. De hecho, la literatura y en general los textos escritos, como los periódicos ha sido a lo largo de muchos siglos el medio más importante de transmisión y aprendizaje idiomático; hasta la historicamente reciente imposición de la comunicación masiva oral y audivisual en los medios electrónicos, como la radio y la televisión, con el consiguiente y notorio deterioro del manejo escrito de idioma en amplios ámbitos poblacionales incluso los de buen nivel educativo.
En cuanto la literatura se sirve tanto de los modos de expresión idiomática en prosa como de sus formas versificadas; en estas últimas es factible su estudio atendiendo esencialmente a sus aspectos formales, en cuanto al seguimiento de ciertas reglas o pautas generales. Tales como los tipos de versos en cuanto a su extensión y ritmo tónico, a sus agrupamientos en estrofas, a sus pautas de rima; e incluso al desenvolvimiento de su contenido dentro de esa misma estructura versificada, como ocurre en el caso del soneto.
En la prosa, caben muchos modos de apreciación formal, ya sea acerca de la estructura sintáctica, del grado de riqueza en el empleo de las posibilidades idiomáticas; del empleo de recursos expresivos, como por ejemplo ocurre en Pantaleón y las visitadoras de Mario Vargas Llosa, al describir las acciones de su personaje principal.
Dentro de un análisis formal, que no se atiene a los contenidos, caben asimismo otras constataciones, como el empleo de diversas técnicas expositivas de su desarrollo; por ejemplo en Las sandalias del Pescador de Morris West, en cuanto alternativamente sus capítulos describen, unos los hechos ocurridos en la realidad, y otros, las introspecciones y reflexiones de su personaje central, que es un Papa.
O la frecuente recurrencia, especialmente en las obras literarias producidas luego del auge del cinematógrafo - y también de la televisión - a técnicas similares de exposición a las empleadas por esos medios; en las cuales se introducen primeros planos, planos generales, planos alternativos, travelings, close ups, etc., como ocurre, por ejemplo, en los cuentos de Horacio Quiroga.
En cuanto a sus contenidos, también existen diversos modos de analizarlos; desde el que pueda considerarlos como el objeto esencial de la comunicación que emana de la obra literaria, hasta la forma en que su elaboración emplea diversos elementos, tales como la riqueza y detallismo de sus descripciones, la penetración en la interioridad de los personajes que son presentados, la originalidad de las situaciones que se plantean en sus relatos y relaciones, o la forma en ellas que se resuelven.
De un modo especial, la estructuración y conjunción de esos componentes dan lugar al surgimiento de modalidades que, a partir de la reunión de diversas obras literarias en ciertos espacios y tiempos comunes, dan origen a la conformación de corrientes, escuelas, estilos, movimientos literarios, y aún a asociaciones con posicionamientos religiosos, filosóficos y políticos muy determinados.
En gran medida, siendo la literatura en definitiva una forma de expresión que, aunque pueda en algunos casos buscar sus efectos especialmente estéticos a través de su forma, apunta a comunicar contenidos; es una actividad que frecuentemente oscila entre el arte como determinante esencial, y el empleo de la atracción que provee el lenguaje estéticamente valorable, o de alguna manera brillante en su exteriorización formal, con fines de estructurar una vía de adhesión y convicción hacia sus contenidos.
Habitualmente se hace referencia al mensaje, para referirse al conjunto de las resultantes que, en el plano de los sentimientos, las acciones y especialmente las ideas, es el objetivo de la comunicación que el autor intenta emitir hacia el lector o espectador, mediante el instrumento estético del empleo del lenguaje de una manera artística. Ese enfoque artístico del empleo del lenguaje, que apunta a suscitar en el receptor una reacción de goce estético, es lo que en definitiva distingue a la literatura de otras expresiones de comunicacion lingüística, en que el lenguaje es empleado como un vehículo de conceptos racionales o descriptivos; como ocurre normalmente en las obras de discusión filosófica o política, de exposición conceptual científica o humanística, o de mero relato informativo.
