El Liceo Digital


          H I S T O R I A

ROMA ANTIGUA
La República hegemónica (133 - 90 a.C.)


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Mare Nostrum | El desarrollo cultural | La evolución institucional
El reformismo agrario. Los Gracos


El Mare nostrum

Transcurrido el primer tercio del siglo II a.C., y cuando la república romana contaba alrededor de medio milenio de existencia, el Mar Mediterráneo — que constituia el centro geográfico de la civilización — había pasado a ser un lago romano.

El predominio romano se ejercía prácticamente sobre todos los territorios con costas sobre el Mediterráneo, desde la península ibérica hasta los territorios balcánicos y griegos, el Asia Menor y la costa norte de África, donde estuviera Cartago. Permanecían no sometidos a la condición de provincias otros Estados que formalmente eran independientes, pero que no solamente no pesaban ante el poderío romano, sino que prontamente irían a ser efectivamente conquistados, como Pérgamo (obsequiado a Roma por el Rey Atalo en su testamento), Egipto, la Galia trasalpina (actual Francia), el Ponto, Siria y Judea; aún cuando en muchos de esos territorios se prolongaron guerras sucesivas.

La posición dominante que habían ocupado a lo largo de la historia Atenas, Corinto y finalmente Cartago, fue asumida por Roma; de modo que en toda la extensión del Mediterráneo el tráfico comercial fue realizado por los navíos romanos, y comerciantes de origen romano se establecieron por miles en todas las ciudades importantes de sus costas.

El estatuto jurídico exclusivo de los ciudadanos romanos, el Derecho Romano, que les permitía celebrar los contratos del commercium, les otorgaba un importante privilegio frente a los no ciudadanos; quienes se veían excluídos de esas actividades. Las riquezas acumuladas en Roma como resultado de los tributos impuestos a los territorios sometidos, de las indemnizaciones de guerra y de los tesoros saqueados, proveyeron abundantes capitales que los ciudadanos romanos podían recibir en préstamo pagando bajos intereses, para emprender sus negocios, entre los cuales el tráfico de esclavos ocupaba lugar prominente, o prestándolo a su vez en los territorios dominados a interés muy superior.

De tal manera, el auge de la actividad comercial y del trasporte marítimo, generó necesariamente el surgimiento de actividades tipicamente bancarias y financieras; que operaban en locales situados en las proximidades del Foro romano, que de tal modo quedó convertido en la verdadera “City” de la antigüedad.

Las necesidades del commercium llevaron a que la vieja moneda romana, el as que databa del siglo IV a.C., y consistía en una chapa de cobre con la imagen grabada del dios Jano, se tornara insuficiente tanto como medio de intercambio como a los efectos de la conservación del valor. De tal manera, ya desde fines del siglo III a.C. comenzaron a acuñarse en Roma monedas de plata, que consistieron en el sestercio que valía dos ases y medio, el quinario que valía cinco ases, y el denario que valía diez y que terminó siendo la palabra empleada para referirse a todo signo monetario, de donde proviene la palabra “dinero”. Más adelante, la necesidad de contar con medios más importantes para los intercambios llevó a utilizar el oro, metal con el cual se acuñaron monedas desde la época de Julio César.

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El desarrollo cultural

Las campañas militares romanas llevaron a grandes cantidades de romanos y de latinos a conocer las costumbres y las condiciones de vida de pueblos que, en muchos casos, tenían una antigüedad de civilización muy superior, y habían evolucionado en mucho mayor grado en diversos aspectos culturales.

Inevitablemente, ello desarrolló en ellos la apreciación de esas superiores condiciones culturales; lo cual se vió potenciado por la llegada a Roma, en calidad de esclavos, de muchos personajes dotados de importantes capacidades culturales y artísticas; que no fueron utilizados para cumplir tareas serviles sino que rapidamente se convirtieron en preceptores y educadores de los niños y jóvenes de las familias económicamente más pudientes, llamados a ser en pocas décadas los dirigentes de la política, el comercio, las artes, y otras áreas determinantes de la actividad en la sociedad romana.

La expansión de la riqueza entre los ciudadanos romanos, muchos de ellos recientemente enriquecidos a través de los negocios vinculados a las actividades bélicas — como el aprovisionamiento de los ejércitos o la apropiación de las tierras públicas conquistadas y de sus pobladores reducidos a la esclavitud — o las surgentes actividades financieras, de navegación o comercio, otorgó un gran impulso a la economía. Se desarrollaron grandes actividades de construcción, no solamente de grandes edificios y obras públicas, sino también de grandes y medianas residencias privadas.

Roma y otras ciudades italianas en que residían numerosas familias pudientes, se convirtió en una ciudad dotada de grandes distritos residenciales, en los que las casas estaban finamente construídas en materiales altamente sólidos y duraderos, rodeadas de hermosos jardines en que predominaron los célebres pinos de Roma, dotadas a menudo de sistemas de distribución de agua que permitía incorporar numerosas fuentes.

Los numerosos romanos adinerados pudieron entonces asimilar la fastuosidad y el lujo que habían podido conocer en los países de origen griego, donde a menudo existían reyes que vivían en lujosos palacios rodeados de una amplia corte de nobles, utilizando vestidos y joyas sumamente ostensos, y consumiendo alimentos de origen exótico preparados en formas sumamente refinadas, empleando especias, condimentos y vinos provenientes de distantes países.

