El Liceo Digital


          H I S T O R I A

ROMA ANTIGUA
La conquista de Italia


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Las guerras italicas, la destrucción de Veyes e invasión de los galos. Las “leyes licinias”
Disolución de la Confederación Latina | Primer guerra samnítica. La guerra de Nápoles
Segunda guerra samnítica y expansión en la Magna Grecia. | La guerra de Tarento. Pirro
Las reformas políticas en Roma:
La “lex hortensia” - La organización institucional, jurídica y cultural.


Las guerras itálicas; la destrucción de Veyes y la invasión de los galos.
Las “leyes licinias”

En el siglo y medio en que fue gobernada por los reges y sobre todo cuando los etruscos debieron aflojar su hegemonía sobre las ciudades del Lacio para atender a su defensa contra las invasiones de los galos en la llanura del Pó, Roma había logrado sustituir aquella hegemonía con la suya propia, y dar forma a la Confederación Latina.

Pero durante el siglo V a.C., las ciudades latinas debieron enfrentar la amenaza de los etruscos del norte — que, conjurada la amenaza gala tentaban recuperar su antiguo poder — y también de las tribus itálicas que desde los montes Apeninos incursionaban frecuentemente en los valles del Lacio.

Los sabinos ocupaban las estribaciones de los Apeninos hacia el nor-este; seguidos hacia el sur por los Ecuos; en tanto que los Volscos se desplegaban hacia el sur, en la zona de la Campania. Todos ellos eran poblaciones pastoriles, de ambicionaban ocupar las fértiles tierras del Lacio; y que repetidamente invadían los territorios latinos, obligando a Roma a mantener permanentes guerras defensivas; especialmente con los volscos.

Las guerras con los volscos requirieron que el patriciado romano debiera efectuar sucesivas concesiones políticas a la plebe; sobre todo cuando al volver del combate los ejércitos integrados por los plebeyos, amenazaron con sublevarse. El caso más importante fue la sublevación del monte Sacro, en el 493 a.C., en que los soldados se rehusaron a retornar a sus casas y amenazaron con fundar una nueva ciudad en ese lugar; lo que culminó con la concesión del derecho de designar dos Tribunos de la plebe, que, aunque no conformaron una magistratura integrada al sistema del Estado, se convirtieron en adelante en propulsores de los intereses plebeyos.

Entre los episodios de las permanentes guerras de romanos y volscos, se destaca la traición de Coriolano; un gran militar patricio que, malquistado con la plebe, fue desterrado a instancias de los tribunos. Coriolano se pasó entonces al bando de los volscos, bajo cuyo mando llegaron a poner sitio a Roma; pero cuando su madre le reprochó su traición a la patria romana, ordenó levantar el sitio a sus soldados, aunque por eso luego fue condenado a muerte por los mismos volscos.


Aunque asediados por los galos, los etruscos también hostigaban a Roma desde el norte; especialmente desde la ciudad de Veyes. Hacia el año 410 a.C., el Senado romano determinó ir a la guerra contra la vecina ciudad de Veyes, que por otra parte contaba en sus alrededores con fértiles territorios.

Las guerras de conquista emprendidas por Roma, resultaban lucrativas, para los soldados que obtenían los beneficios de los saqueos, para el Estado que obtenía el tributo de los sometidos, los esclavos provenientes de las poblaciones vencidas, y las tierras “públicas” conquistadas, que generalmente terminaban en manos de la aristocracia. En el caso de la guerra contra Veyes, la necesidad de obtener soldados reclutados entre la plebe, para emprender dicho proyecto bélico, llevó al Senado a disponer que los que tomaran las armas, serían retribuídos. Pero como la guerra resultó excesivamente larga y por tanto costosa, el Senado acudió a la institución de la dictadura — a la cual se acudía en casos de grave peligro, con el objetivo de salvar al Estado y a sus instituciones — y designó a Marco Furio Camilo como dictator.

De tal modo, la guerra contra Veyes culminó finalmente con su total derrota y arrasamiento, anexando su territorio al romano (en vez de someterla a tributo, como era frecuente en esas épocas). El frutífero triunfo resultó contraproducente, porque surgieron en Roma graves disidencias en cuanto a su aprovechamiento.

