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          H I S T O R I A

ROMA ANTIGUA
La conquista del Mediterráneo (264 - 133 a.C.)
Las guerras púnicas


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Los fenicios de Cartago | Primer guerra púnica
Consecuencias: la expansión romana y cartaginesa | Segunda guerra púnica
Conquista de Macedonia y Siria | Tercera guerra púnica: Conquista de África y España
Lecturas recomendadas


Los fenicios de Cartago

A mediados del siglo III a.C., Roma había acumulado dos siglos y medio de historia; y se encontraba como la última gran potencia, recién llegada al ámbito del mar Mediterráneo; en torno al cual, a lo largo de los siglos, habían surgido y caído varios imperios.

En Italia, la nación etrusca era poco menos que un recuerdo. En la zona del mar Egeo, la Grecia clásica había quedado sobrepasada por el nuevo Estado macedonio, cuyo gran general Alejando Magno había destruído al Imperio persa, gran rival de las ciudades griegas. Pero la potencia greco-macedonia había tenido corta vida, y se había convertido en tres monarquías, que en los territorios de Asia Menor, Siria, la Mesopotamia del Eufrates y el Tigris (actual Irak), y el Irán era ejercida por la dinastía de los Seleúcidas; en Egipto, Chipre, Cirenaica (la actual Libia), el Helesponto y Tracia por la de los Tolomeos; y en Macedonia y Grecia por los Antigónidas.

Las antiguas colonias griegas de la Magna Grecia, que constituían en muchos aspectos el depósito de la vieja cultura helénica, subsistían en medio de un mundo cambiante. Tarento había caído bajo el predominio romano; y la siciliana Siracusa enfrentaba las ambiciones expansivas de la africana Cartago, poderoso remanente de la antiquísima civilización fenicia.

Los fenicios, de origen semita, fueron uno de los pueblos de la época antigua del Cercano Oriente que construyeron una civilización muy avanzada centrada en la ciudad de Tiro, en la actual Palestina; la cual se caracterizó por haber desarrollado extensamente la navegación y el comercio por el mar Egeo y el Mediterráneo.

Sus expediciones los llevaron a instalar bases y factorías en las costas del Mediterráneo, algunas de las cuales se constituyeron en verdaderas colonias, entre las que la ciudad de Cartago alcanzó un importante desarrollo, y hacia el Siglo III a.C. se había convertido en una verdadera gran potencia naval y comercial en el área del Mediterráneo central.

Cartago

Como Roma, Cartago tenía una versión legendaria de su origen. Dido, hija del rey de Tiro había huído de su ciudad cuando su hermano mató a su esposo; y costeando el norte africano decidió fundar una ciudad en la actual ubicación de Túnez; que fue llamada Kart Hadasht: Ciudad Nueva.

La expansión de Cartago se atribuye a las campañas de Alejandro Magno de Macedonia, determinantes de que huyendo de Sidón y de Tiro, numerosos fenicios adinerados se radicaran en ella y desarrollaran la agricultura, la industria y sobre todo el comercio marítimo.

Los cartagineses cultivaron en forma intensiva los olivos, la viña, la producción frutícola. Obviamente elaboraron aceite y vino; pero también tenían una importante industria metalúrgica y por supuesto naval. Como navegantes, salieron al Atlántico y bordearon las costas de África al sur por varios miles de kilómetros, y también la península ibérica hacia el norte; lo cual les permitía comerciar exclusivamente muchos productos exóticos, como el marfil.

La ciudad era una urbe sumamente moderna para su tiempo. Mucho antes que otras contemporáneas, contaba con edificios de más de diez pisos, y lujosos palacios con grandes jardines y piscinas. En el centro existía una ciudadela fortificada, donde se guardaban las principales riquezas, con capacidad para albergar 20.000 soldados, 4.000 caballos y 300 elefantes; animales, estos últimos que los cartagineses fueron los primeros en emplear como arma de guerra. El puerto era de enormes dimensiones, contando con 220 muelles construídos de mármol.

La antigua colonia fenicia de Cartago, en los principios del siglo III a.C. era una de las potencias más poderosas en la zona del mar Mediterráneo, que dominaba las costas del norte de África desde la actual Túnez hasta las que los griegos llamaron “Columnas de Hércules” — el Estrecho de Gibraltar — regía sobre varias ciudades costeras en la península ibérica, y poseía las islas que bordeaban el mar Tirreno, Córcega, Cerdeña y el oeste y norte de la isla de Sicilia que compartían con las principales colonias griegas de Siracusa y Messina.

Pero el poder de Cartago tenía importantes diferencias con la índole de la potencia que tradicionalmente habían tenido los imperios precedentes. Consecuente con la tradición fenicia, Cartago era una potencia dedicada esencialmente al comercio marítimo. De tal manera, había alcanzado una importante prosperidad económica y una fuerte potencialidad especialmente naval. En ese sentido se encontraba mucho más adelantada que la Roma de la época de los reges y de los primeros tiempos de la República patricia.

El de Cartago era sobre todo un poderío marítimo y comercial; que se expresaba en su numerosa flota comercial y de guerra y, más que en la colonización de grandes territorios, en la fundación de bases navales y factorías a lo largo de las costas de las aguas surcadas por sus navíos. El sometimiento de las poblaciones a su poder político tenía como objetivo principal asegurarse el monopolio de los intercambios comerciales; de manera que los cartagineses no se preocupaban demasiado de realizar fortificaciones ni de mantener ejércitos propios cuantitativamente importantes.

A principios del siglo III a.C., Cartago era seguramente el imperio más rico del mundo civilizado, con una total superioridad naval, pero con un ejército casi exclusivamente compuesto por mercenarios y los extranjeros provenientes de sus territorios vecinos, especialmente de Numidia donde se había desarrollado la caballería militar.

El gobierno de Cartago, al igual que en Roma, estaba en manos de una aristocracia; aunque también enfrentaba similares conflictos internos a los que ocurrían en Roma entre el patriciado y la plebe. Pero la civilización cartaginesa tenía rasgos diversos de la cultura romana; era rica y refinada, y propicia al lujo y a la innovación de las costumbres, en oposición a la tradicionalista cultura agraria de los romanos.


Durante los primeros siglos de su existencia, Roma había establecido con Cartago una relación basada en dos tratados de “no agresión”, que habían reservado para cada una de ellas sus respectivas esferas de influencia; y que han llegado hasta la posteridad fundamentalmente por los relatos del historiador greco-romano Polibio. Sus esferas de influencia estaban territorialmente alejadas, y la actividad comercial cartaginesa no afectaba los intereses de las etapas iniciales de Roma, que, por muchos siglos, creció y se expandió sobre una base puramente continental y esencialmente agraria, ajena a todo interés naval y comercial.

Según Polibio, Roma habría celebrado con Cartago tres tratados de no agresión y de alianza defensiva; el primero de ellos en época muy antigua. De cualquier manera, seguramente fueron celebrados dos, el primero de los cuales tuvo lugar en el año 510 a.C., en la época de las invasiones de los galos, la conquista de Veyes, la sublevación de la Liga Latina, y de las guerras samníticas. Este tratado reservó a Cartago el dominio del mar Mediterráneo y del comercio en las costas italianas, a cambio de asegurar a Roma la tranquilidad militar que le permitiera enfrentar esas campañas en el interior de Italia.

El segundo tratado se celebró en el año 348 a.C., en la época de las guerras de Nápoles y de Tarento, cuando los cartagineses aprovecharon habilmente la coyuntura de la necesidad de Roma de contar con un aliado poderoso en el Mediterráneo central, para enfrentarse al ejército de Pirro contratado por Tarento. En este tratado, Roma dejó a merced de los cartagineses toda la isla de Sicilia que, aunque en principio quedó en poder de Pirro al derrotar a los cartagineses, finalmente volvió a caer bajo la influencia cartaginesa cuando Pirro optó por retirarse para volver a luchar con Roma en defensa de Tarento.

Pero la evolución de los hechos históricos, que condujo a que Roma alcanzara el dominio sobre toda la península italiana, ya sea imponiendo su autoridad o su protectorado, y se convirtiera así en la gran potencia militar y económica que llegó a ser hacia los inicios del siglo III a.C., había de conducir a un enfrentamiento con Cartago que, a su turno, había alcanzado lo que vendría a ser el apogeo de su poderío.

Ese enfrentamiento con los phoeni (fenicios), como los romanos designaban a los cartagineses, se desarrolló a lo largo del siglo que insumieron las tres guerras púnicas, (264 a 241, 218 a 201 y 149 a 146 a.C.) que finalizaron con la derrota final y destrucción total de Cartago, y con la imposición del predominio de Roma en todo el mar Mediterráneo, que así se convirtió en un gran lago romano.

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Primer guerra púnica (264 - 241 a.C.)

La guerra de Tarento, culminó con el sometimiento de la antigua colonia griega a un protectorado romano; pero al mismo tiempo, la estrategia seguida por Roma al convocar a Cartago en su auxilio para combatir al ejército de Pirro en Sicilia, trajo como consecuencia que al ser vencido Pirro, Cartago quedara ejerciendo su dominio sobre casi la totalidad de la isla siciliana en especial la ciudad de Messina; además del que desde antes venía ejerciendo sobre las otras islas principales del mar Tirreno, Córcega y Cerdeña.

Los cartagineses habían dominado absolutamente la navegación comercial en el mar Tirreno, enmarcado por las costas occidentales de la península italiana y las tres grandes islas de Córcega, Cerdeña y Sicilia; pero de todos modos, los romanos habían comenzado a desarrollar su propia navegación sobre las costas italianas. De manera que al término de la guerra de Tarento, y a pesar de su acuerdo diplomático con Roma, los cartagineses veían con desagrado la creciente presencia romana en esas aguas.

En los hechos, el equilibrio de poderes entre Roma y Cartago existente con anterioridad al reciente tratado, se había alterado de manera importante luego de finalizada la guerra de Tarento. El poder territorial de Cartago se había expandido en un área demasiado cercana a la zona de predominio romano; y su dominio de la isla de Sicilia le dejaba en condiciones de cruzar el angosto estrecho de Messina, e invadir el territorio italiano ahora controlado por Roma. Al mismo tiempo, continuar convalidando el monopolio marítimo cartaginés en el mar Tirreno se había vuelto contrario a los intereses expansivos de Roma.