El gusto por el lujo y el refinamiento originario especialmente el Cercano Oriente y el Egipto, introdujo en las costumbres romanas el uso de los cosméticos y los perfumes por parte de las mujeres romanas; así como un tipo de actividad social igualmente ostentosa, en que las grandes fiestas a menudo de rasgos orgiásticos, y los aparatosos desfiles cumplieron la función simbólica de exteriorizar la riqueza y el poderío de sus anfitriones y organizadores u homenajeados.

La casa romana

Tradicionalmente, el diseño de la casa romana familiar, esencialmente austera, estaba dispuesto en torno a un abierto patio central, el atrium que al mismo tiempo que suministraba aire y luz al interior de la casa, permitía captar las aguas pluviales y dirigirlas a un depósito, el compluvium, de donde era posible luego extraerlas para emplearlas en los usos hogareños.

Generalmente se adosaba a la construcción, por lo corriente de planta rectangular o cuadrada, un pequeño huerto, donde se cultivaban algunas legumbres u hortalizas para su consumo, y flores de adorno sencillo.

La evolución resultante del desarrollo económico que produjeron en Roma las conquistas territoriales obtenidas, condujo a que las residencias de los más potentados se expandieran; sobre todo dando lugar a la sustitución de la huerta y el limitado jardín, por un mucho más amplio espacio, denominado peristilium, donde se cultivaron árboles y plantas ornamentales y se emplearon importantes columnatas que rodeaban nuevas habitaciones esencialmente destinadas a actividades de sociabilidad y entretenimiento, en un ambiente atractivo, no solamente decorado con aquellos elementos sino con esculturas, tapices, y especialmente pinturas sobre estucos (los “frescos”). Este tipo de edificaciones residenciales resultan extraordinariamente apreciables en la actualidad, en lugares arqueológicos como las ruinas de Pompeya, cerca de Nápoles; como la célebre “casa de los Vetios”.

A pesar de que desde el punto de vista cultural Roma había surgido imbuída de una importante influencia etrusca y también de las ciudades de la Magna Grecia situadas en Italia y Sicilia, la intensificación de los vínculos con la civilización helenística del Cercano Oriente produjo un gran empuje de la penetración de la cultura griega entre los romanos; dando origen a lo que se designa como civilización greco-romana.

Los esclavos de origen griego dotados de superior nivel cultural, desempeñaron entre las familias dirigentes romanas actividades no solamente de preceptores de sus hijos, sino de auxiliares y aún consejeros en las actividades comerciales o políticas de sus amos; llegando incluso a ejercer actividades profesionales, como la de la aplicación de los conocimientos médicos de la época.

Los “gréculos” como despectivamente se designaba a los griegos cultos que cumplían esas funciones, fueron los primeros en enseñar a los romanos la filosofía, la retórica y la gramática. Los más influyentes romanos los patrocinaban, y reunían en sus casas estatuas y libros, provenientes del saqueo de las ciudades griegas. Emilio Paulo, el Cónsul que había derrotado a Perseo de Macedonia hizo educar a sus hijos mediante la biblioteca que le había capturado; el menor de sus hijos fue adoptado por Publio Cornelio Escipión, hijo de El Africano, y con el nombre de Publio Cornelio Escipión Emiliano comandó la destrucción final de Cartago.

Se dice que Escipión Emiliano, educado en el helenismo, sugirió a filósofo estoico Panecio el libro “De los deberes” que se convirtió en el principal texto de estudio de la juventud patricia de Roma.

Se produjo una rápida asimilación, a nivel religioso, de las deidades tradicionales romanas con sus equivalentes griegas; generándose nuevas prácticas del culto de características afines a las griegas, especialmente en aquellos aspectos esotéricos o misteriosos.

Componentes culturales casi desconocidos o poco desarrollados por la tradición romana, pero muy cultivados por los griegos, como la literatura, el drama, la escultura, fueron adoptados o adquirieron nuevos impulsos; al tiempo que las disciplinas humanísticas en que los griegos se habían destacado, como la especulación filosófica, la retórica y el refinamiento oratorio, se incorporaron prontamente entre los círculos mejor educados de la sociedad romana.

Entre ellos, se desarrolló el teatro, que rivalizó con las luchas de gladiadores como entretenimiento. Livio Andrónico, natural de Tarento donde fue hecho prisionero de guerra, representó en la escena la Odisea, en el año 240 a.C. A partir de allí los actores tuvieron su lugar en la sociedad romana, organizando los juegos escénicos en los principales festejos públicos de Roma.

El teatro romano se desarrolló directamente como una copia del teatro griego. Uno de sus primeros autores principales fue Quinto Ennio, que habiendo estudiado en la griega Tarento emulaba las obras de Eurípides. Pero el más célebre autor teatral romano fue Tito Maccio Plauto, nacido en el 254 a.C. y fallecido en el 184 a.C.; que se dedicó a escribir obras satíricas en que se burló de los hechos corrientes y las costumbres de los romanos, incluso sus dioses. Terencio, esclavo cartaginés liberado por su amo en virtud de su talento, fue otro autor de famosas obras del teatro romano.


Estas transformaciones culturales, y sus repercusiones en otros órdenes de la vida de la sociedad y las instituciones romanas, no se llevaron a cabo sin oposición. La ostensibilidad de las nuevas costumbres, la exhibición del lujo y de conductas exageradas en la vida de relación, suscitaron en muchos círculos de la sociedad romana una importante resistencia; surgiendo un movimiento defensor de los valores y costumbres tradicionales, que sustentó que esas innovaciones terminarían por minar lo esencial de la cualidad del pueblo romano, y destruir las virtudes en base a las cuales Roma se había engrandecido.