Patricios y plebeyos adinerados pretendieron arrendar esas tierras al Estado romano, para ser cultivadas por los vencidos convertidos en esclavos; pero el descontento que ello produjo en el resto de la plebe determinó que finalmente se otorgaran pequeñas parcelas a algunos de sus integrantes, lo que no bastó para zajar las disputas entre los distintos grupos de plebeyos.

Entretanto, jaqueada por las amenazas de etruscos e itálicos, hacia el año 450 a.C., Roma debió renunciar a su hegemonía sobre las ciudades próximas, reconocerles autonomía, y aceptar con ellas la formación de una Confederación en pie de igualdad. De todos modos, aunque el Estado romano no se extendía fuera de las murallas construídas por Servio Tulio, las ciudades conformaron una alianza en la que Roma aparecía como cabecera.


Los galos eran pueblos que habitaban buena parte del actual territorio de Francia, pero también en las riberas del Adriático, en la Galia Cisalpina, habitaban los llamados galos senones; un pueblo de guerreros mucho menos civilizados que los de la península italiana. Durante el siglo V los galos hostigaron continuamente a los etruscos en las llanuras del Pó, al norte de los Apeninos, obligándolos a debilitar su poder sobre las ciudades latinas. A principios del siglo IV a.C. los galos senones invadieron Etruria a través de los Montes Apeninos, dirigiéndose hacia el sur, donde durante cuatro años saquearon las poblaciones etruscas. Y luego, en 390 a.C., franquearon el Lago Trasimeno, hasta llegar a la ciudad etrusca de Chiusi, ya en dirección a Roma.

Los romanos enviaron apresuradamente un ejército contra los galos, el que fue totalmente derrotado en las costas del río Alia, tras lo que los galos cruzaron el Tíber y avanzaron sobre Roma. Presas del pánico, los romanos evacuaron a mujeres, niños y ancianos hacia ciudades vecinas, y se fortificaron en el Capitolio, al mando de Marco Manlio. Los senadores se negaron a abandonar la ciudad, y fueron asesinados por los galos en el interior del Senado, que procedieron luego a saquear y destuir la ciudad.

Según la tradición romana, los defensores del Capitolio pudieron rechazar el ataque de los galos gracias al aviso dado por los gaznidos de los gansos que habían encerrado en la fortaleza; dando lugar a la leyenda de “Los gansos del Capitolio”. Finalmente, el caudillo galo aceptó retirarse de Roma contra el pago de un importante rescate en oro, y los galos retornaron a los territorios del Pó.

La invasión de los galos tuvo importantes consecuencias para la historia romana. Por una parte, puso fin definitivo a la hegemonía etrusca en el Lacio; eliminando un importante rival de Roma. Pero, por otra parte, sometió a la República Romana a una grave humillación militar, que no fue pasada por alto por las ciudades de la Confederación Latina; las que de inmediato trataron de alzarse contra la hegemonía romana.

Asimismo, la destrucción causada por los galos hizo necesario emprender la reconstrucción de Roma, hecha en gran medida con los materiales de la destruída Veyes. Pero esa reconstrucción modificó la estructura urbana establecida por los reges; dando lugar a la formación de barrios de viviendas precarias en que se agrupó la plebe desposeída y endeudada, viviendo en condiciones miserables.

Ello trajo como consecuencia nuevos choques entre patricios y plebeyos. Manlio “Capitolino” - el jefe de la defensa del Capitolio - se erigió en líder de la plebe, demandando concesiones de tierras y alivio de las deudas. Pero fue acusado de intentar hacerse rey, y condenado a muerte.

De todos modos, el patriciado romano debió acudir a la plebe para reorganizar el ejército, frente a las enseñanzas recogidas de la derrota ante los galos, y a la necesidad de enfrenter el levantamiento de las ciudades latinas. Ello determinó concomitantemente el otorgamiento de nuevas concesiones hacia la plebe; que en el transcurso del siglo IV a.C. logró entre otras cosas el acceso a todas las magistraturas del Estado, y la aprobación de las leyes licinias que aliviaron las deudas y otorgaron tierras a los plebeyos.