Por otra parte, un siglo de guerras y conquistas había causado profundos cambios en Roma. La incorporación como ager publicus (tierras públicas) de los nuevos territorios conquistados, había permitido la formación de grandes propiedades agrarias; que el patriciado había incorporado a su patrimonio haciendo caso omiso de las leyes licinias, al mismo tiempo que obtenido a precios ínfimos los esclavos provenientes de los pueblos derrotados. La victoria sobre Pirro y Tarento, había imbuído a los dirigentes romanos de una enorme confianza en la superior capacidad militar de sus legionarios.

Al mismo tiempo, el contacto con las ciudades y la civilización helénica de la Magna Grecia, produjo un gran impacto cultural en la aristocracia romana. Los griegos se instalaron en gran número en Roma, principalmente como preceptores en la educación de los jóvenes y como allegados y consejeros de muchos dirigentes políticos y militares, que apreciaban su superior nivel de cultura y su gusto por las artes.

Durante la guerra de Tarento y la invasión de Pirro a Sicilia, la ciudad helénica de Siracusa gobernada por Agatocles, contrató a un ejército de itálicos como mercenarios; pero al ser licenciados se habían apoderado de la ciudad de Messina y sus territorios aledaños bajo la denominación de mamertinos (hijos de Marte). Los siracusanos trataron durante varios años de recuperar el dominio en Messina, hasta que en el 270 a.C. y bajo el comando de Hierón, los mamertinos se encontraron sitiados.

El pedido de auxilio que la ciudad de Messina hizo entonces al Senado romano, para librarse del asedio siracusano, constituyó la oportunidad que originó el estallido de la guerra entre Roma y Cartago. El Senado no estaba mayormente inclinado a intervenir en Sicilia, lo cual significaba declarar la guerra a Cartago; pero ya en Roma existía una fuerte corriente de opinión enderezada a propiciar la expansión militar, a causa de las ventajas que ello reportaba en el orden económico. Ante la presión de quienes postulaban que, si Roma no se enfrentaba al poder cartaginés en Messina terminaría prontamente bloqueada y ahogada, según resalta Polibio, el Senado convocó a los comicios centuriados para que resolvieran la cuestión; y en ellos triunfaron ampliamente los partidarios de ir a la guerra. La primer guerra púnica había de durar 23 años.

Las armadas cartaginesa y romana

Las fuerzas navales de Cartago eran muy superiores a las de Roma, aún cuando éstas se integraban con los barcos de los etruscos y de las antiguas colonias de la Magna Grecia.

Los barcos de combate eran de madera, y si bien contaban con velas, se impulsaban esencialmente mediante varias filas de remeros colocadas en forma superpuesta a lo largo de las bandas. La técnica básica del combate naval, se basaba en que los buques estaban provistos en sus proas de grandes espolones a nivel del agua; de manera que el atacante debía posicionarse en forma perpendicular al buque enemigo, y tratar de embestirlo para destruirlo y hundirlo. Las únicas armas que podían utilizarse para atacar o defenderse a distancia, eran los arcos lanzadores de flechas, o algún tipo de catapulta adaptada a su uso en la guerra naval, que resultaban muy poco efectivas.

Por su parte, los cartagineses — que contaban con abundantes esclavos africanos para tripular sus naves en calidad de remeros — habían desarrollado un barco de guerra que, siendo similar al trirreme de origen griego, contaba con dos filas más de remeros, por lo que se designa como el quinquerreme; y que por lo tanto era superior en velocidad y potencia de ataque, al contar con 200 remeros, más una tripulación de 120 soldados.

Los romanos, sirviéndose como modelo de un quinquerreme cartaginés que encalló en las costas italianas del sur, construyeron rapidamente una flota de 120 barcos; que equiparon con un nuevo dispositivo consistente en un puente levadizo colocado sobre la cubierta superior dotado de un gancho metálido en su extremo, que al colocarse el barco junto al enemigo eran descendidos sobre su cubierta, lo que permitía engancharlo y abordarlo. De esta manera, los romanos embarcaron legionarios en sus buques, y trasladaron al combate naval las tácticas militares que aplicaban las bien entrenadas legiones romanas, en la lucha cuerpo a cuerpo.

Conocida en Messina la decisión romana, fue expulsada la guarnición cartaginesa; pero ya Cartago había enviado una flota y un ejército para apoyar a Hierón de Siracusa; de modo que las legiones al mando de Apio Claudio encontraron a Messina totalmente cercada. No obstante la superioridad de las fuerzas navales cartaginesas, los romanos lograron cruzar en la noche el Estrecho de Messina, derrotar a los cartagineses y sus aliados en dos sangrientas batallas, y ocupar la ciudad.

Desde tales posiciones, los romanos desembarcaron al año siguiente un nuevo ejército para atacar a Siracusa, y expulsar a los cartagineses de toda Sicilia. La misión fue exitosa; Siracusa abandonó la alianza con Cartago para aceptar el predominio romano en el año 263 a.C.

Los cartagineses reclutaron entonces un nuevo ejército de mercenarios galos y españoles y los desembarcaron en Sicilia, donde ocuparon la ciudad de Agrigento, desde la cual atacaron con sus barcos toda la costa occidental italiana. Fue entonces que en Roma se adoptó la decisión de construir una flota de quinquerremes para enfrentar el poderío naval cartaginés.

La nueva escuadra romana de 120 quinquerremes navegó hacia Sicilia al mando del cónsul Cayo Duilio, a principios del año 260 a.C. en busca de la armada cartaginesa, a la cual alcanzó en Miles, cerca de Messina. En Miles se libró la primer gran batalla naval romana, que se saldó con la total derrota de los cartagineses, en buena medida gracias al uso de los puentes llamados gavilanes. Los romanos capturaron más de 50 quinquerremes cartagineses y pusieron en fuga al resto de su escuadra.


En Roma, el triunfo naval de Miles produjo enorme euforia, y fue erigida una columna a la que se adosaron los espolones de los barcos cartagineses capturados.

De cualquier manera, el poderío cartaginés en el mar Tirreno continuaba casi intacto; lo que llevó a que durante los siguientes tres años los romanos trataran infructuosamente de expulsarlos de Córcega y Cerdeña; hasta que finalmente se resolvió atacar a Cartago en forma directa.

Se organizó entonces una expedición compuesta de 300 naves y 140.000 hombres, con el objetivo de atacar a Cartago; que al mando de los cónsules Manlio Vulsa y Atilio Régulo partió desde las costas sicilianas rumbo al continente africano, donde desembarcaron luego de vencer un intento de resistencia cartaginés y ocuparon la vecina ciudad de Clupea. Los cartagineses tuvieron que ocuparse de sofocar una rebelión de los númidas; con lo cual los romanos pudieron desplazarse por el territorio obteniendo grandes botines de guerra en ganado y esclavos.

La aparente facilidad del éxito logrado por los romanos, los llevó a considerar que Cartago no podría resistírseles, por lo que, cuando los cartagineses solicitaron parlamentar, hicieron volver a Italia buena parte de sus fuerzas. Sin embargo, las negociaciones de paz planteadas por los cartagineses eran solamente un ardid para ganar tiempo. Entretanto, contrataron los servicios de otro ejército de mercenarios espartanos al mando de Xantipo; el cual atacó a las legiones de Atilio Régulo infligiéndoles una derrota total, en la cual el propio Régulo fue tomado prisionero.

Los cartagineses tomaron entonces la iniciativa de la guerra, y enviaron a Sicilia otra expedición militar. La respuesta romana fue el sitio y captura de Palermo en el 254 a.C. En el siguiente año 253 a.C., hicieron un nuevo intento de desembarco en África; aunque fueron rechazados antes de llegar a desembarcar en tierra firme.

Emparejadas las fuerzas de ambos beligerantes, durante la siguiente década, los enfrentamientos entre romanos y cartagineses quedaron limitados al territorio siciliano; con alternadas victorias y derrotas para cada uno de ellos. Los romanos casi lograron dominar toda Sicilia hacia el año 251 a.C., cuando el cónsul Cecilio Metelo derrotó a un ejército cartaginés cerca de Palermo, y solamente pudieron conservar en la costa occidental de la isla la ciudad de Trápani. Pero en el 250 a.C. los cartagineses derrotaron en Trápani a una nueva flota romana: y lo mismo ocurrió con otra flota comandada por el cónsul Junio Paulo al año siguiente frente a las costas del sur de Sicilia; con lo cual los romanos abandonaron el esfuerzo de lograr el dominio marítimo en torno a la isla.

Entonces, los cartagineses reforzaron su ejército en Sicilia, y lo pusieron al mando del general Amílcar Barca; quien luego de reorganizar el ejército ocupó diversas posiciones en torno a Palermo; y desde esa base se dedicó a hostigar y saquear en toda la isla y a hacer frecuentes incursiones sorpresivas en las costas; tratando de desgastar a los romanos mediante una guerra de escaramuzas.

Entre los ciudadanos romanos, habituados a rápidos triunfos, cundió el desaliento; pero finalmente se comprendió que para derrotar a Cartago era indispensable recobrar el dominio en el mar y cortar las comunicaciaones entre Cartago y Sicilia. Para ello fue armada una nueva flota de 200 naves que en el año 242 a.C. se hizo a la mar al mando del cónsul Cayo Lutacio Cátulo, que se trabó en combate naval con los navíos cartagineses en la batalla de las islas Égatas, en las costas occidentales de Sicilia, en el 241 a.C., derrotándolos totalmente.

Amílcar Barca pidió entonces la paz que Roma, prácticamente agotada, convino aliviada. Los cartagineses dejaron toda la isla de Sicilia en poder de Roma, la cual mantuvo la independencia de la antigua colonia griega de Siracusa; y aceptaron pagar una muy importante indemnización de guerra de 2.200 talentos durante diez años. Esa indemnización probablemente no alcanzaba para recuperar los enormes costos que la guerra había tenido para Roma, que además había sufrido una enorme cantidad de bajas.