La acelerada rapidez con que el contacto con los componentes culturales de origen griego se implantaron especialmente entre las nuevas generaciones, facilitó que los ciudadanos más maduros desarrollaran una oposición a tales cambios. El lujo y sobre todo su ostentación, así como el desarrollo por la vida cómoda y placentera, impulsaron a que se señalaran como superiores los valores de austeridad, dedicación heorica al servicio patriótico, y el respeto por las tradiciones.

Entre las instituciones romanas existía de antiguo un magistrado, el Censor, cuya función esencial consistía en velar por la conservación de las estructuras tradicionales de la sociedad y del Estado; de manera que encajaba perfectamente en la situación suscitada por la renovación de costumbres y actitudes culturales que se intensificó en gran medida entre la segunda y la tercera guerra púnica, cuando Roma ya había alcanzado un lugar de preeminencia en el mundo civilizado.

Marco Porcio Catón, que había ocupado la magistratura de Censor y tuvo una extensa carrera política en la Roma de principios del Siglo II a.C., se constituyó en el líder del partido tradicionalista; destacándose por sus numerosas iniciativas para gravar con fuertes impuestos los artículos de lujo. Los publicanos, que eran concesionarios de la recaudación de impuestos en las provincias, y que frecuentemente hacían grandes abusos sobre sus poblaciones, fueron uno de sus objetivos preferidos.

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La evolución institucional

Las guerras púnicas tuvieron consecuencias importantes en la estructura institucional de la República Romana.

Desde la aprobación de la lex Hortensia en el año 287 a.C., los comicios curiales fueron siendo sustituídos en la práctica por los comicios tribales a los que aquella les asignó la potestad de dictar las leyes, que al ser aplicables tanto a patricios como a plebeyos significaron incorporar a estos últimos a la ciudadanía y los habilitaron a ejercer sus actividades civiles bajo el Derecho Romano. De hecho, en el siglo II a.C. los antiguos comicios curiales habían dejado de ser convocados; en tanto que los comicios centuriados — que se reunían en el Campo de Marte y en que los ciudadanos se clasificaban por su patrimonio — tenían una influencia reducida a reunirse solamente para designar los magistrados, mientras las leyes eran dictadas por los comicios tribales que se reunían en el Foro.

De todos modos, el principal órgano de gobierno de la República Romana siguió siendo el Senado, que se componía de alrededor de 300 senadores que por lo general habían desempeñado antes las más importantes magistraturas, y que por ser vitalicios en algunos casos llegaban a ejercer predominante influencia.

En la realidad en el Senado era donde se analizaban y discutían todos los grandes asuntos del Estado, y donde se tomaban las decisiones que pautaron el desenvolvimiento histórico de la República. Si bien eran los comicios los que debían aprobar la guerra o la paz, la influencia del Senado al respecto casi siempre fue decisiva. Además, el Senado intervenía en todos los asuntos importantes del Estado, dirigiendo la política militar y en las relaciones diplomáticas, aprobaba los Tratados, regulaba los recursos presupuestales, fijaba los impuestos, determinaba la creación de Provincias y sus límites, designaba sus gobernadores y les daba instrucciones para el ejercicio de su función; y en definitiva, todos los magistrados y funcionarios debían responder ante el Senado de su actuación.

Formalmente, el Senado era un cuerpo consultivo, atribución que se fundaba en la experiencia atribuída a los senadores por su anterior actividad como magistrados; y en consecuencia, no podía dictar leyes, y sus decisiones eran llamadas senatus consultus. Pero aunque no tenían fuerza de ley ni de decisiones ejecutivas, en los hechos todos los magistrados cuyas decisiones debían ser previamente consultadas al Senado, acataban su pronunciamiento.

El Senado se reunía en el edificio de la Curia Romana; que actualmente existe en pie en la zona arqueológica del Foro de Roma y cuyas puertas de bronce se dice están en la iglesia catedral de Roma. Aunque solamente los senadores podían ingresar a las sesiones, las puertas de la Curia permanecían abiertas permitiendo a los ciudadanos seguirlas desde fuera del edificio.

El Cónsul o el Pretor presidían las sesiones, otorgando la palabra a cada senador en el orden resultante de la precedencia de la magistratura que habían desempeñado; de modo que emitía su opinión a favor o en contra de la pregunta formulada, y luego se ubicaba a derecha o izquierda, según que estuviera a favor o en contra.

Tradicionalmente, el Senado era simbolizado con una insignia consistente en una corona de laurel, presidida por las letras con que se anunciaban sus decisiones, S.P.Q.R., Senatus Populus Que Romanus: El Senado y el pueblo romano.


Hacia el final de las guerras púnicas, existía un conjunto de magistrados, todos los cuales eran elegidos por los comicios y desempeñaban sus cargos por un año; aunque paulatinamente, sobre todo a impulsos de las urgencias de la guerra, poco a poco fue prorrogándose el mandato de algunos de ellos, hasta que finalmente llegó a admitirse su carácter vitalicio.

Los magistrados políticamente más importantes eran los Cónsules, que de tiempo antiguo eran dos, y que ejercían las atribuciones de gobierno y especialmente tomaban el mando de los ejércitos.