Ese empleo del lenguaje de una manera especial, con un objetivo estético, es a menudo designado como la retórica; aunque esta expresión implica más bien una valoración no positiva del uso de recursos estéticos como vehículo para obtener el convencimiento no racional, respecto de ideas y conceptos que deben ser examinados preferentemente de manera racional y sin que la cobertura formal, estéticamente o idiomáticamente atractiva o ingeniosa de la retórica, debilite la actitud crítica y el análisis racional. En, ese sentido, debe distinguirse el arte literario de la propaganda de ideas o la exposición de posiciones filosóficas y sus similares; en cuanto en estas últimas el lenguaje debe ser empleado en forma cuidadosa pero con la finalidad esencial de transmitir claramente los razonamientos, y no como una cobertura artificiosa y atrayente desde el punto de vista estético.
Como ocurre en muchas otras formas de comunicación social, la literatura puede ser empleada y frecuentemente lo es como un medio de exponer, examinar y tratar de convencer, en relación a cuestiones que debiendo ser examinadas en forma objetiva y racional, son presentadas por intermedio de expresiones altamente emocionales, con el deslumbramiento de brillos estéticamente seductores. Que de alguna forma distraen al receptor de la índole sustancial del mensaje que recibe, y generalmente simplifican las cuestiones, predisponiéndolo a aceptar su contenido sin un examen racional, mediante esa forma de aproximación emocional.
La valoración de los contenidos de la obra literaria, por consiguiente, no puede prescindir del examen de los supuestos culturales que precisamente conforman el contexto de la obra, sus escalas de valores, sus concepciones en cuanto a la sociedad y las ideologías y los conceptos éticos que da por presupuestos, la legitimidad y verosimilitud de sus descripciones de personajes o de situaciones y del uso de los recursos expositivos; en definitiva, de la resultante final de la obra y su valoración en cuanto al tipo de influencia que procura ejercer sobre el público lector. Naturalmente, éste suele ser el campo más propicio a la polémica, y a la disparidad de juicios de valor en relación a las más importantes y trascendentes obras literarias; pero en ello, por encima de posiciones sectarias, lo importante es mantener una actitud racionalmente crítica e ilustrada.
El empleo de la literatura como instrumento en cierto modo panfletario, no constituye sin duda una práctica reciente. Ya Aristófanes, en la antigua Grecia clásica, se servía del teatro para satirizar, provocando juicios de valor a través de la presentación en el ridículo, de personas o instituciones de su sociedad. Dante Alighieri, en su paseo por el infierno, colocó en él no solamente a personajes generalmente desacreditados, sino también a algunos que él personalmente detestaba.
Por otra parte, la obra literaria - distinta de aquellos textos analíticos y expositivos de los temas, en forma sistemática y argumental, como el ensayo, que se presentan desde el inicio como una exposición dirigida al raciocinio es abordada por el lector en una actitud desprevenida en cuanto a la tensión racional que requiere el análisis de ciertos temas, generalmente aborda las cuestiones en forma simplificada, unilateralizada, y altamente subjetiva, mediante un enfoque que apunta a suscitar emociones antes de razonamientos.
Otras veces, esas expresiones artísticas, de corte literario, buscan preferentemente reforzar ciertas convicciones o concepciones en cuanto a determinadas cuestiones, para consolidarlas en su lector.
En algunos casos como ocurre especialmente en el teatro y en algunas otras formas de comunicación recibida en colectivo, como la oratoria el mensaje contenido en la obra literaria aprovecha de ese factor, para promover no solamente la vibración altamente emocional del individuo en sí mismo; sino valerse de la proximidad o el agrupamiento que propicia una asimilación aprobatoria masiva, a partir de quienes siendo más predispuestos a aceptarlo, impulsan el surgimiento de un ambiente colectivo, como ocurre a través del aplauso y otras formas de aprobación colectiva, o de rechazo.
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En el encuadramiento cultural de la obra literaria influye el conjunto de circunstancias y condiciones de muy diversa índole que opera en torno a su surgimiento y a su contenido. Como pueden ser las referentes a la personalidad del autor, a sus impulsos ideológicos, religiosos, filosóficos o políticos; al ambiente social que lo determina o sobre el cual procura influir; incluso a ciertas razones oportunistas, que pueden suscitar un especial interés en un tema, como ocurre a vía de ejemplo con Y el tercer año resucitó de Vizcaíno Casas, publicada poco antes de cumplirse el tercer aniversario de la muerte del Gral. Francisco Franco.