Asimismo, los romanos se apoderaron prontamente y casi sin resistencia cartaginesa, de las islas de Córcega y Cerdeña, con lo cual al término de la primer guerra púnica, Roma quedó como dueña del territorio italiano al sur de los ríos Arno y Rubicón, y como potencia naval dominante en todas las costas del mar Tirreno.

Esas islas estaban habitadas por poblaciones ajenas a la cultura y el idioma de las de la península italiana; con lo cual los romanos emplearon para gobernarlas una nueva estructura institucional; basada en el concepto de que todo el territorio era propiedad del Estado romano. Constituyeron con ellas las dos primeras provincias que, regidas por un Gobernador que disponía de todos los poderes militares, civiles y judiciales, constituirían el modelo que Roma aplicaría durante siglos para organizar su autoridad sobre lo que en el futuro sería el Imperio Romano.

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Consecuencias — La expansión de los dominios romanos y cartagineses

La segunda guerra púnica originó importantísimos cambios en la estructura social y económica de la República romana.

  • La sociedad romana, que tradicionalmente había basado la riqueza y el poder en la propiedad agraria, fue invadida por un enorme desarrollo de las actividades mercantiles. El crecimiento de la construcción naval inicialmente dirigida a disponer de barcos de guerra, trajo aparejada asimismo una gran expansión del tráfico marítimo comercial. Un indicador del grado en que los dirigentes romanos alcanzaron grandes fortunas, fue que los comicios tribales dictaron una ley prohibiendo a los Senadores tener barcos de más de 300 ánforas de capacidad, y ésos solamente para utilizarlos en la exportación de sus propias producciones agrarias.

  • Los negocios con el Estado vinculados al esfuerzo de guerra se desarrollaron también en forma muy intensa, especialmente la construcción de barcos, el equipamiento de las legiones, y su aprovisionamiento.

  • Esa expansión y riqueza, trajo aparejado a su vez el desarrollo de muchos servicios públicos; construyéndose carreteras, y grandes edificios; así como el Estado otorgó numerosas concesiones sobre la percepción de impuestos y para la ocupación de tierras de dominio público adquiridas con las conquistas, y la explotación de obras de minería.

  • Esas actividades no fueron cumplidas solamente por los miembros del patriciado; sino que muchos plebeyos alcanzaron grandes fortunas, y se convirtieron en un nuevo grupo social que, al mismo tiempo que dependía del orden patricio en cuanto éstos ejercían la autoridad política y administrativa que discernía todas esas concesiones y contratos, tenían a su vez como dependientes a un muy numeroso grupo de plebeyos que se ocupaban en oficios, artesanías y trabajaban a su servicio en las numerosas labores que esas actividades requerían.

  • La coincidencia de intereses de todos estos grupos, cuya prosperidad estaba ligada al empeño bélico del Estado y la obtención de riquezas emanadas de sus éxitos, llevó a que en los comicios surgiera un importante partido favorable a la política de expansión militar y al emprendimiento de las guerras de conquista; especialmente en cuanto a eliminar el poder cartaginés para ocupar su lugar.

  • Mientras eso ocurría, el sector de los antiguos propietarios terratenientes que cultivaban en Italia el trigo en pequeñas heredades, se vio afectado en sentido contrario. Por una parte, muchos de los cultivadores debían abandonar sus tareas agrícolas para ir a formar parte de las legiones; que los llevaban a combatir en sitios lejanos y a conocer pueblos de diferentes costumbres y culturas, de modo que a su retorno traían otras espectativas y aspiraciones. El incremento de los metales monetarios hizo caer su poder adquisitivo, de manera que la rentabilidad de los cultivos de trigo descendió de manera importante.

    Muchos antiguos campesinos abandonaron entonces el cultivo de sus campos, para dedicarse en las ciudades al comercio o a las artesanías. Otros se volcaron decididamente a la vida militar, que habiendo sido antes una obligación esporádica y de corta duración, era ahora una actividad permanente, profesional y eventualmente mucho más fructífera.

  • Estos cambios tuvieron ineludibles repercusiones políticas e institucionales en la República romana. Se reformaron los comicios centuriados rebajando el límite de fortuna de la quinta categoría — la más baja — para permitir la permanencia en ellos de quienes veían disminuído su poder económico.

    La estructura misma de los comicios centuriados fue modificada; de modo que mientras antes en cada centuria se distribuían ciudadanos de todas las tribus; ahora se organizaron 10 centurias por cada una de las 35 tribus, y 5 clases escalonadas según el patrimonio personal, más 18 centurias para los caballeros y 5 fuera de clase. Los comicios resultaron en definitiva compuestos por 373 centurias que se repartían igualmente entre las distinas escalas de riqueza; de modo que en adelante en vez de predominar los miembros de la aristocracia predominaron los sectores de mediano poder económico, lo que significó una importante atenuación del carácter aristocrático y agrario de la República.

    Pero el partido agrario no resignó facilmente el predominio político que tradicionalmente había ejercido en la República. Surgió un líder agrario, Cayo Flaminio, que electo como tribuno de la plebe en el año 233 a.C. impulsó una propuesta de legislación agraria, consistente en que el enorme territorio conquistado a los galos del valle del Po, que como tierras públicas (ager publicus) estaba eriazo desde hacía 50 años, fuera distribuído entre los plebeyos de Italia carentes de patrimonio personal. A pesar de que esa iniciativa contribuiría a favorecer el crecimiento de la fuente de reclutamiento militar, el Senado se opuso enérgicamente; aunque de todas maneras Cayo Flaminio logró que su lex Flaminia fuera aprobada por los comicios.


El que había de resultar un mero intermedio de paz entre Roma y Cartago, fue empleado por los romanos en anexarse los territorios al norte de los ríos Arno y Rubicón, correspondientes a la llanura regada por la cuenca del río Po y sus afluentes, que constituía la Galia cisalpina, ocupada por los pueblos galos del sur de los Alpes.

Las tribus de los galos, que un siglo y medio antes habían llegado a invadir y destruir la propia ciudad de Roma, eran consideradas por los romanos como una constante amenaza. Los galos nunca se habían resignado a que sus territorios pasaran a propiedad del Estado romano como ager publicus; pero ahora, la lex Flaminia implicaba un esfuerzo organizado de colonización de sus tierras, que les despojaría de ellas definitivamente.

Por otra parte, al terminar la primer guerra púnica, los romanos se aplicaron a mejorar sus defensas en su frontera del norte; culminaron la construcción de la importante carretera designada como la via Flaminia que como todas ellas partía de Roma, y cruzando los montes Apeninos penetraba en la región de la Umbría hasta las costas del mar Adriático, en las proximidades de la desembocadura del río Rubicón. Al mismo tiempo, fueron establecidas numerosas colonias militares en la frontera de la Galia para proteger a los nuevos colonos agrícolas.

Inquietos los galos por estas actividades militares romanas, desencadenaron la guerra. Procedieron a invadir la región de la Etruria, en el 225 a.C., por la cual avanzaron destruyendo y saqueando; hasta que fueron detenidos por un ejército romano en la batalla de Telamón, donde según los historiadores romanos murieron 40.000 galos y otros 60.000 fueron hechos prisioneros.

Luego de esa batalla, el partido agrario que había impulsado el reparto de las tierras de la Galia, exigió la total eliminación de los galos y la ocupación completa del valle del Po. Galia cisalpina fue invadida por las legiones romanas en el año 224 a.C.; y para el 222 a.C., toda la cuenca del Po fue ocupada por los romanos, que tomaron la principal ciudad de la Galia cisalpina, la actual Milán; y se fundaron las colonias de Plasencia y Cremona para asegurar el dominio romano en todo el norte de Italia.


Por su parte, los cartagineses afrontaron una situación interna sumamente dificultosa, porque al regreso del ejército mercenario de los espartanos no tenían medios para pagarle sus servicios; de manera que se sublevaron y alzaron en armas a las tribus africanas vecinas.

Los cartagineses lograron vencer esa sublevación, bajo el mando de Amílcar Barca, quien ya había comandado los ejércitos cartagineses en Sicilia, contra los romanos.

Cumplida la pacificación en Cartago, la aristocracia cartaginesa, entre la cual se destacaba la familia de los Barca, optó por desistir de sus intereses en el mar Tirreno y el Mediterráneo central, y se inclinó a desarrollar su colonización en la península ibérica; tal vez considerando que ello no despertaría la oposición de Roma.

Amílcar Barca dirigió entonces sus ejércitos hacia España, en cuyas costas existían desde mucho tiempo atrás diversos establecimientos cartagineses; y completó el dominio de la región oriental, aproximadamente equivalente a la actual Cataluña. Allí estableció Barca un verdadero gobierno militar en su propio provecho, logrando incorporar a los habitantes locales para las explotaciones de las riquezas minerales de oro y plata.

La colonia cartaginesa establecida por Amílcar Barca fue consolidada a su muerte, ocurrida en el 228 a.C., por su yerno Asdrúbal; quien fundó la ciudad de Nueva Cartago, actual Cartagena.

El Senado romano, sin embargo, no tomó con indiferencia los nuevos movimientos cartagineses en España; dado que las riquezas minerales y la población local podrían suministrar a Cartago nuevos medios para desatar la guerra contra Roma. Con el ascenso de Asdrúbal, Roma buscó la alianza con las ciudades ibéricas que no estando bajo el predominio cartaginés también recelaban de esa expansión; entre las cuales descollaba Sagunto. Asimismo, en el año 226 celebró con Asdrúbal un tratado en el cual se comprometió a no cruzar el río Ebro, lo cual equivalía a no avanzar sobre Sagunto.

Asdrúbal murió en el 221 a.C., aparentemente asesinado; con lo cual el hijo de Amílcar Barca, Aníbal Barca, que a la sazón contaba apenas con 21 años de edad, fue nombrado por sus tropas como su nuevo comandante. De esta manera, Aníbal alcanzó la posición que le llevaría a entrar en la Historia como uno de los más brillantes comandantes militares de la antigüedad; y como el más encarnizado enemigo de Roma, contra la que le había sido inculcado un odio ilimitado, desde su más tierna infancia.