A mediados del siglo IV a.C., el poderío romano en el Lacio se encontraba jaqueado; y en el interior la República patricia enfrentaba toda clase de dificultades.

Aprovechando el ocaso del poder etrusco en el norte, Roma procedió a ocupar los territorios del norte del río Tíber que fueron integrados al Estado romano; y ocupados por colonos respaldados por importantes fortificaciones militares.

Las dificultades militares y políticas llevaron también a que el Senado celebrara un nuevo tratado de “amistad” y “no agresión” con Cartago en el año 348 a.C. renovando el del año 510 a.C.

Con Cartago, Roma pactó reservar a los cartagineses el comercio con África y Cerdeña - ampliando sus anteriores reservas - a cambio de comprometerse a no intervenir en las costas italianas.


En el ámbito interior, 377 A.C. fueron electos en Roma, como Tribunos de la plebe, Licinio Estolón y Sextio Laterano, quienes propusieron las que fueron llamadas “leyes licinias”; mediante las cuales decían buscar la reunificación política de Roma. Proponían que preceptivamente uno de los dos cónsules fuera de origen plebeyo, se limitara la superficie de tierras públicas que podía poseer un ciudadano romano, y se repartieran las sobrantes entre el resto de la población plebeya.

Por diez años consecutivos los tribunos fueron reelectos, sin obtener aprobación para esas iniciativas; pero finalmente las leyes licinias fueron aprobadas a cambio de otras reformas, entre ellas la creación de un nuevo magistrado, el pretor que era en definitiva un juez civil y debía ser de origen patricio, y dos ediles curules, igualmente reservados a los patricios, cuyas funciones pueden asimilarse a las de los alcaldes municipales.

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Disolución de la Confederación Latina.

En la Campania — territorio sumamente fértil situado inmediatamente al sur del Lacio — habitaba desde siglos un pueblo que los griegos habían llamado los oscos. Primero labradores, habían alcanzado importante desarrollo urbano; y aunque dominados sucesivamente por griegos y etruscos que les impusieron tributo, habían prosperado sobre todo sobre las costas.

En las montañas de los Apeninos, linderas con la Campania, habitaban los samnitas; un aguerrido pueblo que habían iniciado una penetración en los valles de la Campania. La expansión de los samnitas en la Campania, se había realizado en forma bastante pacífica, creándose algunas colonias en la llanura; aunque debido a que adoptaron rapidamente las pautas de los más civilizados griegos y etruscos, pronto entraron en conflicto con los propios samnitas montañeses.

Hacia el 344 a.C., los samnitas montañeses hostigaban a las propias colonias samnitas de los sidicinos y los campaneses; los que llamaron en su auxilio a la ciudad de Capua y luego a Roma.

La intervención romana se fundamentó esencialmente en preservar la Campania; de manera que a poco de iniciada la guerra, se pactó un armisticio condicionado a que los samnitas no pretendieran esos territorios. Los sidicinos y los campanenses, que habían sido dejados por Roma librados a su propia suerte, se consideraron traicionados. Capua, donde contaban con amplia simpatía, se alió a los campanenses en contra de Roma, con el resultado de que los romanos avanzaron sobre la Campania y colocaron a la ciudad de Capua bajo su dominio.

Preocupadas ante esa expansión del poderío romano, las ciudades aliadas de la Confederación Latina formularon pretensiones políticas, reclamando en el año 340 a.C. que se les asignara la designación de uno de los Cónsules romanos y de varios Senadores; lo cual determinó la negativa romana y el consiguiente estallido de la guerra con la Confederación.

La guerra desatada por las ciudades latinas fue propicia a los romanos. En la batalla de Trifanum, en la frontera entre el Lacio y la Campania, los romanos destruyeron al ejército levantado por los latinos. Como resultado, los romanos adquirieron un gran ímpetu militar, decididos a castigar a los rebeldes de forma definitiva; aprovechando por otra parte que los samnitas se veían constreñidos a enfrentar, junto con los griegos, unas invasiones provenientes del Epiro.

