Esas poblaciones indígenas son todas ellas integrantes de un gran grupo étnico y lingüístico al que se designa como guaraní-tupí, del cual en realidad se conoce bastante poco. Ocuparon en el sur del continente americano de la costa atlántica, en forma relativamente dispersa, un vasto territorio que puede situarse hacia abajo de la selva amazónica hasta algo al sur del Río de la Plata, y desde la costa del océano hasta una distancia no muy definida al oeste del Río Paraná.
Al parecer, eran indígenas situados en un nivel de desarrollo general bastante inferior al de otros pueblos de la América primitiva; que no habían superado la etapa de meros nómades recolectores de alimentos naturales, por lo que vivían básicamente de la caza y la pesca, y de la utilización de vegetales de crecimiento espontáneo. Como consecuencia, no habían desarrollado habitaciones estables ni de relativa solidez; como tampoco poseían otras armas que las resultantes del empleo de ramas de árboles o piedras. También parece - atendiendo a algunos hallazgos arqueológicos - llegaron a disponer algunos elementos de cerámica.
De tal manera, las poblaciones de origen guaraní de la zona sub-tropical atlántica sudamericana, se encontraron bastante lejos de alcanzar el grado de evolución de otras poblaciones indígenas del continente; como pueden ser los incas en el sur y los mayas y aztecas en el norte, que desarrollaron una economía diversificada en base a algún cultivo básico - el maíz - y hasta estructuras políticas bastante avanzadas y una civilización que puede considerarse urbana. Por supuesto, no conocían la escritura.
Hasta que los europeos introdujeron el ganado vacuno y caballar, la fauna autóctona no comprendía casi animales de cierto porte y utilidad; con la relativa excepción de los avestruces, que se supone cazaban empleando las boleadoras: juego de tres esferas de piedra atadas a una especie de cordeles unidos en el otro extremo, teniendo en la mano el cual eran giradas en el aire y luego lanzadas para enredar las patas del ave corredora, incapaz de volar.
Cabe presumir que la piel y plumas del avestruz fueron casi los únicos elementos con que contaron para confeccionarse abrigos y cubrir sus precarias viviendas; por lo menos hasta que dispusieron de los cueros vacunos.
Por otra parte, la colonización de las zonas del Río de la Plata no tuvo inicialmente las características de explotación territorial y económica que, en otras zonas del continente americano, llevaron a incorporar a los indígenas a su estructura; bajo sistemas tales como las encomiendas, la mita y el yanaconazgo, como formas de utilizar su mano de obra en haciendas ganaderas o agrícolas. Solamente bastante tiempo después de la llegada europea a la zona del Plata, se organizaron las misiones evangelizadoras encabezadas por los religiosos jesuítas; que iniciaron cierto proceso de civilización de los indígenas, aunque no llegó a integrarlos a la sociedad colonial.
Se considera de tanto los yaros, como los guenoas, bohanes y minuanes eran grupos de los propios charrúas. Lo cierto es que hacia la iniciación de la época colonial habían quedado prácticamente confundidos con ellos; del mismo modo que en los primeros tiempos de la colonización, empujados por los colonos entre otros motivos, se fueron desplazando continuamente de sus asentamientos originarios y por lo mismo confundiéndose cada vez más, por lo que usualmente se les ha designado genéricamente como charrúas.
Los Charrúas
Provenientes al parecer de la zona pampeana, ocupaban un área cercana al Río de la Plata, actuales Departamentos de Rocha, Maldonado y Montevideo, aproximadamente; en tanto que en la costa de los actuales Departamentos de San José y Colonia estaban los chanás, provenientes del mismo tronco étnico. Por el oeste lindaban con los territorios ocupados por los yaros; pero hacia el norte se encontraban separados por una vasta zona desploblada, de los asentamientos más avanzados de los guaraníes que ocupaban el actual territorio sur del Brasil, hacia la cual fueron desplazándose progresivamente a medida que avanzaba la colonización y también como consecuencia de diversos movimientos militares durante la época revolucionaria.