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Segunda guerra púnica (218 - 201 a.C.)

El ascenso al poder de Aníbal Barca significó el resurgimiento del enfrentamiento bélico entre Cartago y Roma. Virtual rey de los territorios cartagineses en la península ibérica, Aníbal inició las hostilidades atacando a la ciudad de Sagunto, a pesar de lo prometido por su antecesor Asdrúbal.

Aníbal sitió Sagunto, ignorando las advertencias del Senado romano; y al cabo de ocho meses, en el año 219 a.C., la ciudad tuvo que capitular y cayó en poder de los cartagineses.

La caída de Sagunto determinó a que el Senado enviara a Cartago una delegación a requerir la entrega de Aníbal; lo que fue rehusado por los cartagineses, y en consecuencia desencadenó la segunda guerra púnica; que se prolongó por otros veinte años, entre el 218 y el 201 a.C. y que dio lugar a una de las maniobras militares más extraordinarias de la historia.


La invasión de Italia

Quien tomó la iniciativa fue Aníbal. Impedido de invadir Italia por mar a causa del absoluto dominio de la flota romana, diseñó un plan militar absolutamente audaz: invadir Italia por tierra desde el norte, cruzando a través de la cordillera de los Alpes.

Teniendo los romanos el dominio de las islas de Córcega y Cerdeña obtenido al final de la primer guerra punica, y ejerciendo en consecuencia el total dominio marítimo en el mar Tirreno, resultaba totalmente imposible a los cartagineses atacar la península por mar. Por otra parte, la reciente conquista romana de la Galia Cisalpina, que tradicionalmente había sido importante proveedora de soldados a los ejércitos cartagineses, permitía a Aníbal contar con que una invasión de Italia desde el norte contaría con el apoyo de los galos recientemente sometidos y ansiosos de sacudirse el dominio romano; lo que le permitiría establecer en Galia una importante base de operaciones y amenazar directamente la ciudad de Roma.

Una expedición militar desde España hasta Italia por vía terrestre, cruzando las montañas de los Alpes, era sin duda una aventura extraordinariamente arriesgada; pero Aníbal la llevó a cabo.

A principios del verano europeo del año 218 a.C., Aníbal partió desde Nueva Cartago al frente de un poderoso ejército en el cual se integraban 12.000 jinetes de la caballería de los númidas del norte de Africa, 90.000 efectivos de infantería comprendidos los eficaces honderos íberos, y un elemento absolutamente nuevo constituído por 40 elefantes de guerra. El viaje requirió desplazarse por el territorio al norte del río Ebro hasta las montañas de los Pirineos que separan España de Francia, cruzar en ésta el territorio de las tribus de la Galia Transalpina, y cruzar el río Ródano para llegar a las estribaciones de la cordillera de los Alpes, una de las más altas del mundo, que hasta entonces nunca había sido cruzada por una fuerza militar de tal magnitud.

La travesía de los Alpes significó un enorme sacrificio, debiendo hacerse por pequeños senderos de montaña, entre la nieve blanda que enlodaba el terreno, soportando el frío y la hostilidad de los habitantes; con el resultado de que en la travesía iniciada con 90.000 hombres y 12.000 jinetes, llegaron a la llanura italiana solamente 20.000 soldados y 6.000 jinetes.

La estrategia de Aníbal de infligir una primer derrota a los romanos para ganarse el apoyo de los galos cisalpinos, resultó acertada. Los galos se alzaron contra el dominio romano, pasando Aníbal a tener el total dominio de la Galia Cisalpina.

De esta forma, Aníbal podía disponer, como había previsto, de una amplia base territorial en la frontera norte de los territorios romanos y estar en consecuencia en condiciones de llevar un ataque contra la propia ciudad de Roma. Reforzadas sus tropas con los guerreros galos, la eficacia militar de éstos resultaba potenciada por su empleo bajo la superior capacidad de comando del cartaginés.


Las batallas de Tesino y de Trebia (218 a.C.)

Los romanos — que por su parte habían preparado un ejército para invadir España y otro para atacar directamente a Cartago — enviaron apresuradamente unas primeras fuerzas al norte, al mando de Publio Cornelio Escipión, hacia la frontera de Etruria, en la llanura del Po, detrás del río Arno. Escipión se enfrentó a los cartagineses sobre las costas del lago Tesino; pero fue superado por la caballería númida; por lo que debió replegarse al sur del Po, hacia las costas del río Trebia, donde se le uniría el grueso de las legiones para formar un ejército de alrededor de 40.000 soldados con lo que superaba a los no más de 30.000 cartagineses.

Entretanto, con el apoyo de los galos, Aníbal había logrado cruzar el Po más al Este, y avanzar hacia el sur.

Urgidos por lograr un triunfo sobre los cartagineses que desalentara el alzamiento de los galos, los generales romanos atacaron a una formación de caballería númida en la costa norte del río Trebia, la cual pareció huir atravesando el río; pero cuando los romanos lo cruzaron a su vez, se encontraron con un poderoso ejército en plan de batalla, precedido del cuerpo de elefantes y flanqueado por una formación de caballería a cada lado. Derrotados, los romanos debieron refugiarse en la ciudad de Plasencia.

Las batallas del lago Tesino y del río Trebia, consolidaron la supremacía cartaginesa en la llanura del Po, que quedó fuera del dominio romano.


La batalla del lago Trasimeno (217 a.C.)

Sustituídos en el mando de los ejércitos romanos los cónsules Cornelio y Sempronio por sus sucesores Flaminio y Servilio, recibieron del Senado la orden de cubrir los accesos a Roma por Rimini y por Arezzo.

Al llegar la primavera del año 217 a.C., Aníbal simuló dirigirse hacia Roma por la ruta de Arezzo — donde estaba el ejército comandado por Flaminio — adoptando la táctica de incendiarlo todo a su paso, para provocar la ira del romano y atraerlo en su persecusión; pero desviándose sorpresivamente, aprovechó entonces las condiciones del terreno, utilizando un paso en que las costas del lago Trasimeno llegaban hasta las estribaciones montañosas de los Apeninos, obligando a pasar entre dos escarpadas cadenas montañosas.

Perseguido por los romanos, Aníbal dividió su ejército en tres grupos, uno de los cuales permaneció oculto a la entrada del desfiladero, en tanto el segundo quedó en el centro y el tercero se formó a la salida, dominada por una colina; de modo que cuando llegaron las legiones romanas, las dejaron ingresar en el desfiladero, y así se encontraron totalmente rodeadas por las fuerzas cartaginesas; que les infligieron una gravísima derrota que incluso costó la vida al cónsul Flaminio.

La derrota que el ejército de Aníbal infligió a los legionarios romanos en la batalla del lago Trasimeno, en el 217 a.C., costó unos 15.000 muertos y otros tantos prisioneros; y dejó libre el camino directo hacia Roma. En una muestra de habilidad política y estratégica, Aníbal dejó libres a todos los prisioneros provenientes de las ciudades italianas, dejando establecido que su enemigo eran los romanos; buscando con ello instar a un levantamiento de las ciudades latinas, en la misma forma que lo había logrado en Galia.


La batalla de Cannas: el triunfo de la caballería (216 a.C.)

Las circunstancias imponían en Roma acudir a la dictadura, para salvar sus instituciones en su total integridad. Se nombró dictator a Quinto Fabio Máximo; quien habiendo sido anteriormente el embajador enviado a Cartago a raíz de la toma de Sagunto, tenía buen conocimiento de los cartagineses. Cuatro nuevas legiones fueron reclutadas para ponerlas bajo su mando.

A pesar de que hubiera estado en condiciones de atacar directamente hacia la ciudad, Aníbal optó por dejarla de lado y continuar hacia el sur; pensando tal vez que con ello evitaba establecer a las fortificaciones romanas un sitio que habría sido largo y difícil. Su objetivo era obtener el apoyo de las ciudades vasallas de Roma en el centro y sur de Italia, y lograr hacerse del puerto de Tarento, que le permitiría conectarse con Cartago por mar y así obtener importantes refuerzos.

A su paso por Apulia, Samnio y Campania, Aníbal repitió su táctica de devastar los campos, para provocar la ira de los romanos y atraerlos a una gran batalla en condiciones favorables para él. Sin embargo, Fabio Máximo siguió una táctica prudente; que teniendo en cuenta la situación de aislamiento en que se encontraba el ejército cartaginés, alejado de sus bases, estuvo dirigida a provocar su agotamiento. En vez de presentarle una batalla frontal, se dedicó a una guerra de escaramuzas. Pero su táctica no fué comprendida en Roma por quienes ansiosamente pretendían un enfrentamiento que condujera rápidamente a una victoria. Fabio Máximo fue bautizado como “cuntactor” o contemporizador; y al término de su mandato fue sustituído por los cónsules Terencio Varrón y Emilio Paulo Emilio, a quienes se encomendó realizar un inmediato enfrentamiento militar con los cartagineses. Un error determinado por la ansiedad, que sería nefasto para la causa romana.

Los nuevos cónsules reclutaron un ejército de más de 100.000 hombres, y en el 216 a.C. se dirigieron a presentar batalla a Aníbal, cuyas fuerzas se encontraban acantonadas bastante al sur, en la región de Apulia, sobre las costas del mar Adriático, en la llanura de Cannas.

La superioridad numérica del ejército romano, que duplicaba al cartaginés, no fue óbice para que una vez más, Aníbal les infligiera una importante derrota. El factor decisivo para ello fue la superioridad de la caballería cartaginesa integrada por los jinetes númidas (provenientes de Numidia, en el norte africano), y de los honderos ibéricos.