Quebrada militarmente la alianza latina, Roma decidió anexarse directamente los territorios del Lacio y de la Campania, disolvió la Confederación Latina quitando a sus ciudades toda autonomía, y estableció su monopolio comercial prohibiéndoles comerciar entre sí.

Se incorporaron directamente al territorio romano numerosas ciudades próximas; en tanto que otras como Capua, Cumas, Formia y Fondo recibieron el status de civitas sine sufragio; es decir, sus habitantes fueron equiparados a los ciudadanos romanos salvo en sus derechos políticos. Desde el punto de vista individual, adquirir la ciudadanía romana aunque fuera a los sólos efectos civiles, no políticos, les resultaba sin duda en esos momentos, sumamente ventajoso.

Con esta expansión, el territorio propiamente romano en la península alcanzaba a más de 6.000 kms.2, y 500.000 habitantes; en tanto otro medio millón lo formaban los territorios sometidos.

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Primer guerra samnítica. La guerra de Nápoles.

La guerra con la Confederacióon Latina y la consolidación del dominio romano en el Lacio, provocó la reacción de los samnitas, que se habían visto obligados a tolerar la expansión romana en sus fronteras. Una vez desaparecida la amenaza exterior, encontraron un fuerte aliado en la ciudad de Nápoles, colonia griega fuertemente hostil a los romanos que recelosamente los veía acercarse a sus territorios.

Roma tomó entonces la iniciativa frente a la resistencia napolitana, encargando el Senado, en el año 327 a.C., al Cónsul Quinto Publilio Filón que sitiara Nápoles. Pero éste, a su llegada frente a la ciudad, se vio interceptado por el ejército samnita, aliado a Nápoles.

Las circunstancias colocaron entonces a Roma, en situación de lanzarse a la conquista del sur de Italia. Sitiada, Nápoles resistió todo el año 327; en tanto en los territorios cercanos se sucedían combates entre romanos y samnitas. El Senado romano adoptó entonces una decisión novedosa, que tendría enormes proyecciones institucionales abriendo el camino que condujo al Imperio: prorrogó el mandato anual de Quinto Publilio Filón, que fue así el primer Procónsul de la historia romana, para que continuara la guerra.

A fines del 326 a.C. Nápoles, al no haber recibido auxilios samnitas, no pudo continuar resistiendo el asedio romano. Hubo de licenciar a los soldados mercenarios y aceptar una guarnición militar romana; y si bien mantuvo su autonomía, hubo de aliarse militarmente a Roma. También en esto Roma inició un camino, al imponer al vencido condiciones que, no siendo terminantes, revelaron una gran sagacidad política.

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Segunda guerra samnítica. La expansión romana en la Magna Grecia.

Vencida Nápoles, los ejércitos romanos no tuvieron inmediato interés en combatir con los samnitas; pero en 322 la plebe romana impuso el partido de la guerra. Un ejército romano invadió entonces el territorio samnita, para verse emboscado en un desfiladero denominado Caudio, donde 40.000 legionarios se vieron encerrados y debieron rendirse. Los samnitas liberaron a los romanos a cambio de condiciones sumamente duras: debieron entregar sus armas, dejar varios cientos de jóvenes rehenes, comprometerse a que Roma devolvería las tierras de Campania y no atacaría al Samnio; y además debieron desfilar en señal de humillación bajo un arco armado con lanzas; lo que ha originado la expresión idiomática de “pasar bajo las horcas caudinas”.

La humillación caudina de las legiones romanas no podía ser tolerada por el Senado. Decididos a derrotar finalmente a los samnitas, se realizó una reorganización del ejército y se formalizaron nuevas alianzas con Apulia y Lucania. Los samnitas, por su parte, no aguardaron pasivamente, sino que en el año 315 atacaron a las ciudades romanas de Campania.

La primer batalla importante fue librada en la frontera del Lacio, en Lautulas; donde los romanos fueron vencidos, dejando a merced de los samnitas a la ciudad de Terracina y en grave peligro toda la Campania.

Al año siguiente, un nuevo ejército romano logró, sin embargo, desalojar a los samnitas de la zona de Terracina; liberar a la ciudad de Lucera, y asegurarse toda la Campania. Ulteriormente, en el 313 a.C., arrojaron a los samnitas a sus montañas.

