Las guerras itálicas; la destrucción de Veyes y la invasión de los galos.
Las leyes licinias
En el siglo y medio en que fue gobernada por los reges y sobre todo cuando los etruscos debieron aflojar su hegemonía sobre las ciudades del Lacio para atender a su defensa contra las invasiones de los galos en la llanura del Pó, Roma había logrado sustituir aquella hegemonía con la suya propia, y dar forma a la Confederación Latina.
Pero durante el siglo V a.C., las ciudades latinas debieron enfrentar la amenaza de los etruscos del norte que, conjurada la amenaza gala tentaban recuperar su antiguo poder y también de las tribus itálicas que desde los montes Apeninos incursionaban frecuentemente en los valles del Lacio.
Los sabinos ocupaban las estribaciones de los Apeninos hacia el nor-este; seguidos hacia el sur por los Ecuos; en tanto que los Volscos se desplegaban hacia el sur, en la zona de la Campania. Todos ellos eran poblaciones pastoriles, de ambicionaban ocupar las fértiles tierras del Lacio; y que repetidamente invadían los territorios latinos, obligando a Roma a mantener permanentes guerras defensivas; especialmente con los volscos.
Las guerras con los volscos requirieron que el patriciado romano debiera efectuar sucesivas concesiones políticas a la plebe; sobre todo cuando al volver del combate los ejércitos integrados por los plebeyos, amenazaron con sublevarse. El caso más importante fue la sublevación del monte Sacro, en el 493 a.C., en que los soldados se rehusaron a retornar a sus casas y amenazaron con fundar una nueva ciudad en ese lugar; lo que culminó con la concesión del derecho de designar dos Tribunos de la plebe, que, aunque no conformaron una magistratura integrada al sistema del Estado, se convirtieron en adelante en propulsores de los intereses plebeyos.
Entre los episodios de las permanentes guerras de romanos y volscos, se destaca la traición de Coriolano; un gran militar patricio que, malquistado con la plebe, fue desterrado a instancias de los tribunos. Coriolano se pasó entonces al bando de los volscos, bajo cuyo mando llegaron a poner sitio a Roma; pero cuando su madre le reprochó su traición a la patria romana, ordenó levantar el sitio a sus soldados, aunque por eso luego fue condenado a muerte por los mismos volscos.
Aunque asediados por los galos, los etruscos también hostigaban a Roma desde el norte; especialmente desde la ciudad de Veyes. Hacia el año 410 a.C., el Senado romano determinó ir a la guerra contra la vecina ciudad de Veyes, que por otra parte contaba en sus alrededores con fértiles territorios.
Las guerras de conquista emprendidas por Roma, resultaban lucrativas, para los soldados que obtenían los beneficios de los saqueos, para el Estado que obtenía el tributo de los sometidos, los esclavos provenientes de las poblaciones vencidas, y las tierras públicas conquistadas, que generalmente terminaban en manos de la aristocracia. En el caso de la guerra contra Veyes, la necesidad de obtener soldados reclutados entre la plebe, para emprender dicho proyecto bélico, llevó al Senado a disponer que los que tomaran las armas, serían retribuídos. Pero como la guerra resultó excesivamente larga y por tanto costosa, el Senado acudió a la institución de la dictadura a la cual se acudía en casos de grave peligro, con el objetivo de salvar al Estado y a sus instituciones y designó a Marco Furio Camilo como dictator.
De tal modo, la guerra contra Veyes culminó finalmente con su total derrota y arrasamiento, anexando su territorio al romano (en vez de someterla a tributo, como era frecuente en esas épocas). El frutífero triunfo resultó contraproducente, porque surgieron en Roma graves disidencias en cuanto a su aprovechamiento.
Patricios y plebeyos adinerados pretendieron arrendar esas tierras al Estado romano, para ser cultivadas por los vencidos convertidos en esclavos; pero el descontento que ello produjo en el resto de la plebe determinó que finalmente se otorgaran pequeñas parcelas a algunos de sus integrantes, lo que no bastó para zajar las disputas entre los distintos grupos de plebeyos.
Entretanto, jaqueada por las amenazas de etruscos e itálicos, hacia el año 450 a.C., Roma debió renunciar a su hegemonía sobre las ciudades próximas, reconocerles autonomía, y aceptar con ellas la formación de una Confederación en pie de igualdad. De todos modos, aunque el Estado romano no se extendía fuera de las murallas construídas por Servio Tulio, las ciudades conformaron una alianza en la que Roma aparecía como cabecera.