La infantería romana se agrupó en un único frente compacto, flanqueada por una caballería inferior a la cartaginesa; en tanto que los cartagineses presentaron un frente de infantes galos mucho menos denso, dejando atrás dos bloques de 6.000 hombres cada uno, protegidos por la caballería situada igualmente a ambos lados, frente a la caballería romana. De tal modo, la caballería cartaginesa anuló prontamente a la romana, y se ubicó en la retaguardia de los legionarios; en tanto que cada uno de los bloques cartagineses, los atacó por ambos flancos.

El ejército romano quedó totalmente cercado, y perdió en la batalla 60.000 soldados, entre ellos el cónsul Emilio Paulo y varios senadores; en tanto que las bajas cartaginesas no llegaron a 6.000, de los cules 4.000 eran galos. La concepción táctica de Aníbal en Cannas, que era totalmente novedosa, al emplear la retaguardia de su ejército no para cubrir las bajas de las primeras líneas, sino para efectuar una hábil y decisiva maniobra envolvente, se convirtió en un factor decisivo de su victoria.

La batalla de Cannas, que fué una de las que enfrentó los ejércitos más numerosos en la antigüedad, significó un cambio fundamental en la concepción militar. A partir de ella, y por muchos siglos, la caballería pasó a ser el factor decisivo en el combate.


La consecuencia inmediata de la gravísima derrota romana en Cannas fue la sublevación de las ciudades italianas contra el dominio de Roma. Capua, predominante ciudad de la Campania y antigua oponente al predominio romano, y Siracusa la más importante ciudad siciliana de la Magna Grecia, fueron las más importantes defecciones que permitieron a Aníbal sentar sus reales en el sur de Italia. Los pueblos lucanos, los brucios, los samnitas y buena parte de los apulios, y hasta el Rey Filipo de Macedonia, se unieron a los cartagineses.

De todos modos, Roma estaba lejos de haber sido derrotada. A pesar de que en algunos ambientes romanos cundió el derrotismo, el joven Publio Cornelio Escipión que había estado en las batallas de Tesino y de Cannas, logró exaltar el patriotismo de los romanos. Al regreso del cónsul Varrón, fueron prohibidas todas las expresiones de duelo por la derrota, y presente en el Senado recibió el agradecimiento por su esfuerzo. Disponiendo todavía de los recursos del Lacio y de Etruria, tenía los medios de reclutar nuevos ejércitos; mientras Aníbal, aún con el apoyo de los italianos sublevados, había sufrido muchas bajas en su fuerza originaria, y estaba muy lejos de poder recibir los refuerzos desde Cartago.

Se reclutaron dos ejércitos; uno de los cuales, al mando del pretor Marco Claudio Marcelo, se dirigió a Sicilia para recuperar Siracusa y logró evitar que Aníbal pudiera apoderarse de inmediato de un puerto sobre el mar Tirreno impidiéndole recibir refuerzos; en tanto que otro fue confiado a los dos Escipiones para combatir en España a los cartagineses al mando de Asdrúbal.


Carente de fuerzas suficientes como para intentar el ataque hacia Roma, Aníbal debió permanecer en Capua, aguardando que llegaran nuevas fuerzas en su auxilio, desde Cartago o desde España. Pero Roma seguía teniendo el dominio naval del Mediterráneo, de modo que esos refuerzos no pudieron llegarle sino en forma muy tardía. El plan de Aníbal era conquistar Sicilia para estar en fácil comunicación con Cartago.

Aparentemente, los romanos habían aprendido la lección resultante de haber abandonado la táctica de Fabio Máximo; y optaron por evitar nuevas grandes batallas con Aníbal; el cual permaneció acampado en el territorio italiano desde el 216 hasta el 203 a.C.

Durante varios años romanos y cartagineses llevaron a cabo acciones bélicas sin lograr imponerse unos a otros. En el 215 a.C. los romanos aprovecharon que Asdrúbal debió dejar España para atender una sublevación del rey de los Númidas, y reconquistaron los territorios al sur del Ebro. Los cartagineses atacaron Cerdeña sin obtener éxito. En el 214, Aníbal logró aliarse con Filipo de Macedonia y obtener el apoyo de Siracusa, mientras en Cartago preparaban un ataque contra Sicilia, donde conquistaron Agrigento. Pero los romanos enviaron nuevas fuerzas para reconquistar su dominio sobre Siracusa a la que impusieron un bloqueo. Aníbal logró finalmente apoderarse del importante puerto de Tarento en el 212 a.C., pero de inmediato Siracusa tuvo que capitular ante el ataque romano, en el mismo año 212 a.C., a pesar del ingenio de Arquímedes, sabio físico y matemático, que intentó incendiar los barcos romanos mediante espejos ustorios, de forma cóncava, que concentraban sobre ellos los rayos del sol.

Luego de ello, tocó el turno a Capua, de la cual los romanos volvieron a apoderarse en el 211 a.C. a la cual infligieron un terrible castigo, matando a todos sus dirigentes y deportanto a la totalidad de su población; con lo cual en toda Italia disminuyó enormemente el prestigio de Aníbal.

En el mismo año 211 a.C. Asdrúbal regresó de África a España, pero debió enfrentarse a las legiones comandadas por los dos Escipiones, que a pesar de que le causaron varias derrotas murieron en los combates. El Senado confirió entonces el mando al joven Publio Cornelio Escipión, aún cuando no había alcanzado la edad requerida. Los romanos finalmente, lograron apoderarse de Cartagena, que era la capital de los cartagineses en España, obteniendo un enorme botín en oro y materiales de guerra.

En el 210 a.C., los romanos recuperaron en Sicilia la ciudad de Agrigento de manos cartaginesas, lo cual impedía a Asdrúbal acudir por mar en auxilio de Aníbal; por lo cual se preparó para volver a invadir Italia por el norte. Asdrúbal logró cruzar los Pirineos y luego los Alpes, e invadir Italia por la llanura del río Po. Su designio era unirse con Aníbal en Apulia, al sur de Roma.

Los romanos despacharon al sur un ejército al mando de Claudio Nerón para hostigar a Aníbal; y otro al norte para detener a Asdrúbal, al mando de Marco Livio. Este último decidió aguardar a los cartagineses sobre la vía Flaminia. Entretanto, Claudio Nerón logró interceptar el mensajero portador de un correo de Asdrúbal a su hermano; lo que determinó que enviara 7.000 soldados en auxilio de Marco Livio, los que arribaron las márgenes del río Metauro justo a tiempo para decidir la victoria en la batalla que estaban librando romanos y cartagineses. En la batalla del río Metauro, en el 207 a.C., el ejército cartaginés que iba a reforzar a Aníbal fue destrozado. Asdrúbal fue muerto, y su cabeza arrojada en el campamento de Aníbal.

Ante la derrota del ejército de su hermano, Aníbal debió evacuar Apulia y Lucania, y se retiró a las montañas del sur de Italia, con sus reducidas fuerzas, desde donde continuó hostigando a los romanos en la región de Calabria. El rey Filipo de Macedonia, un aliado que nunca había puesto mucho empeño en el combate, se retiró de la guerra. Entretanto, Publio Cornelio Escipión había logrado imponer el dominio romano en toda España.

Escipión “Africanus”

Como en otros momentos trascendentes de su historia, Roma encontró, esta vez en Publio Cornelio Escipión, el líder dotado de la capacidad de superar las extremas dificultades que debió afrontar luego de la tremenda derrota de Cannas.

Publio Cornelio Escipión era respectivamente hijo y sobrino de los dos Escipiones, los generales romanos, que comandaron las campañas que Roma llevó a cabo en España durante la contienda con Aníbal, para desalojar de allí a los cartagineses; y que murieron en esos combates.

Siendo apenas un adolescente, había combatido valerosamente, como jefe de falange y de cohorte en las batallas de Tesino y Trasimeno. Dotado de un físico considerado bello y proveniente de una familia prestigiosa, era un gran orador que a su retorno de la batalla de Cannas junto con el derrotado cónsul Varrón, había logrado levantar el ánimo de los romanos para renovar su resistencia contra Aníbal.

Era tenido por extremadamente piadoso, dado que antes de cualquier emprendimiento importante requería la aprobación de los dioses. En octubre del año 218 a.C., a los 16 años de edad, había combatido en la batalla de Tesino, junto a su padre al que salvó la vida. En el 211 a.C., cuando recibió el mando del ejército sitiador de Cartagena, dijo a sus tropas que había tenido un sueño en el cual el dios Neptuno, rey de las aguas, le había prometido que lograrían cruzar el pantano que les impedía alcanzar la ciudad, y se arrojó a las aguas que cruzó corriendo. Lo que los soldados creyeron obra de un milagro — y que les permitió conquistar Cartagena y toda España — fue en realidad consecuencia de que Escipión, al contrario de sus soldados todos campesinos, conocía el fenómeno las mareas que hizo descender el nivel de las aguas.

De tal manera, Escipión — que hizo correr el rumor de que su verdadero padre era Júpiter — se convirtió no solamente en un jefe militar exitoso, sino en un verdadero ídolo de las multitudes de los legionarios y de los romanos; y junto con su hermano Lucio Cornelio Escipión inició una de las primeras grandes dinastías políticas en la antigua Roma. Y cuando logró vencer a los cartagineses en su propio territorio, fue distinguido con el apodo de africanus, “El Africano”.


La batalla de Zama (202 a.C.)

Investido del enorme prestigio emanado de su campaña en España, Escipión propuso un plan similar al intentado por Régulo para poner fin a la primer guerra punica: atacar a Cartago directamente, de modo de que para defenderse los cartagineses tuvieran que llamar al ejército de Aníbal obligándolo a abandonar sus posiciones en Italia.

Escipión desembarcó en África al frente de un ejército de 35.000 hombres, en el 204 a.C.

Tal como Escipión lo había previsto, debiendo afrontar una guerra defensiva, y perdida España, Cartago debió convocar a Aníbal a su retorno desde Italia. Aníbal, que había dejado Cartago junto a su padre Amílcar Barca, siendo un niño, y que a los 29 años había partido de Cartagena para invadir Italia, retornó a ella 36 años después; luego de 15 de campañas en Italia sin haber sido vencido definitivamente, para tomar el mando contra las fuerzas de Escipión.