Paulatinamente fue estableciéndose una suerte de carrera política — que los romanos llamaron “carrera de los honores” — que marcaba la secuencia de magistraturas que una persona solía desempeñar, y al mismo tiempo estableció una especie de precedencia entre ellas:

  • El cuestor — era un magistrado de rango municipal y ejecutivo, que era considerada la magistratura de mayor jerarquía;

  • Los ediles curules — integraban una especie de asamblea municipal;

  • Los pretores — eran una especie de jerarcas policiales a la vez que órganos judiciales, que tenían por función resolver los conflictos entre los ciudadanos, por lo cual tuvieron una gran influencia en la construcción del Derecho Romano en cuanto sus fallos solían adquirir carácter de normativa permanente. Ello fue así no solamente en cuanto a las leyes civiles, sino también en el aspecto procesal, por cuanto otorgaban las “actio” o acciones, habilitando qué tipo de cuestiones podrían serles sometidas;

  • Los cónsules — que ejercían las funciones de administración y gobierno a nivel político y militar, y que por lo tanto investían el poder del Estado con funciones ejecutivas, aunque ello se veía limitado por su corta duración y su dependencia política del Senado;

  • Los censores — cuya principal importancia consistía en que designaban a los senadores cuando se producía una vacante, eligiendo entre los ciudadanos considerados más ilustres y más respetables por su capacidad para integrarlo. Eran en cierto modo los depositarios de las tradiciones romanas, y encargados de preservar por todos los medios las virtudes y valores que representaban el poderío de Roma; entre ello, les competía vigilar el mantenimiento de esos valores a través de las costumbres de la sociedad.;

  • Los tribunos — eran designados como una especie de voceros ante los comicios, siendo su principal función e importancia la de tener la iniciativa de proponer leyes, así como podían convocar los comicios; lo que los constituyó en un factor fundamental en la evolución política de la República Romana, especialmente a partir del primer tercio del Siglo II A.C.


Desde el punto de vista político, quien verdaderamente gobernaba en Roma era el Senado. En los hechos, todos los magistrados dependían del Senado, en cuanto éste podía impartirles directivas, otorgarle o negarle los medios para ejercer sus funciones exitosamente, y habilitarlos en definitiva para integrarse al mismo Senado para culminar su carrera política.

El Senado o los magistrados que respondían a sus directivas, dominaban en gran medida a los comicios; porque éstos solamente podían reunirse si eran convocados por los cónsules, los pretores y los tribunos; y cuando se reunían, solamente podían tratar los asuntos y proyectos que se les sometían, para aprobarlos o rechazarlos. Los magistrados, por otra parte, difícilmente proponían a los comicios ningún tema o ningún proyecto que previamente no hubiera contado con la aprobación del Senado.

Hasta el final de las guerras púnicas, ese predominio del Senado en la dirección de los asuntos del Estado romano tuvo como consecuencia una gran unidad y coherencia en sus decisiones; que fue factor fundamental para que Roma llegara a alcanzar la posición dominante, primero en Italia y luego en todo el ámbito del Mediterráneo.

Al mismo tiempo, mientras Roma cumplió un proceso histórico de continuada expansión, los resultados de sus conquistas le permitieron disponer de medios para resolver las tensiones internas; especialmente mediante el reparto de las ager publicus, las tierras públicas en que eran convertidos los territorios conquistados y la utilización de sus anteriores ocupantes como esclavos, lo cual tuvo especial aplicación en la conquista de la Galia cisalpina.

Sin embargo, la prolongación y expansión de las guerras de conquista, y especialmente la necesidad de aumentar el tamaño y el número de sus ejércitos, tuvo una importante consecuencia política y a la larga institucional, que terminó alterando la fisonomía misma del Estado romano.

El núcleo dirigente de la sociedad romana, conformado por el patriciado proveniente de las originales familias gentilicias y distinguido de la plebe, se encontró modificado a través del proceso cumplido durante la etapa de la conquista de Italia; durante el cual surgieron numerosos plebeyos poseedores de importante respaldo patrimonial.

La incorporación de los nuevos plebeyos económicamente poderosos a la ciudadanía romana, permitiéndoles tanto ingresar a las magistraturas del Estado como a la calidad de sujetos del Derecho Romano — entre lo cual la posibilidad de contraer matrimonio legal y tener derechos de sucesión patrimonial entre sí y con los patricios — originó el sugimiento de un agrupamiento ampliado de habilitados a influir en la conducción de los asuntos del Estado, que fue designada como la nobilitas o nobleza.

Formalmente, todos los ciudadanos romanos podían aspirar a desempeñar las magistraturas del Estado; pero éstas eran honorarias, por lo cual solamente quienes tuvieran otros medios propios de sustentarse, podían en los hechos asumirlas. Además de lo cual, en la sociedad romana eran los integrantes de la nobleza los que gozaban de prestigio y consideración general sobre todo en base a su tradición familiar, como para ser nombrados para ocupar esas magistraturas. Era ocasional que algún individuo reuniera méritos personales propios como para llegar a ocupar las magistraturas públicas — como lo hizo Marco Porcio Catón — y entonces se le conocía públicamente como un “hombre nuevo”, que pasaba a incorporarse a la nobleza.

El proceso de las guerras púnicas y su resultante colocación de Roma en la calidad de gran potencia mediterránea, fue cumplido en buena medida no por iniciativa sino con renuencia por un Estado romano que, especialmente a consecuencia de la invasión cartaginesa de la península italiana, debió asumir esas guerras como expresión de su propia defensa. Lo cual explica, en cierta medida, que en principio Roma se haya limitado a conjurar los peligros provenientes de sus enemigos; y solamente haya asumido la estrategia de destruir a Cartago, como último recurso.