Desde el mismo punto de vista formal o idiomático, en cuanto sean vehículo de registro de costumbres y estilos lingüísticos de diversas comunidades culturales, las obras literarias pueden constituir verdaderos catálogos de las modalidades de expresión de esas comunidades o centros; tal como sucede respecto del idioma inglés con las 13 obras de Ian Fleming y su personaje James Bond, en sus versiones originales, que van exponiendo peculiaridades idiomáticas del inglés en numerosos lugares y ambientes.
Pero igualmente se incluyen en el concepto de literatura clásica obras más recientes, ya sean las ya mencionadas grandes obras de los comienzos de la consolidación de las lenguas romances en el Renacimiento italiano (la Divina Comedia), español (el Quijote), francés y también inglés (las obras de Shakespeare) y alemán, entre otras. Como así también obras que, producidas en períodos más cercanos, se consideran especialmente representativas de determinados valores, como por ejemplo el gauchesco Martín Fierro, o los muy madrileños Artículos de costumbres de Mariano José de Larra.
Principales géneros y estilos literarios.
En la inmensa vastedad de textos que conforman el fondo cultural literario de la humanidad, y a los que se agrega la continua producción de nuevas obras, es posible categorizar diversos géneros y estilos; fundamentalmente atendiendo a su contenido, aunque en cierta medida también a su forma.
En este último aspecto, la principal distinción que cabe formular es aquella entre las obras literarias escritas en prosa, y las escritas en verso. Naturalmente, si bien en la prosa caben cierto análisis específicamente formales, es en las obras en verso en las que este componente formal adquiere mayor significación; dado que es un formato que establece de por sí ciertos elementos tales como la métrica, la rima, el ritmo y hasta la sonoridad en su recitado que dan lugar a especiales consideraciones formales.
Como regla general, la forma versificada se emplea en las obras literarias en relación a contenidos de carácter predominantemente emotivo, incluso referido a vivencias y sentimientos altamente subjetivos; dando lugar al surgimiento del concepto de la poesía lírica y del poema como un componente especial del objeto de los estudios literarios.
No obstante ello, la forma versificada es utilizada de igual modo en creaciones literarias que tienen contenidos diversos de aquellos; ya sea que de todos modos apunten a suscitar emociones como ocurre con expresiones de exaltación patriótica, del tipo de La Leyenda Patria de Juan Zorrilla de San Martín o que persigan otros fines estéticos y artísticos, como puede ocurrir en diversos tipos de versos humorísticos o satíricos en que, a veces, ese efecto es procurado mediante el uso de instrumentos propios de la versificación.
En relación a la literatura en prosa aunque en algunos casos puede comprender igualmente a la literatura en verso se distinguen diversos géneros literarios:
La lírica en que predomina un contenido referido a sentimientos.
La narrativa en la cual el contenido apunta esencialmente a exponer descripciones, hechos y sucesos tanto reales como ficticios o sus combinaciones.
La dramática considerando el drama como la forma literaria dirigida a su representación teatralizada, donde se exponen acciones cumplidas por personajes que son representados en el escenario teatral por los actores. Existen formas más complejas de la obra literaria teatral, en que participan otras formas artísticas, especialmente la música (en la ópera o en la comedia musical); aunque obviamente es inherente al teatro la participación de actividades en cierto modo artísticas, como la escenografía y la ambientación, vestuario, etc.
Asimismo, tanto que se trate de expresiones literarias estructuradas en prosa como en verso, suelen distinguirse determinados géneros o estilos literarios entre los que, en una enumeración muy primaria y general, pueden mencionarse:
La literatura histórica cuyo fin es exponer contenidos históricos, no necesariamente con extremada o absoluta fidelidad, sino a menudo intercalando personajes y episodios reales con otros imaginarios, o situaciones reales parcialmente conocidas, pero interpretadas en determinados sentidos; o alterando los tiempos de ocurrencia de los sucesos reales.