Los ejércitos romanos y cartagineses, practicamente de iguales fuerzas, se mantuvieron acampados uno frente a otro durante varios meses. Entretanto, Escipión, en vez de atacar directamente a Cartago, logró pactar con el destronado rey de Numidia, Masinisa, a quien ayudó a derrotar a su rival Sifax, aliado de los cartagineses. La alianza con Masinisa — que iba a ser un importante y prolongado factor político para Roma en África — permitió a Escipión incorporar a su ejército la excelente caballería númida.

Según algunas crónicas, Escipión mantuvo con Aníbal una breve entrevista, en la cual, aunque no llegaron a un acuerdo, surgió una recíproca simpatía. Y luego, romanos y cartagineses se enfrentaron una vez más en la llanura de Zama, cercana a Cartago.

Escipión había aprendido la lección de Cannas, y esta vez contaba él con la caballería númida. Los elefantes, que Aníbal había dispuesto en número de 80 confiando que dispersarían a los legionarios, se espantaron ante los sonidos de trompetas y el impacto de las flechas de los arqueros; y se volcaron sobre los propios jinetes cartagineses que eran atacados por la caballería romana. La caballería cartaginesa, que era el sustento del ataque de Aníbal, quedó derrotada y fue perseguida por los jinetes númidas.

Aníbal había colocado en la primera línea de su infantería un cuerpo de mercenarios, respaldados por dos cuerpos de veteranos de la campaña de Italia; pero éstos, ante el descalabro de la caballería no avanzaron, con lo que los mercenarios se sintieron traicionados y se volvieron contra aquellos. En medio de la confusión consiguiente, retornó al campo de batalla la caballería romana que había perseguido y dispersado a la cartaginesa; con lo cual los cartagineses se vieron totalmente rodeados, pereciendo 20.000 de ellos, la tercera parte de su fuerza, y quedando otros tantos como prisioneros.

Aníbal, montando en su caballo, logró escapar apenas, con un resto de sus soldados, para presentarse todavía ensangrentado ante el Senado cartaginés, dar cuenta de su derrota; y aconsejar que enviaran a Roma una embajada de paz.

La derrota de Zama representó para Cartago la imposición de los términos de paz dictados por Roma. Debió ceder importantes territorios al númida Masinisa; renunciar definitivamente a todos los territorios de España, entregar todos los elefantes de guerra y toda su flota de guerra y mercante a los romanos, comprometerse a no alistar mercenarios y a no ejercer ninguna clase de acción militar sin previo permiso de Roma. Además, Cartago se obligó a pagar a Roma una indemnización de guerra de 10.000 talentos de oro, entregando 200 por año durante medio siglo.

En tales condiciones la Cartago de origen fenicio, que había sido la mayor y más rica potencia comercial y naval del Mediterráneo, desaparecía como tal, y quedaba convertida en vasallo de Roma; que así surgía como la nueva gran potencia militar y mercantil, de origen latino.

Inicialmente Aníbal permaneció en Cartago, donde se convirtió en jefe de un partido que intentaba establecer un nuevo orden político en la ciudad; lo que suscitó la oposición de los senadores y comerciantes a quienes se acusaba de la derrota, que de tal modo denunciaron en Roma que Aníbal estaba preparando una revancha militar. A pesar de que Escipión intentó disuadir al Senado romano de que Aníbal fuera detenido y seguramente muerto, éste debió huir de Cartago. Llegó hasta el cercano puerto de Tapso desde el cual embarcó para el reino de Antioquía (en Siria), cuyo Rey Antíoco III lo recibió como asesor militar en su lucha contra Roma. Cuando Antíoco fue derrotado, Aníbal pudo huir hacia Creta y luego al reino de Bitinia.


Un balance de los factores que condujeron al triunfo de Roma sobre Cartago al final de la segunda guerra púnica, implica tomar en cuenta:

  • La ventaja estratégica que representó para Roma el dominio de Sicilia, Córcega y Cerdeña, que junto con su nuevo poderío naval impidió a Cartago atacar Italia desde el mar.

  • La posibilidad que tuvo Roma de asumir durante casi toda la campaña italiana de los cartagineses una actitud defensiva; resguardada por la fidelidad que en general mantuvieron las poblaciones latinas, sin que los breves alzamientos de los galos y algunos pueblos itálicos afectaran la unidad fundamental del poder romano.

  • El sistema de reclutamiento militar romano, fundado en el servicio militar ciudadano y obligatorio que — aunque los ejércitos cartagineses eran más profesionales y más eficientes desde el punto de vista militar y estaban dirigidos por brillantes estrategas — si bien por tal motivo lograron resonantes triunfos iniciales, a la larga, aislados de sus bases y superados por los permanentes refuerzos de que disponían los romanos, se vieron inexorablemente superados.

  • El impulso bélico de los cartagineses estaba fundado en el enorme poder espiritual de los Barca — especialmente Aníbal, al que se había inculcado un odio total hacia Roma — pero en Roma existía un sistema institucional que suministraba a su esfuerzo bélico un sustento mucho más fuerte en la sociedad romana, que pudo considerarse ilegítimamente agredida por Cartago.

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Dominio romano del Mediterráneo (200 - 146 a.C.)

La victoria de Escipión ante Cartago, tuvo en Roma una enorme repercusión; y en cierto modo inauguró el proceso por el cual un gran general victorioso se convirtió en un personaje político de primera línea. Llamado honoríficamente a partir de entonces como “el Africano”, Escipión recibió en Roma toda clase de honores y aclamaciones.

Por otra parte, el final de la segunda guerra púnica marcaría el comienzo de una política expansiva de Roma, que en breve lapso la conduciría a ser la potencia indiscutiblemente dominante en todo el mar Mediterráneo.

En el lapso de las 5 décadas siguientes, entre el 200 y el 146 a.C., Roma emprendió una política de expansión en toda la cuenca del Mediterráneo; sometiendo sucesivamente a los tres reinos que habían sucedido al Imperio Macedónico de Alejandro Magno, en Macedonia, Siria y Egipto.

Esa política tuvo caracteres particulares. Indudablemente, el Senado deseaba obtener para Roma una total seguridad territorial; que impidiera la repetición de situaciones como la creada por la invasión cartaginesa. Pero, por otra parte, existían factores que hacían no deseable la expansión territorial bajo el gobierno directo de Roma, y la consiguiente obligación que ello representaría de asegurar ese dominio mediante la fuerza militar.

El potencial militar de las legiones romanas era sin duda superior al de cualquier otra fuerza en su época; pero para su reclutamiento Roma dependía excesivamente de sus aliados itálicos. Solamente la mitad de las tropas legionarias estaba formada por ciudadanos romanos, para los cuales el servicio militar no era una profesión sino una obligación patriótica; pero aún éstos presentaban importantes problemas de disciplina cuando las legiones debían permanecer por largos períodos en territorios alejados de sus tierras. La oficialidad al mando de las legiones debía provenir del patriciado; pero la nobleza no contaba con una cantidad de integrantes que le permitiera proveer todos los funcionarios civiles y militares necesarios para sostener y dirigir ejércitos muy numerosos. En esta época, los ciudadanos romanos eran solamente alrededor de 250.000.

Por lo tanto, la política seguida por el Senado fue destruir a todo poder que pudiera significar una amenaza para Roma, pero utilizar para ello la fuerza militar sólo cuando fuera indispensable; intentando previamente constituir alianzas y en general reconocer autonomía a estados y ciudades bajo condiciones que les impidieran adquirir poder militar, celebrar alianzas entre sí, o involucrarse en guerras contra Roma.

Esta estrategia se convirtió en un modelo de acción política, históricamente conocido como “dividir para reinar”: divide et impera. Sin embargo, a largo plazo Roma no tuvo otra solución que incorporar al Imperio los territorios sometidos.


Hacia el final de la segunda guerra púnica se habían operado importantes cambios en los equilibrios de poder en el Mediterráneo oriental y en el Cercano Oriente.

En 204 a.C., al morir el faraón egipcio Ptolomeo V, el poderío egipcio en Oriente se encontró totalmente debilitado. Los reyes de Macedonia, Filipo V, y de Siria, Antíoco III, invadieron de común acuerdo las posesiones egipcias en Palestina y Grecia. Antiguas colonias griegas, como Rodas, Chíos, y Bizancio, intentaron defenderse por sí, ante la inoperancia de la monarquía egipcia; pero prontamente acudieron a pedir el auxilio de Roma.


La guerra y el vasallaje de Macedonia

Durante la segunda guerra púnica, luego de la batalla de Cannas, el rey Filipo V de Macedonia había apoyado a Aníbal, para facilitarle el acceso a las comunicaciones marítimas por el mar Adriático, en la costa este de la península italiana. A su vez, los romanos se apoyaron en los etolios — que ocupaban el territorio de la actual Albania y que recelaban de las intenciones de Filipo V de someterlos — para establecer bases que les permitieran controlar la navegación del Adriático e impedir la llegada de refuerzos cartagineses en socorro de Aníbal.

Al término de la segunda guerra púnica, Roma, enormemente agotada por el tremendo esfuerzo bélico realizado, se enfrentaba todavía revueltas contra su dominio en España y en la Galia Cisalpina. Sin embargo, el Senado romano había tomado conciencia de la vulnerabilidad de Italia luego de albergar un ejército cartaginés invasor durante tres lustros; y recelaba enormemente del poderío y riqueza de Macedonia, regida por Filipo V, que había sido aliado de Aníbal. Además las ciudades del sur de Italia dominadas por Roma en época reciente eran de origen griego, y ya el antecesor de Filipo V, Pirro, había intervenido en las luchas que condujeron a su dominación; por lo que un posible retorno de las ambiciones macedonias sobre el sur de Italia no era de descuidar.

De tal manera, a pesar de que los comicios rechazaron inicialmente la iniciativa de ir a la guerra contra Macedonia, finalmente el Senado logró imponerse; y en el año 200 a.C., se inició la que se designa como segunda guerra de Macedonia; por considerarse primera la librada en tiempos de Aníbal.