La guerra tuvo entonces un vuelco inesperado, porque los samnitas buscaron aliarse con los etruscos, los galos y los umbríos. Los debilitados etruscos, que se habían visto obligados a tolerar la expansión romana al norte del Tíber, se aliaron a los samnitas y aprovecharon a atacar a Sutrium, una de las ciudades latinas más allegadas a Roma.

La reacción de Roma no demoró. En el año 295, los ejércitos romanos comandados por los Cónsules Fabio Ruliano y Decio Mus, invadieron profundamente el territorio umbrío, y derrotaron al ejército de los coaligados en la batalla de Sentino, cerca del río Rubicón, en el año 295 a.C., con lo cual los romanos ocuparon más territorios etruscos y la Umbría. La derrota final del Samnio tuvo lugar en el año 290 a.C., cuando los ejércitos romanos penetraron en los territorios de la Confederacién Samnítica, arrasando sus ciudades.

A finalizar el Siglo IV a.C., Roma se había convertido en el Estado más grande y poderoso de la península itálica, dominando desde el Arno las costas del Adriático y del Tirreno, hasta el sur de Nápoles, confinando con los territorios de las colonias griegas del mar Jónico.

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La guerra de Tarento. Pirro.

Aún con la derrota de los samnitas, los etruscos y los galos retomaron la guerra contra Roma. En 285 a.C. atacaron a la actual Arezzo, camino del Lacio; lo que volvió a desencadenar alzamientos contra el dominio romano en Italia meridional. Finalmente Roma logró imponerse en el año 280 a.C., extendiendo sus dominio hasta el Río Rubicón, donde fundó una nueva ciudad.

Por otro lado, algunas ciudades próximas a la colonia griega de Tarento bien al sur de la península italiana, temerosas de su expansión, acudieron a la protección romana. Para auxiliar a Turium, ciudad vecina de Tarento sitiada por los lucanos a instancia de ésta, Roma envió una flota al golfo de Tarento, lo que le estaba prohibido por un antiguo tratado; la cual fue hundida por los tarentinos, que incendiaron Turium.

Los romanos nombraron Cónsul a Quinto Emilio Barbula, con el mandato de sitiar a Tarento; pero éstos convocaron en su auxilio al Rey del Epiro, Pirro.


El rey Pirro poseía un ejército poderoso, en vista de emplearlo en calidad de mercenario; de manera que desembarcó en Italia al frente de 20.000 hombres, a principios del año 280 a.C. Tarento lo había convocado como mercenario; pero Pirro se sintió tentado a actuar por su cuenta, para fundar un imperio en Italia, por lo cual Tarento no aportó las tropas adicionales que había comprometido, ni obtuvo la colaboración de otras ciudades itálicas y griegas.

Las legiones romanas atacaron el ejército de Pirro en el año 280 a.C., en una planicie entre las ciudades griegas de Heraclea y Pandosia, pero fueron derrotadas principalmente por el empleo de elefantes de combate, que los legionarios romanos enfrentaban por primera vez, aunque igualmente infligieron al ejército mercenario muy graves pérdidas. Ante esa situación — y a pesar de que tropas samníticas y lucanas, enemigas de Roma; penetraron en el Lacio pretendiendo dirigirse directamente hacia Roma — Pirro optó por retirarse a Tarento, hasta la primavera del año 279 a.C.

En 279 a.C. Pirro volvió a enfrentarse con los romanos en la batalla de Asculum, venciéndolos, pero también a costa de volver a sufrir enormes pérdidas. Ocurrió entonces que los cartagineses — aliados de los romanos — atacaron las ricas ciudades griegas de Sicilia; las que llamaron en su auxilio al único que estaba disponible: Pirro. La tentación de apoderarse de toda Sicilia para fundar allí su imperio, hizo que Pirro intentara pactar la paz con Roma. Unido a Cartago por sus antiguos tratados de alianza, y al impulso de la elocuencia del anciano, ciego y respetado senador Apio Claudio, el Senado romano reforzó su alianza con los cartagineses, condicionando la aceptación de la oferta de paz de Pirro a que se retirara definitivamente de territorio italiano. Roma abandonaba a Sicilia en manos de Cartago, a cambio de posesionarse de todo el sur de Italia.