Originariamente muy belicosos, se les atribuye haber dado muerte al navegante español Juan Díaz de Solís, cuando desembarcara sobre la costa en el viaje que comandaba, y que produjo el descubrimiento del Río de la Plata. Destruyeron todos los primeros establecimientos de los colonos, generalmente de construcción ligera; lo que produjo en buena medida que el territorio al oriente del Río Uruguay fuera dejado yermo por los colonizadores españoles afincados en Buenos Aires; y que solamente Hernando Arias de Saavedra desembarcara allí unos cuantos ejemplares de ganado vacuno, para dejar que se reprodujera espontáneamente.
Por eso mismo, el territorio por el cual vagaban los charrúas no fue atendido, hasta que los portugueses fundaron la Colonia del Sacramento, llevando a que se decidiera construir una posición muy fortificada en la bahía de Montevideo, lo que determinó que los indios se alejaran de la costa, hacia el norte; absorbiendo y extinguiendo a las poblaciones de los yaros y los bohanes.
Posteriormente, con el progresivo asentamiento de colonos y el desarrollo de estancias ganaderas cada vez más hacia el norte, las poblaciones indígenas más rudas que no se integraban en las actividades ganaderas ni se mestizaban se mantuvieron en gran medida dentro de los altamente despoblados territorios; depredando los ganados y a menudo agrediendo a los pocos colonos. Lo que llevó a la constitución en Montevideo del Cuerpo de Blandengues para combatirlos en el cual se creó un batallón de pardos y mulatos integrado por esclavos liberados, y mestizos de diversos orígenes.
Según parece, eran de fuerte complexión física, siendo su talla algo superior a la media de los españoles; generalmente delgados, y con un color de piel muy oscuro, ojos negros, y al parecer estaban dotados de excelente sensibilidad visual y auditiva. No tenían barbas aunque sus cabellos eran muy negros, aún en los ancianos, se mantenían espesos no obstante la edad; y los llevaban muy largos ya que no los cortaban, aunque solían atarlos con alguna especie de cordel, adornándolos con plumas, como también usaban vincha.
Su organización social era en grupos tribales, compuestos de una decena de familias, o poco más; y tenían un jefe o cacique, cuya principal función era dirigirlos en combate. Sus alojamientos consistían en simples tolderías, que construían con un armazón hecha con algunas ramas verdes de árboles, que curvaban hincando en tierra ambos extremos, cruzando unas con otras y colocando sobre ellas cueros de vaca, a donde penetraban por un escaso agujero. Normalmente iban desnudos, aunque en épocas de frío vestían algún cuero al que hacían un agujero para pasar la cabeza (antecedente del poncho gaucho); y solamente en los últimos tiempos usaron algunas telas obtenidas de los colonos. Carecían de todo aseo o costumbre de bañarse, por lo que exhalaban un verdadero tufo.
Considerando que casi todos los elementos de que se servían en la época de la colonización, provenían del ganado introducido por los españoles, es de suponer que antes de su llegada su cultura y condiciones de vida hubieron de ser totalmente primitivas.
Los caracteres principales de su grado de desarrollo pueden resumirse así:
Formaban grupos de cazadores, recolectores y pescadores
Usaban como armas el arco, flechas, boleadoras y rompe-cabezas
Practicaban un comercio primitivo
Se agrupaban en familias y tribus
No conocían la propiedad individual
Tenían una división del trabajo por sexo y por edad
Habitaban viviendas de juncos, ramas y cueros
Reconocían la autoridad de un jefe o cacique, especialmente en el combate
Usaban una vestimenta primaria, el quillapi
Tenían creencias muy primitivas:
el espíritu maligno gualicho
en una vida de ultratumba, por lo que hacían enterramientos colectivos, los cerritos de indios
Se practicaban mutilaciones en señal de duelo.