Al principio, la guerra se desenvolvió sin combates de importancia; por cuanto los romanos intentaban principalmente formar alianzas contra Filipo V, con las poblaciones greco-macedonias. Los romanos desembarcaron en Iliria un ejército al mando del cónsul Publio Sulpicio Galba, pero se mantuvieron a la espectativa; mientras Filipo V atacaba a las tropas que defendían la ciudad de Atenas. Transcurrido un año, las fuerzas romanas optaron por invadir Macedonia, al tiempo de su flota, unida a flotas de las ciudades de Rodas y Atalo, atacaba costas e islas bajo dominio macedonio. Sucedido Publio Sulpicio por el cónsul Vilio, éste pretendió emprender acciones más decisivas en Tesalia; pero se encontró con firme resistencia macedonia, lo que condujo a una situación de estancamiento militar, con ambos ejércitos enfrentados sin decidirse a combatir.

Fue finalmente el sucesor de Vilio, el cónsul Flaminio, el que realizó movimientos tendientes a envolver a las fuerzas macedonias, lo que determinó a Filipo V a retirarse de Tesalia hacia Macedonia. Flaminio se dedicó a atacar Corinto, con el apoyo de los aqueos; pero ante la impaciencia que cundía en Roma por la lentitud de la guerra, decidió invadir Macedonia, lo que obligó a Filipo V a presentarle batalla. El combate tuvo lugar en la llanura de Cinocésfalos (cabezas de perro), en el 197 a.C.; y se saldó con el triunfo romano.

Roma aceptó la continuidad del reino macedonio a pesar de las pretensiones de las ciudades griegas aliadas de destruirlo; porque era una barrera defensiva contra las tribus bárbaras del norte de Grecia. Pero Filipo V debió renunciar a las posesiones de Grecia, Tracia y Asia Menor, y a las islas del mar Egeo, pagar tributo a Roma por diez años, y reducir su ejército a no más de 5.000 hombres; quedando convertida Macedonia en un estado vasallo del Senado romano, sin cuya anuencia no podía emprender ninguna acción de guerra ni celebrar alianza alguna.

Un decreto de Flaminio — difundido en 196 a.C., durante los juegos del Istmo de Corinto en homenaje al dios Poseidón, en la ciudad de Corinto — proclamó la libertad de las ciudades-estado de la Grecia clásica; que de tal modo recuperaban la condición autónoma que habían tenido durante la dorada época de la antigua Grecia.


La guerra y el vasallaje de Siria

Por su parte, Antíoco III que reinaba en Siria como uno de los sucesores de Seleuco — el general de Alejandro Magno que a su muerte se había proclamado rey del Asia Menor — en el año 195 a.C. había dado asilo al cartaginés Aníbal luego de su derrota, cuando huyó de Cartago para eludir ser entregado a los romanos. Siguiendo los consejos de Aníbal, y guiado asimismo por su ambición de conquistar toda el Asia Menor y Egipto, mientras Filipo V se enfrentaba a los romanos, Antíoco III aprovechó para apoderarse de las ciudades griegas de la costa sur de Asia Menor, y también Lisimaquia, en el propio territorio griego de Europa.

Las ciudades acudieron a Roma, invocando el reciente decreto romano que les devolviera su estatuto de autonomía. Roma envió a Escipión “Africanus” en calidad de embajador — quien de esta manera pudo finalmente conocer a su antiguo enemigo Aníbal — con la misión de intimarlo a abstenerse de cualquier acción militar.

Sin embargo, a fines del 192 a.C., Antíoco III inició la invasión de Grecia, contando con el apoyo de los eolios; lo cual obligó a los romanos a enviar sus legiones, que expulsaron de Grecia al ejército Sirio. Luego de una batalla naval en que las flotas aliadas de Roma y Rodas destruyeron en Chíos a la flota siria comandada por Aníbal el cartaginés, los romanos, bajo el mando de Lucio Cornelio Escipión, hermano de Publio “Africanus”, atacaron a Antíoco III en su propio territorio del Asia Menor, y lo derrotaron en la batalla de Magnesia en el 190 a.C.

La victoria romana sobre Antíoco III — que le valió a Lucio Cornelio Escipión el título de “Asiaticus” — determinó que fuera sometido a una situación equivalente a la de Filipo V, ya que aunque su reino no fue anexado al Estado romano debió colocarse bajo su vasallaje, especialmente impedido de realizar ninguna acción militar por su propia iniciativa. Las ciudades griegas recuperaron su autonomía; Rodas y el rey de Pérgamo recibieron territorios que los sirios debieron ceder — en recompensa por su colaboración con Roma — Antíoco debió pagar indemnización de 15.000 talentos de oro que Roma conservó como botín de guerra, y renunciar a tener flota naval y elefantes de guerra.

La muerte de Aníbal (183 a.C.)

Entretanto, Aníbal debió huir nuevamente de la corte de Antíoco III, refugiándose finalmente en el vecino reino de Bitinia.

Cuenta el historiador Tito Livio que los romanos exigieron su entrega; ante lo cual, consciente de que sería entregado, se envenenó en el año 183 a.C., diciendo que lo hacía para devolver la tranquilidad a los romanos. En ese mismo año moría en Roma su gran rival militar y posiblemente su admirador, Escipión “Africanus”.


La guerra con Perseo de Macedonia (171 - 168 a.C.)

El trato magnánimo que Roma había dispensado a Filipo V de Macedonia, no produjo los resultados esperados. Durante los veinte años siguientes a la derrota siria, permanentes disturbios políticos requirieron la intervención de las legiones en el Cercano Oriente; lo que determinó el surgimiento de una resistencia al protectorado romano que impulsó el reavivamiento del poder de Filipo V. A pesar de su vasallaje, el rey macedonio se dedicó a fortalecer su dominio en los actuales Balkanes, y a forjar una alianza con las tribus del norte del río Danubio. En el año 179 a.C. fue sucedido por su hijo Perseo, quien recibió un reino rico y fortalecido.

Perseo se casó con la hija del rey de Siria, y cultivó excelentes relaciones con Rodas y con las tribus aqueas de Grecia, convirtiéndose en referente necesario del resentimiento contra Roma. Eso suscitó el recelo del rey de Pérgamo, fiel aliado de los romanos, quien abogó ante el Senado por declarar la guerra contra Macedonia antes de que Perseo pudiera consolidar sus fuerzas.

Nuevamente las legiones romanas invadieron Macedonia, pero sorpresivamente debieron soportar sucesivas derrotas; lo cual causó un verdadero impacto al prestigio romano entre las poblaciones griegas, que, incluso en Rodas, tendieron a inclinarse a favor de los macedonios. Sin embargo, Perseo no supo aprovechar la oportunidad favorable; con lo cual los romanos se rehicieron al mando del nuevo cónsul Paulo Emilio quien derrotó a Perseo en la batalla de Pidna en el año 167 a.C.

Ante el fracaso de su anterior política y frente a la oposición de los senadores encabezados por Catón a una anexión directa de Macedonia, se adoptaron medidas enormemente drásticas. Las familias nobles de Macedonia fueron deportadas a Italia, se cerraron las minas de oro del rey de Macedonia, sus ciudades fueron saqueadas y 150.000 macedonios fueron vendidos como esclavos. Las ciudades griegas que habían flaqueado en su lealtad a Roma fueron severamente castigadas: cientos de aqueos fueron llevados Italia — entre ellos el historiador Polibio — y Rodas, que había intentado una mediación entre Perseo y Roma, fue privada de todas sus colonias y entregada al dominio de Atenas.

Sin embargo, pocos años después, Roma tendría que avenirse finalmente a asumir el dominio directo sobre Macedona y Grecia, justo en momentos en que había vuelto a encontrarse en guerra con Cartago.

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Tercera guerra púnica (149 - 146 a.C.) - Delenda Carthago

La paz alcanzada tras la derrota en la segunda guerra púnica, permitió a Cartago recomponer exitosamente sus actividades comerciales. Explotando sus conocimientos y relaciones con los pueblos mediterráneos y sus habilidades para el comercio, los cartagineses lograron reconstruir rapidamente su imperio comercial, proveyendo a las poblaciones costeras del Mediterráneo de la gran producción de vinos y aceites de olivo provenientes de los cultivos en su territorio circundante. Pero esas producciones competían eficaz y directamente con las exportaciones de la campiña latina, lo cual dio lugar al surgimiento en Roma de un fuerte partido contrario a Cartago.

En Roma era influyente senador Catón, quien había ocupado anteriormente la magistratura romana de Censor, cuya función era velar por el mantenimiento de las costumbres tradicionales y lideraba el llamado partido tradicionalista; destacándose por su severidad contra las nuevas modas que los romanos adoptaban siguiendo las culturas de Oriente y de Grecia, a consecuencia de la gran prosperidad económica y del contacto con la superior cultura griega, resultante de las triunfales guerras recientes.

En el Senado, Catón se convirtió en el líder de la prédica contra Cartago; haciéndose famoso porque todas sus intervenciones, sobre cualquier tema que fuera, las finalizaba expresando “Delenda Carthago”, (en latín: “Cartago debe ser destruída ”).

Catón “el censor”

Relata Indro Montanelli — quien ha contado la Historia de Roma con chispeante humorismo — que Marco Porcio Catón era de origen campesino y plebeyo, (cuyo gentilicio Porcio provenía de que sus antepasados siempre habían criado puercos, cerdos); y que vivía en una granja que cultivaba personalmente, cuando cerca de ella se estableció para vivir en su retiro un antiguo senador llamado Valerio Flaco, quien simpatizó con Catón por sus modales sencillos y costumbres tradicionales.

También “Catón” equivalía a “astuto”; y Valerio Flaco instó a Marco Porcio Catón a que estudiara jurisprudencia (derecho) — profesión que conducía a la política — cuando descubrió que era secretamente aficionado a la lectura de los clásicos de la literatura latina.

Catón hizo su carrera política siendo electo Edil en el año 199 a.C., cuando tenía 30 de edad, Pretor en el 198 a.C., Cónsul en el 195 a.C., Tribuno en el 191 a.C. y finalmente Censor en el 184 a.C.; luego de lo cual continuó casi por el resto de su vida ejerciendo cargos civiles y militares. Catón vivó hasta los 85 años de edad, lo que en aquellos tiempos era totalmente extraordinario.