Entre las razones determinantes de esa actitud estratégica romana, se cuenta el sistema de reclutamiento de sus ejércitos, compuestos por legiones integradas por ciudadanos que eran principalmente agricultores, propietarios de fundos rurales, que debían dejar de atender sus cultivos en el supuesto de que ello era por poco tiempo. Estos mismos ciudadanos eran los que integraban los comicios; y en consecuencia se conducían en ellos cada vez menos en consideración a los sentimientos patrióticos y a los grandes intereses del Estado, y cada vez más atendiendo a sus propias situaciones e intereses personales.

Estos soldados ciudadanos y pequeños propietarios rurales formaron las legiones que combatieron en Galia, lucharon contra los cartagineses en Italia y en África, y terminaron imponiendo el dominio romano en España, en Macedonia, en Grecia y el Asia Menor. Las enormes pérdidas de vidas que ocasionaron esas guerras entre los ciudadanos romanos son difícilmente contabilizables; pero las crónicas de la época estiman que alrededor del 40% de los ciudadanos romanos murieron en ellas.

El servicio en las legiones durante extensas campañas sucesivas — considerando que las actividades militares debían tener lugar en épocas de buen tiempo, que eran las mismas apropiadas para la realización de cultivos y cosechas — y también en lugares cada vez más distantes para retornar de los cuales eran necesarios prolongados viajes por mar, determinó que necesariamente los legionarios debieran abandonar sus predios rurales a veces por dos o tres lustros; y aunque en algunos casos pudieran obtener importantes botines de guerra, con más frecuencia resultaban empobrecidos y habían perdido su arraigo para el trabajo de la tierra, y también sus mejores años para llevarlo a cabo, encontrándose físicamente envejecidos y agotados.

Cierto número de ciudadanos campesinos, que habían debido descuidar sus propiedades por tales motivos, debieron contraer importantes deudas que luego se encontraron imposibilitados de cancelar. Por otra parte, la abundancia de esclavos provenientes de los pueblos conquistados, suministró una fuente de mano de obra; pues fueron cientos de miles los esclavos traídos de las conquistas en Macedonia y el Cercano Oriente.

Aunque cierto número de esclavos, especialmente los provenientes de las ciudades griegas, poseían conocimientos adecuados para emplearlos en actividades mercantiles y administrativas; la mayor parte sólo eran capaces de realizar un trabajo servil, especialmente en la producción agrícola en los predios de los grandes terratenientes de la nobleza.

El proceso generado por las guerras púnicas y sus consecuentes conquistas territoriales en el Mediterráneo, produjo en Roma un efecto similar al ocurrido durante la conquista de Italia. Surgieron muchos que hicieron fortuna mediante actividades de suministros a los ejércitos, o aprovechando oportunidades de comercio resultantes de la nueva posición de Roma; los cuales, no disponiendo de la ciudadanía y la capacidad jurídica propia de los romanos, se integraron en lo que se llamó el “orden ecuestre”, de los caballeros, compuesto por los no ciudadanos propietarios de una fortuna no menor de 400.000 sestercios.

En consecuencia, la nobleza disponía del estatuto de ciudadanos, que les daba acceso a los cargos y funciones de gobierno y administración del Estado, y tenían generalmente importantes riquezas fundamentalmente de orden inmobiliario; pero en cuanto eran magistrados o senadores no podían particular en actividades de comercio, por lo cual empleaban sus excedentes en adquirir más tierras, especialmente las de los antiguos legionarios arruinados. Los caballeros, entretanto, retenían fundamentalmente las actividades comerciales e industriales, dominaban la navegación comercial y los grandes negocios con las nuevas colonias romanas; y poseían por lo tanto una riqueza de naturaleza principalmente mobiliaria, pero no podían participar directamente en el gobierno del Estado, salvo ejerciendo influencia sobre los nobles a través de diversos vínculos sociales.

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El reformismo agrario de los Gracos.

La situación surgida de la evolución económica y social producida por las guerras púnicas, ya hacia mediados del siglo II a.C., culminada la segunda de ellas, tendía a dividir la sociedad romana entre una tendencia tradicionalista, que intentaba frenar el proceso de la evolución económica y social; y otra que podría denominarse modernizadora que tendía a acompañarlo, y se beneficiaba de ese desarrollo.

En cierto modo, Roma había sido conducida a las guerras púnicas llevada involuntariamente por el desenvolvimiento de los hechos históricos. Empujada por la necesidad de defenderse del ataque cartaginés, frente al cual reaccionó mediante una estrategia que le condujo no solamente a destruir al adversario, sino a protegerse de todos los que recelaban de su creciente poderío, atacándolos y sometiéndolos a su vez.

Los enormes beneficios económicos obtenidos a consecuencia de las guerras, originaron en Roma una corriente favorable a la continuidad de las conquistas y al consecuente desarrollo de las actividades comerciales e industriales. Estaba integrada fundamentalmente por los miembros de las familias patricias tradicionales y terratenientes; por los romanos plebeyos enriquecidos en gran medida dedicados a la industria; y por el novel orden ecuestre de los caballeros, que se ocupaban principalmente de las actividades mercantiles especialmente la navegación comercial, el tráfico de esclavos, las concesiones para recaudar los impuestos en los territorios conquistados — otorgadas a los Publicanos — y los préstamos a interés.

Impedidos los ciudadanos romanos nobles de ejercer el comercio, a causa del ejercicio de los cargos públicos, extendían sin embargo sus propiedades territoriales; ya fuera por la compra de las tierras de los agricultores italianos arruinados por el servicio militar, como por la concesión legal u ocupación de hecho de los ager publicus decomisados a los pueblos conquistados, en la Galia Cisalpina, en España y en otras lejadas provincias, nominalmente administradas desde Roma.