La literatura épica que es en cierto modo una especie de la anterior, pero en la cual el tema central lo constituye por lo general un episodio histórico o un personaje de especial trascendencia, al que se exalta.
La literatura religiosa que toma como eje central de su contenido temas, hechos o personajes vinculados a confesiones o instituciones religiosas.
La literatura costumbrista que recoge y expone costumbres de determinadas épocas, lugares, o círculos sociales, tanto en sus aspectos exteriores como en sus relaciones, valores, etc.
La literatura picaresca que en buena medida puede considerarse una variedad de la anterior, pero en este caso referida a un cierto estilo de vida ubicado en cierta época y ambiente social, el pícaro español.
La literatura gauchesca que también puede considerarse una variedad de la literatura costumbrista, en este caso referida a un tipo humano peculiar, como lo fue la figura prototípica del gaucho.
La literatura satírica que está dirigida a exponer personas, situaciones o costumbres, en forma de ridiculizarlas o de dejar en evidencia defectos y contradicciones de su condición o de sus conductas.
La literatura de ficción en la cual predomina como eje de su contenido lo que suele designarse como un argumento, una trama imaginaria de hechos, sucesos y personas, que resulta atrayente para el lector, que suscita espectativas acerca de su desenvolvimiento; pero que a menudo incluye otros componentes importantes, tales como la delineación de las personalidades de sus protagonistas, de sus actitudes culturales o éticas, de relaciones de diversa índole entre entidades o instituciones insertas en esa trama, y muchos otros elementos que enriquecen el contenido de la obra.
Existen asimismo otros géneros literarios menores, que en cierto modo pueden considerarse como tales, como la novela policial, que en algunos casos posee méritos valorables y tiene autores destacados como Sir Arthur Conan Doyle el creador de Sherlock Holmes, o los coautores ocultos bajo el seudónimo de Ellery Queen, cuyas obras extreman el rigorismo del análisis lógico; o las obras de Agatha Cristie, o de John Le Carré. En esta categoría caben, asimismo, las producciones de la novela rosa, dirigidas a un público preferentemente femenino; o los llamados comics, especialmente por el importante impacto cultural que poseen en ciertos niveles de población, al menos en algunas sociedades.
En relación a las obras literarias cuyo contenido se refiere en forma central a relatos de hechos, en torno a los cuales se exponen asimismo personajes, lugares, y otros elementos, se distingue, atendiendo no solamente a su estructura sino también a otros elementos componentes, el cuento y la novela.
El cuento se reconoce primariamente por ser un relato de corta extensión, que por lo tanto necesariamente ha de involucrar un número reducido de personajes, y ha de transcurrir en un espacio muy delimitado y en un período de tiempo relativamente breve. Como género literario es particularmente difícil, a causa de las limitaciones que esos elementos determinan; al mismo tiempo que permite al escritor, hacer especial gala de sus capacidades como tal, y obtener en el lector una respuesta muy intensa e inmediata.
La novela, en cambio, conformada por un relato de mucho mayor extensión, habilita la inclusión no solamente de más de una línea argumental, frecuentemente entrecruzando hechos y personajes, sino que posibilita una mucho mayor variedad de escenarios y transcursos cronológicos; que en algunos casos pueden alcanzar gran desarrollo. Y, por supuesto, puede asumir las mismas variedades temáticas antes reseñadas, combinándolas de las más diversas maneras.
La novela constituye sin duda uno de los géneros literarios más ricos y variados; dentro de la cual se encuentran contenidos tan diversos como la novela intimista del tipo de Mmde. Bovary de Gustavo Flaubert, la novela histórica como Salambô del mismo Flaubert que transcurre en la Cartago en la epoca de las Guerras Púnicas, o La Guerra y la Paz, de Tolstoy, característica de la novelística rusa por la gran cantidad de personajes y el detallismo de sus relatos; la novela política como El gatopardo, de Lampedusa o 1984 de Orwell, las crónicas de costumbres como Doña Flor y sus dos maridos de Jorge Amado, hasta la imaginativa saga de cienciaficción de las Crónicas marcianas y El hombre ilustrado de Ray Bradbury; y cientos más. Ya que no hay duda de que la novela es el género literario más atractivo, más cultivado y más moderno.
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