Fiel a sus orígenes campesinos, Catón escribió un Manual de Agricultura en latín, para marcar especialmente que esa lengua estaba siendo dejada de lado por el griego; en tanto que insistía permanentemente en que la influencia nefasta del refinamiento de la cultura griega sobre las ascéticas costumbres tradicionales, terminaría por corromper los valores de la sociedad de Roma y conduciría a la decadencia de la civilización auténticamente romana.

Cuenta también Montanelli que, cuando en 195 a.C. hubo en Roma por primera vez una manifestación pública en que algunas mujeres reclamaron la abolición de la Lex Oppia que les prohibía usar joyas y vestidos de color, Catón se opuso a ello en el Senado, con un célebre discurso. Sostuvo entonces que si los romanos hubiesen sabido mantener en sus casas su autoridad como maridos, no habría ocurrido que las mujeres pretendieran ser sus iguales, sabiéndose claramente que en tal caso en realidad lo que pretenden es ser quienes en verdad mandan. “Finalmente — aseveró Catón — llegaremos a ver que todos los hombres del mundo que en sus casas gobiernan a sus mujeres, serán gobernados por los únicos que se dejan gobernar por ellas: los romanos.” Los senadores estallaron en risas, y la Lex Oppia fue abolida.

Y dice también que la suegra y la esposa de Catón eran mujeres insoportablemente dominantes; por lo cual él predicaba en el Senado por experiencia de lo que no podía conseguir en casa.


La rebelión de los celtíberos en España (154 - 133 a.C.)

La sumisión al dominio romano en la península ibérica, luego de la derrota y expulsión de los cartagineses, no había quedado consolidada. El territorio de España había sido dividido para su gobierno en dos regiones; “citerior” (cercana) sobre la costa del Mediterráneo donde la colonización era más antigua, y “ulterior” (lejana), región poblada por tribus celtíberas y lusitanas, que resistieron el dominio romano.

Los celtíberos desencadenarron un alzamiento generalizado, contra el dominio romano, en el 154 a.C. Los romanos no apreciaron debidamente la gravedad de la situación; hasta que en 153 a.C. las fuerzas enviadas contra los insurrectos fueron reiteradamente derrotadas en las serranías españolas, sufriendo cerca de 10.000 bajas. Esto llevó a que se negociara una transitoria paz con los sublevados; pero en 151, encargado del mando de las fuerzas romanas el cónsul Licinio Lúculo, se desencadenó una violenta campaña contra los pueblos rebeldes, que se prolongaría por varios años debido a los nuevos sucesos producidos en el norte de África.


La destrucción de Cartago (149 - 146 a.C.)

Entretanto, la situación en Cartago se agravaba. Confiado en el respaldo de Roma, y probablemente alentado por ella, Masinisa — el rey de Numidia que había obtenido abundantes territorios a expensas de Cartago luego de la derrota de ésta en la segunda guerra púnica — hostigaba abiertamente a Cartago apoderándose reiteradamente de mayores territorios; y cuando el conflicto era sometido al arbitraje romano conforme a los términos del vasallaje cartaginés, siempre recibía un fallo favorable.

Esto creó en Cartago un creciente fortalecimiento del odio contra Roma; hasta que en el año 151 el partido más fuertemente contrario a Roma obtuvo el poder, desterrando a numerosos dignatarios moderados. Éstos se asilaron en Numidia, obteniendo que Masinisa exigiera que fueran repuestos en el gobierno de Cartago; procediendo, Masinisa, ante el desconocimiento de esa exigencia, a invadir el territorio cartaginés.

Otro general de nombre Asdrúbal comandó las fuerzas cartaginesas, que derrotaron totalmente al invasor númida; lo cual proporcionó al partido romano de la guerra contra Cartago la ocasión que aguardaba. La declaración de guerra de Cartago contra Masinisa fue considerada una violación de las condiciones de paz con Roma; y a pesar de que en Cartago fue derrocado el gobierno y Asdrúbal fue enviado a Roma como emisario de paz, en el Senado prevaleció el lema catoniano de destruir definitivamente a Cartago, aunque urgidos por la premura en liquidar la rebelión en España, los romanos procedieron con especial perfidia.

Enviado a Sicilia un poderoso ejército y una flota, al mando de los cónsules Manlio Manino y Lucio Marco Censorino, los cartagineses hicieron un nuevo intento de evitar la guerra, enviando otra embajada de paz a Roma. Entonces, el Senado concedió un mes para que 300 miembros de las familias patricias de Cartago fueran entregados como rehenes al ejército de Sicilia; lo cual fue cumplido, en tanto que los romanos desembarcaban en África en las cercanías de Cartago y ordenaban a los cartagineses que entregaran todas sus armas, lo que también fue acatado.

Publicaron entonces los cónsules romanos la orden del Senado de destruir totalmente Cartago y ser internados todos sus pobladores a más de 20 Kms. de la costa del Mar Mediterráneo; pero ello desató la determinación de los cartagineses de defenderse por todos sus medios. De manera que cuando las legiones llegaron frente a Cartago, se encontraron con una fortaleza que no podrían vencer facilmente.


La nueva insurrección de Macedonia - Andrisco (149 - 148 a.C.)

Al tiempo que debía enfrentar la rebelión de las tribus ibéricas en España y un nuevo sitio a Cartago, el Senado romano se encontró con una nueva insurrección contra su dominio, en Macedonia; donde un individuo llamado Andrisco se proclamó hijo de Perseo — al parecer falsamente — y logró colocarse al frente de todos los pueblos macedonios para sublevarlos contra el dominio romano.

Si bien el ejército romano enviado a Macedonia al mando del pretor Quinto Cecilio Metelo logró imponerse prontamente contra los sublevados; inmediatamente surgió otra insurrección de la Liga Aquea de ciudades griegas, que declaró la guerra a Esparta, que permanecía fiel a Roma.

Ante la gravedad de la situación, que Cartago podría aprovechar aliándose contra Roma con los rebeldes ibéricos y con las ciudades griegas, el Senado acudió a otro de los Escipiones. Escipión Emiliano, hijo de Paulo Emilio “Asiaticus” a la vez que hijo adoptivo de “El Africano” — uno de cuyos amigos más cercanos fue el historiador Polibio que fue el relator de las guerras entre romanos y cartagineses — a quien se designó Cónsul a pesar de no haber alcanzado la edad para ejercer dicho cargo; y se le envió a África a tomar el mando del ejército sitiador ad delendam Carthaginem.

Finalmente, los ejércitos romanos lograron derrotar la rebelión en Grecia y Macedonia en el año 147 a.C.; y abandonando la antigua política de vasallaje, Macedonia pasó a ser provincia romana.


Destrucción final de Cartago (146 a.C.)

El sitio y la toma de Cartago por los romanos no fue facil. Luego de reorganizar sus ejércitos, recién en el año 146 a.C. logró Escipión Emiliano penetrar en la ciudad; en la que debieron luchar casa por casa durante seis días para llegar a la ciudadela en que 50.000 cartagineses estaban atricherados, aunque finalmente debieron rendirse.

Cartago fue totalmente arrasada. La población sobreviviente, fue dispersada en los territorios interiores; y todo el territorio que había sido cartaginés quedó convertido en la nueva provincia romana de África.

Con la destrucción total y final de Cartago, la antigua civilización semítica originada por los fenicios de Palestina quedaba casi desaparecida del ámbito del Mar Mediterráneo, en que había llegado a florecer y prosperar. Prontamente, ese mar pasaría a ser el gran lago que los romanos designarían como “mare nostrum”; cuando el último vestigio cartaginés en España, la ciudad de Numancia, siguiera el mismo destino de Cartago.


Destrucción de Corinto (146 a.C.)

Concomitante con la toma y destrucción de Cartago, nuevamente estalló la revuelta en Grecia; donde los aqueos, a pesar de la derrota de los macedonios, revivieron en el mismo año 146 a.C. sus alianzas con los pueblos griegos de los beocios, los fócidos y otros, y volvieron a declarar la guerra a Esparta.

Inmediatamente, el ejército romano de Macedonia comandado ahora por el cónsul Lucio Mummio, asistido por la flota aliada del rey Atalo II, derrotó a los aqueos en la batalla de Leucopetra apoderándose de la ciudad de Corinto. Corinto fue totalmente destruída al igual que lo fuera Cartago; y los territorios de las ciudades griegas rebeldes anexados a la nueva provincia romana de Macedonia.


Cerco y destrucción de Numancia (133 a.C.)

La situación en la España ulterior se agravó también en forma contemporánea con la destrucción de Cartago y de Corinto. Las tribus lusitanas se alzaron contra los romanos, lideradas por Viriato; un pastor de ovejas que estaba impulsado por un profundo odio a los romanos, a causa de las matanzas de miles de miembros de sus tribus por parte de los romanos, que había presenciado.

Los romanos lograron finalmente que Viriato fuera asesinado, con lo cual los combates quedaron localizados en la antigua colonia de Numancia, que ofreció tenaz resistencia. El Senado romano comisionó entonces a Escipión Emiliano para que se trasladara desde la destruída Cartago a imponer a Numancia un sitio dirigido a obtener su rendición. Pero los pobladores de la ciudad, viéndose definitivamente derrotados, optaron por incendiarla en el 133 a.C., pereciendo en ella la mayor parte de sus habitantes; y convirtiéndose así el sitio de Numancia en una verdadera epopeya de la historia de la antigüedad.

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Lecturas recomendadas.


“Historia de Roma”, por Indro Montanelli. Editorial Plaza & Janés. Bs.As. - Barcelona, 1961. Un libro muy ameno, escrito con estilo periodístico y pleno de humor, que explora las intimidades de los hechos y los personajes de la historia romana.

“Salambô”, por Gustave Flaubert. Una excelente novela cuyo relato transcurre en la Cartago de la época de los Barca.

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Historia de Roma


La República hegemónica