Pero, por otro lado, un importante sector de quienes, especialmente en el Senado, se preocupaban por la suerte del Estado romano, recelaban de los efectos destructivos de sus valores tradicionales; resultantes tanto del contacto con las civilizaciones de origen griego juzgadas decadentes, como de los efectos también destructivos derivados del abandono de los campos por sus ciudadanos dedicados a la actividad agrícola, obligados a prestar el servicio militar en legiones cada vez más grandes y combatiendo en territorios más lejanos.

En el bando tradicionalista, se reunieron los que, sin dejar de pertenecer al patriciado y a la nobleza, o siendo hombres nuevos en ella — como Marco Porcio Catón — consideraban enormemente perjudicial tanto la introducción de las costumbres a su juicio decadentes de la civilización helenística que a su juicio pervertía la educación de las nuevas generaciones, como la desaparición del sustento económico y social del Estado romano antiguo, constituído por los pequeños y medianos campesinos del Lacio y sus alrededores; ya fuera para incorporarse al núcleo de los nuevos ricos o, mucho más frecuentemente para quedar como empobrecidos habitantes marginales de las ciudades, dedicados a vivir como servidores en las industrias y artesanados, o peor aún, como desocupados dependientes de la caridad del Estado.

La prédica de Catón el Censor — cuya inicial condena de las nuevas costumbres resultara entre molesta y graciosa — fructificó sin embargo en importantes núcleos de la sociedad romana; hasta que el sector tradicionalista encontró dos importantes líderes en los hermanos Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio Graco, nietos de Escipión El Africano, históricamente conocidos como Los Gracos.

El clan de los Escipiones.

Los hechos que pautaron la historia romana colocaron en el centro de la actividad política a la familia patricia de los Escipiones, surgida de la gens Cornelia.

Publio Cornelio Escipión, padre, fue electo Cónsul en el 218 a.C. y combatió en la batalla de Tesino, donde fue herido y salvado por su hijo del mismo nombre.

Cneo Cornelio Escipión, hermano de Publio, fue el general inicialmente enviado a combatir a los cartagineses en España, para evitar que Asdrúbal Barca pudiera acudir a Italia en auxilio de su hermano Aníbal, durante la segunda guerra púnica.

Los dos primeros Escipiones murieron durante las campañas contra los cartagineses de Asdrúbal, en el España; Publio en el año 211 a.C. en Cástulo, y Cneo al año siguiente cerca de Tarragona.

Publio Cornelio Escipión, hijo de Publio y sobrino de Cneo, asumió el mando a la muerte de su padre, y continuó combatiendo a los cartagineses en España hasta vencerlos en el 211 a.C.. Luego, nombrado Cónsul en el 205, llevó la guerra hasta la misma Cartago, derrotando a Aníbal en la batalla de Zama en el 202; con lo que recibió el título honorífico de El Africano.

Lucio Cornelio Escipión, hermano de Publio, también comandó las legiones romanas en la guerra contra el rey seléucida Antíoco III, en el 190 a.C., mereciendo por su parte el título de El Asiático.

Cornelia, hija de Publio Cornelio Escipión, fue esposa de Tiberio Sempronio Graco; que siendo Tribuno opuso su veto a la condena de Lucio Cornelio Escipión y luego fue electo Censor en España. El matrimonio tuvo 12 hijos, de los cuales sobrevivieron solamente 3, Tiberio, Cayo y Cornelia. Los varones, Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio Graco, nietos de El Africano, también se dedicaron a la política en Roma, siendo ambos Tribunos de la Plebe, Tiberio en el 134 a.C., y Cayo en el 123 a.C.; y ambos murieron violentamente a consecuencia de ello.

Publio Cornelio Escipión Emiliano, que vivió del 185 a 129 a.C., hijo menor del Cónsul Paulo Emilio, ingresó a la gens Cornelia a la muerte de su padre, por adopción de El Africano. Combatió en la batalla de Pidna en 168 a.C.; y fue electo Tribuno militar destacado en España en el 151 a.C. Durante la tercer guerra púnica, fue nombrado Cónsul en el 147 a.C., y comandó la destrucción de Cartago, siendo designado como El Africano Menor. Nuevamente Cónsul en el 134 a.C., se le encargó someter la rebelión de Numancia en España, que finalmente ocupó en el 133 a.C. para constatar que sus habitantes habían preferido suicidarse. Cuando regresó a Roma, fue un prominente dirigente del sector tradicionalista.

Publio Cornelio Escipión Nasica, Cónsul en 138 a.C., se convirtió luego en Senador tradicionalista, oponiéndose tenazmente a los proyectos agrarios de Tiberio Graco; al punto que encabezó el combate en que éste encontró la muerte.


Tiberio Sempronio Graco, se crió junto a su madre viuda, Cornelia hija de Publio Cornelio Escipión “El Africano”. Tuvo como preceptor al filósofo griego Blosio, al que se adjudica gran influencia en su educación.

Cornelia, al contrario de la enorme mayoría de las mujeres romanas, había incursionado en las disciplinas intelectuales; y frecuentemente reunía en su casa un importante grupo de artistas, filósofos e ilustres personalidades políticas, incluso el historiador greco-romano Polibio. En ese “círculo de los Escipiones”, Tiberio escuchaba discutir, por tanto, acerca de los principales asuntos del Estado. Discusiones que repercutían directamente en los ambientes y a menudo en las decisiones del gobierno romano. La situación que allí se exponía, no auguraba un buen futuro para la sociedad y el Estado romano.