A estar a los relatos de Félix de Azara - escritor naturalista español que estuvo en Montevideo a partir de 1781 y que siendo ingeniero de tierras fue auxiliar de Artigas en sus actividades como Capitán de los Blandengues en su libro Viajes por la América meridional, su comportamiento cultural era muy tosco, sin que tuvieran una religión o adoraran alguna fuerza de la naturaleza; ni practicaran danzas o cantos. Sus gestos eran monocordes, sin que siquiera expresaran alegría con risas.
Hablaban una lengua particular, aunque derivada del guaraní; de sonidos sumamente guturales, que pronunciaban moviendo escasamente los labios y empleando preferentemente la garganta y la nariz.
Habían aprendido a cabalgar en pelo con habilidad y lo hacían armados con una larga lanza de caña tacuara que podía alcanzar a una longitud de unos 3 metros, en cuyo extremo solían colocar un elemento afilado, hecho con planchuelas de hierro, que al parecer habían obtenido en tratos con los incursores portugueses que venían desde el Brasil. También usaban flechas cortas que llevaban reunidas y colgadas a su espalda.
Generalmente rastreaban las partidas de milicianos españoles que se adentaban en el territorio, permaneciendo siempre en sus cercanías; aunque raramente les presentaban combate. Cuando lo hacían, atacaban al galope de sus cabalgaduras, profiriendo fuertes gritos y matando a todos los hombres, para conservar como prisioneros solamente las mujeres y los niños, a quienes integraban en su grupo. Esta práctica dió motivo al argumento de una de las obras más valiosas de nuestra literatura, el poema Tabaré de Zorrilla de San Martín.
Por tal motivo, a pesar de su atraso cultural, durante cierta época causaron grandes dificultades a los colonizadores; y dada la imposibilidad de someterlos o asociarlos a la sociedad colonial, fueron siendo exterminados, tanto que en la época de las campañas libertadoras, quedaban apenas algunos cientos de individuos. Dice Azara que no eran más de 400.
El único ceremonial que se conoce que practicaban, era de carácter fúnebre. El muerto era conducido a una pequeña elevación del terreno, donde al parecer se inhumaba a todos los fallecidos, y se le enterraba conjuntamente con sus armas, ropas y demás objetos que le habían pertenecido; lo que originó los yacimientos arqueológicos charrúas conocidos como los cerritos.
A veces, parece que si el muerto lo había dispuesto así, se sacrificaba sobre su tumba a su caballo más apreciado. Las mujeres acostumbraban cortarse los cabellos en signo de duelo por la muerte de su padre, hermano, o esposo. E incluso, si el muerto era el marido, se cortaban una falange del dedo meñique o de algunos dedos más; por lo que dice Azara no haber visto ninguna mujer charrúa adulta que tuviera completos los dedos de sus manos.
Al parecer, ésa y otras prácticas de autoinfligirse lesiones, sería el origen de su nombre; ya que la palabra charrúa signicaba en lengua guaraní los que se mutilan a sí mismos. Eso también podría originarse en que, al decir de Azara, era costumbre que las madres perforaran el labio inferior de los hijos varones muy poco después de su nacimiento, para introducir en ese agujero un trozo de madera o barbote, que luego seguían usando durante toda su vida.
Se atribuye el exterminio de los últimos charrúas a una matanza efectuada por milicias al mando del Gral. Rivera; aunque en realidad, en la llamada matanza de Salsipuedes si bien murieron unos 40 indígenas sobre todo caciques, sobrevivieron alrededor de 300, principalmente mujeres y niños.
Sin embargo, las crónicas indican que quedaron con vida cuatro indios, de nombres Sanaqué, Tacuabé, su mujer Guyunusa y Vaimaca-Pirú; y que éstos fueron llevados prisioneros a Francia, exhibidos como ejemplares de una raza exótica y sus mascarillas incorporadas al Museo de Historia de París. También se afirma que Guyunusa tuvo una hija y que su padre Tacuabé logró escapar con ella, perdiéndose su rastro. Vaimaca-Pirú fué momificado, habiéndose devuelto su momia al Uruguay, recientemente. Estos son los individuos charrúas representados en una escultura existente en un parque de Montevideo, obra del escultor Edmundo Prati.
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