Obligado a combatir en los dos frentes, Pirro atacó en Sicilia en el año 278, sólo con la mitad de sus fuerzas. Si bien logró expulsar a los cartagineses y trató de imponer su dominio en Sicilia, tropezó con la grave resistencia de sus “defendidos” a sometérsele; en tanto que Tarento, asediada por los romanos, requería su presencia. En cuanto dejó Sicilia para acudir a Tarento, los cartagineses la recuperaron; y entretanto Pirro fue derrotado por los romanos en la batalla de Benevento, en el 275 A.C.. De tal manera, Pirro, desalentado por la falta de apoyo recibido de las ciudades griegas que lo habían convocado, decidió abandonar la empresa, e ir a combatir a los macedonios en el Epiro; donde poco después, luego de tantas batallas, resultó muerto por el golpe de una teja.

Tarento debió rendirse a las legiones romanas en el 272 a.C., seguida de las demás ciudades de la Magna Grecia, que en su prosperidad habían dejado de lado disponer de una fuerza militar. De esta manera, los romanos llegaron a apoderarse de todo el sur de Italia, aunque les tomó hacerlo hasta el año 270 a.C. Prácticamente todo el territorio del Samnio se anexó a Roma, al igual que los de los díscolos lucanos. Las ciudades helénicas, con Tarento al frente, fueron reconocidas como autónomas, a condición de declararse aliadas de Roma.

El dominio romano abarcaba toda la península italiana, y se extendía desde la Galia Cisalpina hasta el mar Jónico.

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Las reformas políticas en Roma.

Durante los largos años de guerras exteriores por el dominio de Italia meridional y del sur, en Roma se formó una nueva aristocracia.

El patriciado hubo de ceder lentamente privilegios a favor de plebeyos económicamente poderosos, muchos de los cuales ocuparon diversas magistraturas y hasta algunos llegaron al Senado.

Al mismo tiempo, los miembros de la plebe que poseían pequeñas parcelas de tierras, debían abandonarlas frecuentemente para cumplir el servicio militar en las legiones; de modo que no podían hacerlas producir adecuadamente; y aún cuando percibían una remuneración como legionarios, muchos perdieron sus tierras a manos de patricios y plebeyos potentados.

Las actividades militares fomentaron diversas industrias, especialmente de armas, vestuario y víveres para las tropas. Ese movimiento económico aparejó la necesidad de sustituir las viejas monedas de cobre, por las de plata.

Una figura se destacó con perfiles característicos; el censor Apio Claudio. En el desempeño de su cargo, y a pesar de las dificultades económicas y políticas, Aplio Claudio emprendió grandes obras públicas en Roma; entre otros un enorme acueducto y la “via”, camino empedrado, entre Roma y Capua, que fue el primer tramo de la futura Via Apia que uniría a Roma con las ciudades más importantes de Italia, haciendo que “todos los caminos lleven a Roma”.

Apio Claudio obtuvo que se incorporaran al Senado numerosos plebeyos poseedores de importante fortuna. Asimismo, incorporó a los comicios a numerosos artesanos que formaban el grupo de los nuevos comerciantes, distribuyéndolos en las tribus urbanas y rurales, de modo que se incorporaron a los comicios tribales, lo que los fortaleció frente a los comicios curiales.

Otra reforma política introducida en esta época, habilitó la creación de nuevos magistrados, los duoviri navales cuya función era hacer construir la flota armada, que Roma necesitaría para convertirse en potencia en el Mar Mediterráneo.

Pero, sin duda la reforma más trascendental efectuada en esta época, fue la lex Hortensia dictada en el año 287 a.C.; conforme a la cual los comicios centuriados (integrados por las “centurias” del ejército) y los comicios tribales, que podían reunirse sin ser convocados por el Senado, fueron habilitados para dictar leyes equiparadas a las dictadas por los comicios curiales; y por lo tanto, obligatorias tanto para los patricios como para los plebeyos.

A partir de ello, los proyectos presentados por los Tribunos de la Plebe, podrían ser aprobados mucho más facilmente.