En toda Italia, la abundancia de esclavos — traficados por decenas de miles desde el centro comercial ubicado en la isla griega de Delos — hacía florecer las industrias, mientras la agricultura del trigo, el olivo y la vid cedía terreno frente a los nuevos latifundios ganaderos. Cientos de esclavos griegos de superior condición intelectual educaban a los jóvenes de las familias económicamente potentadas, y asistían a sus amos en numerosas tareas de administración de sus riquezas, o de política, introduciéndolos en las disciplinas humanísticas y llevándolos a alejarse de las durezas de la vida agraria y militar que había encumbrado a Roma.

El trigo y el aceite de oliva abundaban a bajo precio, provenientes de las provincias de Sicilia, de España o de África donde eran producidos por el trabajo esclavo; lo que arruinaba los cultivos de los pequeños agricultores italianos.

Mientras en España Viriato recomponía sus fuerzas rebeldes tras cada derrota infligida por los ejércitos romanos, en Roma era cada vez más difícil reclutar nuevas legiones. Escipión Emiliano — que al tomar el mando en España encontró que en los campamentos de las legiones sitiadoras de Numancia abundaban esclavos, mercaderes y prostitutas, y los soldados hasta se bañaban — se convirtió en el portavoz de la nobleza senaturial tradicionalista, sustentando que Roma debía recomponer el sector de sus ciudadanos pequeños y medianos propietarios rurales, que tenían muchos hijos y habían provisto las legiones que conquistaron Italia y vencieron a Cartago.

Siguiendo esas ideas, en el año 145 a.C., el Tribuno Licinio Craso y el Pretor Cayo Lelio, propusieron una ley agraria, dirigida a restablecer la pequeña propiedad rural; pero debieron retirarla ante la fuerte oposición surgida en el Senado.

Entretanto, la guerra surgida de la rebelión de los lusitanos que había desatado Viriato en España durante los años 143 y 142 a.C., y que había finalizado con el asesinato de Viriato, volvió a estallar en el 137 ante la rebelión de Numancia, y la derrota del Cónsul Hostilio Mancino al frente de 20.000 legionarios. La guerra de Numancia significaba para los romanos un grave problema; por lo cual se aprobó una nueva ley para permitir que Escipión Emiliano, que ya había sido Cónsul en la conquista de Cartago, pudiera serlo nuevamente en el 134 a.C., para hacerse cargo de la lucha en España — donde su cuñado Tiberio Sempronio Graco era Cuestor del ejercito — y finalmente conquistara Numancia en el 133 a.C.

Tiberio Graco había participado a los 20 años en la conquista de Cartago, bajo el mando de Escipión Emiliano. Pasó enseguida a España como Cuestor del ejército, donde intervino en forma destacada en las negociaciones diplomáticas que precedieron a la conquista de Numancia, gracias al prestigio que había alcanzado allí su padre, del mismo nombre. A su regreso a Roma, fue electo Tribuno de la Plebe en el año 133 a.C.

En su actuación en África y España, Tiberio Graco había advertido las graves dificultades que enfrentaban los ejércitos romanos para reclutar buenos legionarios; y las condiciones lamentables en que se encontraba la disciplina militar. Consideraba que era imperioso recomponer la pequeña propiedad agraria romana; al tiempo que albergaba un enorme rencor contra la aristocracia senaturial, que había rechazado el Tratado de paz que había celebrado con Numancia en el año 136, comprometiendo su honor.

Desde su cargo de Tribuno de la Plebe, Tiberio Graco propuso nuevamente una ley agraria; por la cual se limitaba la tenencia de tierras públicas a los ciudadanos romanos solteros al equivalente a 125 Hás. actuales, que aumentaban a 750 si tenían un hijo y a 1.000 si tenían dos o más. Se ordenaba que se recuperaran las tierras públicas excedentes, así como las ocupadas ilegalmente por los no ciudadanos, originarios del Lacio y otras regiones italianas; aunque se les permitiría participar en el reparto de los sobrantes luego de asignar a los ciudadanos romanos parcelas de alrededor de 7 Hás, con prohibición de venderlas y obligación de pagar un impuesto. La distribución de las tierras quedaría a cargo de una comisión de tres personas que cada año serían elegidas por los comicios tribales.

La propuesta de Tiberio Graco desató enormes resistencias, tanto entre los integrantes de la nobleza como entre los latinos prominentes, que habían recibido grandes adjudicaciones de tierras públicas, y que habían realizado grandes inversiones para explotarlas, especialmente en la compra de esclavos.

Cuando Tiberio Graco formuló su propuesta, el otro Tribuno de la Plebe, Marco Octavio Cecina que respondía a los opositores a la ley, opuso su veto. Tiberio Graco acudió entonces al procedimiento existente para la destitución de los magistrados, pero invocó como fundamento para que los comicios cesaran a Octavio Cecina, que no había defendido los intereses de la plebe. Octavio fue así destituído, la ley fue aprobada, y se nombró para ponerla en ejecución a un triunvirato integrado por el propio Tiberio Graco, su hermano Cayo y su suegro Apio Claudio.

Tiberio Graco fue acusado de haber violado la constitución romana por haber promovido la destitución ilegal de Octavio Cecina; por lo cual al cesar en su cargo de Tribuno, le aguardaba ser juzgado. En consecuencia, Tiberio intentó ser reelecto; lo que era una nueva violación constitucional a la cual ni siquiera sus amigos se atrevían. Cuando los comicios se reunieron para tratar la reelección de Tiberio, no tuvo votos suficientes para obtenerla, pero logró postergar la reunión contando con que al día siguiente asistirían muchos campesinos que no habían llegado a Roma a tiempo, porque estaban levantando sus cosechas.