Los galos eran pueblos que habitaban buena parte del actual territorio de Francia, pero también en las riberas del Adriático, en la Galia Cisalpina, habitaban los llamados galos senones; un pueblo de guerreros mucho menos civilizados que los de la península italiana. Durante el siglo V los galos hostigaron continuamente a los etruscos en las llanuras del Pó, al norte de los Apeninos, obligándolos a debilitar su poder sobre las ciudades latinas. A principios del siglo IV a.C. los galos senones invadieron Etruria a través de los Montes Apeninos, dirigiéndose hacia el sur, donde durante cuatro años saquearon las poblaciones etruscas. Y luego, en 390 a.C., franquearon el Lago Trasimeno, hasta llegar a la ciudad etrusca de Chiusi, ya en dirección a Roma.
Los romanos enviaron apresuradamente un ejército contra los galos, el que fue totalmente derrotado en las costas del río Alia, tras lo que los galos cruzaron el Tíber y avanzaron sobre Roma. Presas del pánico, los romanos evacuaron a mujeres, niños y ancianos hacia ciudades vecinas, y se fortificaron en el Capitolio, al mando de Marco Manlio. Los senadores se negaron a abandonar la ciudad, y fueron asesinados por los galos en el interior del Senado, que procedieron luego a saquear y destuir la ciudad.
Según la tradición romana, los defensores del Capitolio pudieron rechazar el ataque de los galos gracias al aviso dado por los gaznidos de los gansos que habían encerrado en la fortaleza; dando lugar a la leyenda de Los gansos del Capitolio. Finalmente, el caudillo galo aceptó retirarse de Roma contra el pago de un importante rescate en oro, y los galos retornaron a los territorios del Pó.
La invasión de los galos tuvo importantes consecuencias para la historia romana. Por una parte, puso fin definitivo a la hegemonía etrusca en el Lacio; eliminando un importante rival de Roma. Pero, por otra parte, sometió a la República Romana a una grave humillación militar, que no fue pasada por alto por las ciudades de la Confederación Latina; las que de inmediato trataron de alzarse contra la hegemonía romana.
Asimismo, la destrucción causada por los galos hizo necesario emprender la reconstrucción de Roma, hecha en gran medida con los materiales de la destruída Veyes. Pero esa reconstrucción modificó la estructura urbana establecida por los reges; dando lugar a la formación de barrios de viviendas precarias en que se agrupó la plebe desposeída y endeudada, viviendo en condiciones miserables.
Ello trajo como consecuencia nuevos choques entre patricios y plebeyos. Manlio Capitolino - el jefe de la defensa del Capitolio - se erigió en líder de la plebe, demandando concesiones de tierras y alivio de las deudas. Pero fue acusado de intentar hacerse rey, y condenado a muerte.
De todos modos, el patriciado romano debió acudir a la plebe para reorganizar el ejército, frente a las enseñanzas recogidas de la derrota ante los galos, y a la necesidad de enfrenter el levantamiento de las ciudades latinas. Ello determinó concomitantemente el otorgamiento de nuevas concesiones hacia la plebe; que en el transcurso del siglo IV a.C. logró entre otras cosas el acceso a todas las magistraturas del Estado, y la aprobación de las leyes licinias que aliviaron las deudas y otorgaron tierras a los plebeyos.
A mediados del siglo IV a.C., el poderío romano en el Lacio se encontraba jaqueado; y en el interior la República patricia enfrentaba toda clase de dificultades.
Aprovechando el ocaso del poder etrusco en el norte, Roma procedió a ocupar los territorios del norte del río Tíber que fueron integrados al Estado romano; y ocupados por colonos respaldados por importantes fortificaciones militares.
Las dificultades militares y políticas llevaron también a que el Senado celebrara un nuevo tratado de amistad y no agresión con Cartago en el año 348 a.C. renovando el del año 510 a.C.
Con Cartago, Roma pactó reservar a los cartagineses el comercio con África y Cerdeña - ampliando sus anteriores reservas - a cambio de comprometerse a no intervenir en las costas italianas.
En el ámbito interior, 377 A.C. fueron electos en Roma, como Tribunos de la plebe, Licinio Estolón y Sextio Laterano, quienes propusieron las que fueron llamadas leyes licinias; mediante las cuales decían buscar la reunificación política de Roma. Proponían que preceptivamente uno de los dos cónsules fuera de origen plebeyo, se limitara la superficie de tierras públicas que podía poseer un ciudadano romano, y se repartieran las sobrantes entre el resto de la población plebeya.
Por diez años consecutivos los tribunos fueron reelectos, sin obtener aprobación para esas iniciativas; pero finalmente las leyes licinias fueron aprobadas a cambio de otras reformas, entre ellas la creación de un nuevo magistrado, el pretor que era en definitiva un juez civil y debía ser de origen patricio, y dos ediles curules, igualmente reservados a los patricios, cuyas funciones pueden asimilarse a las de los alcaldes municipales.
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