La expansión del dominio romano sobre los vastos territorios conquistados, determinó la necesidad de establecer un sistema para su organización política y su gobierno; actividad en la cual Roma evidenció su gran habilidad política y jurídica.

En épocas en que la conquista militar determinaba el despojo total de los vencidos y su sometimiento a la esclavitud, los romanos supieron captarlos, otorgándoles diversos grados de autonomía institucional. Pero, sobre todo, reconociendo a los habitantes de los pueblos vencidos un conjunto de derechos cuidadosamente delimitados; que les permitieron asociarse al Estado romano e ir gradualmente llegando a formar parte de él. De esta manera, con el paso de los siglos, por encima del dominio militar, el sistema institucional y civil del Derecho Romano permitió constituir en Italia una verdadera Nación, por primera vez en la Historia.

Casi todas las ciudades conquistadas por Roma, que habían alcanzado un importante grado de desarrollo político como ciudades-estado — según el modelo corriente en la antigüedad — mantuvieron un importante grado de autonomía política y administrativa en lo relativo a los asuntos de interés urbano, que a su nivel eran los que predominantemente afectaban a sus habitantes.

Con la designación de municipia, el sistema institucional local de las ciudades comprendía asambleas propias, las que elegían un grupo de magistrados encargados de administrar los problemas propios de la ciudad.

Los habitantes de los municipia gozaban políticamente de alguna medida de los derechos que en Roma se reconocía a los integrantes de la civitas; bastante amplia en cuanto a lo referente a su propia ciudad. Cuando progresivamente esos derechos fueron ampliándose, tuvieron como condición de su ejercicio estar en la ciudad de Roma; por lo cual en los hechos fueron de muy escasa efectividad.

En cambio, se les reconocieron ampliamente los derechos civiles propios de los ciudadanos romanos, en particular la capacidad de tener un patrimonio, de comerciar rigiéndose por las leyes romanas, de contraer matrimonio teniendo en consecuencia hijos legítimos capaces de heredar su patrimonio.

Las ciudades que no fueron incorporadas al Estado romano, permaneciendo en calidad de Estados aliados o asociados a Roma — tales como las de la Magna Grecia, que tenían rasgos culturales muy propios — conservaron formalmente todas sus instituciones políticas propias; pero estaban privadas de la capacidad de tomar por sí la mayor parte de las decisiones soberanas, como declarar la guerra, o celebrar alianzas sin el consentimiento de las autoridades de Roma. Entretanto, tenían obligación de acompañar a Roma en sus campañas militares, aportándole soldados, equipos y dinero.

Los ciudadanos de las ciudades aliadas — a los que los romanos llamaron colectivamente italianos — no tenían los derechos propios del ciudadano romano. Por lo cual, aunque en teoría podían ejercer libremente las actividades civiles y comerciales conforme a la ley de su ciudad; en la práctica, dada la predominante importancia económica y comercial del sistema romano, se veían excluídos de él. De modo tal que, con el pasar del tiempo, su mayor aspìración la constituiría ser admitidos al status de ciudadano romano, y especialmente poder regir su vida civil, económica y familiar, por el Derecho Romano.

Los regímenes políticos y jurídicos, tanto de los municipia como de los italianos, eran sumamente variados; porque dentro de esos esquemas generales, existían numerosas diferencias en el alcance y los límites de los derechos que les eran reconocidos por el Estado romano; en seguimiento de una concepción política que se expresaba en el que luego devino uno de tantos aforismos latinos: “divide et impera”.

Desde el punto de vista cultural, en los primeros siglos del dominio romano coexistían las costumbres y el idioma latino con los de origen etrusco y griego; sin que las autoridades romanas se hayan propuesto imponer el propio a los pueblos conquistados. Sin embargo, al mismo tiempo que diversos elementos culturales se fusionaron, tanto en los usos y costumbres sociales como en otros campos — como la educación, en que los griegos terminaron ejerciendo importantísima influencia — el latín se impuso como idioma; determinando una influencia que, a través de su continuidad en el ámbito eclesiástico hasta tiempos muy recientes, y especialmente a través de su derivación en las lenguas romances, perdura hasta la actualidad.

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El dominio del Mediterráneo