El día siguiente, mientras se reunían los comicios tribales el Senado se reunió a su vez en un templo cercano. Escipión Nasica acusó a Tiberio y sus partidarios de provocar una revolución, por lo que el Senado aprobó un senatus consultus ultimum disponiendo que se impidiera la reunión de los comicios. Escipión Nasica y un grupo de senadores y caballeros, se dirigieron a hacer cumplir el mandato del Senado, dando muerte a Tiberio y a varios cientos de sus seguidores.


No obstante, aunque con dificultades, la ley agraria de Tiberio Graco fue llevándose a la práctica; y como resultado, el registro de ciudadanos romanos se incrementó en alrededor de 80.000 en los siguientes 30 años.

De cualquier manera, la aplicación de la ley agraria suscitaba importantes controversias; especialmente entre los latinos, que desposeídos de las tierras ocupadas luego quedaban relegados por los ciudadanos romanos en el proceso de nuevos repartos. En el año 125 a.C., fue electo Cónsul Marco Fulvio Flaco, quien era partidario de la ley agraria, y para superar esa situación propuso extender los derechos de la ciudadanía romana a todos los latinos e itálicos. Sin embargo, su propuesta despertó la oposición de todos los niveles de ciudadanos romanos, y el Cónsul debió retirarla.

Entretanto Cayo Graco, que había estado presente en la muerte de su hermano Tiberio, y había sido miembro del triunvirato ejecutor de su ley así como Cuestor en Cerdeña, fue elegido Tribuno de la Plebe en el año 123 a.C.

Cayo Graco buscó congraciarse con el orden ecuestre, integrado por los que sin formar parte de la nobleza senaturial, registraban una importante fortuna como publicanos, comerciantes y también terratenientes. Propuso entonces una ley por la cual los caballeros tendrían la posibilidad de integrar los tribunales judiciales que juzgaban los magistrados a los que se acusaba de enriquecerse en forma ilícita. Asimismo, propuso que se adoptara en las nuevas provincias de Asia el sistema de recaudación de impuestos aplicado en Sicilia, que beneficiaba a los publicanos.

Al mismo tiempo, para granjearse el apoyo de la plebe propuso una lex frumentaria por la cual el Estado debía adquirir grandes cantidades de trigo para entregarlo a los desocupados, una lex viaria disponiendo la construcción de caminos y carreteras para darles ocupación, y una lex militaris que excluía del servicio militar a los menores de 16 años, y disponía que el Estado proveyera el equipo de los legionarios; medidas que repetidas posteriormente a lo largo de la historia dan razón al proverbio romano nihil novus sub soli: nada hay nuevo bajo el sol.

Asimismo, Cayo Graco desplegó una intensa actividad para el cumplimiento de esas disposiciones, ocupándose personalmente de que se hicieran los contratos para la construcción de los graneros que albergarían el trigo adquirido por el Estado, y de los caminos y carreteras; lo que le vinculó directamente con numerosos publicanos, e importantes caballeros.

Deseoso de reducir la población excedentaria de Roma, Cayo Graco propuso además la creación de tres nuevas colonias sobre el Mediterráneo, una de ellas sobre la antigua Cartago, ofreciendo a quienes acudieran a ellas el otorgamiento de grandes extensiones de tierras.

El prestigio político que de tal manera alcanzó Cayo Graco fue enorme; al punto de que logró ser reelecto Tribuno en el 122 — a pesar de que el mismo intento había costado la vida de su hermano — invocando que la brevedad de los mandatos de los magistrados les impedía cumplir adecuadamente sus proyectos.

Sin embargo, Cayo Graco cometió el error de adoptar la propuesta de Marco Fulvio Flaco de otorgar la ciudadanía a todos los habitantes de Italia; lo que desató la oposición tanto de los senadores como de los caballeros, y de los ciudadanos tanto campesinos como de la plebe urbana. Sus opositores en el Senado, que se habían encontrado impedidos de detener sus proyectos debido a su enorme prestigio, lograron que el otro Tribuno de la Plebe Livio Druso, interpusiera su veto, que fue aclamado en los comicios.

Cayo Graco debió ir a instalar la nueva colonia en Cartago, ausencia que fue aprovechada por Livio Druso para proponer a los comicios varias leyes demagógicas que superaban sus iniciativas. Cuando Cayo retornó a Roma, había perdido buena parte de su anterior prestigio. Se había murmurado en Roma que en la colonia de Nueva Cartago sucedían fenómenos sobrenaturales porque estaba sobre el territorio que había sido maldito en nombre de los dioses; de modo que el Tribuno Minucio Rufo propuso revocar la ley de colonias de Cayo Graco.

Los hechos se repitieron. Cayo Graco concurrió a los comicios reunidos en el Capitolio a defender su ley, acompañado por un grupo de amigos y esclavos armados. Nuevamente Escipión Nasica proclamó en el Senado que se estaba ante un motín revolucionario, y el Senado volvió a aprobar un senatus consultus ultimum. El Cónsul Opimio se dirigió al Capitolio para detener a Cayo Graco, sin que nadie se opusiera a su paso. Cayo Graco debió huir cruzando a nado el río Tíber, y ordenó a un esclavo que le quitara la vida.

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Historia de Roma